La m¨²sica de Bach agita las conciencias en Utrecht
La ¡®Pasi¨®n seg¨²n San Juan¡¯, con un nuevo texto del dramaturgo Thomas H?ft, se convierte en un poderoso instrumento de denuncia de la persecuci¨®n de los homosexuales tanto en el pasado como en la actualidad
Las Pasiones de Bach invitan, sobre todo, a la reflexi¨®n. En una aproximaci¨®n que intente despojarlas de todo contenido religioso, cuentan en esencia los padecimientos y la muerte de un hombre inocente. Partiendo de esta premisa, Thomas H?ft propone llevar a cabo con la Pasi¨®n seg¨²n San Juan lo que t¨¦cnicamente se conoce como una parodia (o, ya desde la Edad Media, contrafactum), es decir, la reutilizaci¨®n de una m¨²sica ya existente con un texto distinto. El propio Bach, al igual que muchos de sus colegas, con Handel a la cabeza, se vali¨® de este recurso en m¨²ltiples ocasiones: el Oratorio de Navidad, por ejemplo, fue compilado en su mayor parte a partir de arias y coros procedentes de cantatas profanas previas, nacidas casi siempre al calor de una circunstancia concreta e irrepetible: m¨²sica surgida, por tanto, en un entorno inequ¨ªvocamente no religioso abrazaba un texto nuevo y se insertaba con naturalidad en la iglesia. En sus mal llamadas cuatro Misas luteranas, sin embargo, las fuentes conocidas son, en todas y cada una de las secciones, movimientos procedentes de cantatas luteranas, no profanas, que, cambiando sus textos alemanes por los seculares latinos del Ordinario de la misa, mudaban solo parte de su fisonom¨ªa para adecuarse a su nuevo contexto.
La bautizada como Pasi¨®n de Utrecht respeta todas y cada una de las notas de la Pasi¨®n seg¨²n San Juan, pero modifica, en cambio, gran parte de su texto. Las dos partes del original se transforman en cuatro, siempre con un mismo objetivo: poner de manifiesto que los homosexuales han sufrido y han muerto ¡ªy siguen sufriendo y muriendo en muchos lugares¡ª por su sola identidad u orientaci¨®n sexual. En el nuevo texto de H?ft se dan saltos cronol¨®gicos hacia atr¨¢s y hacia delante: la matanza, en 2016, en un bar de Orlando (Florida) de medio centenar de personas en una discoteca frecuentada por homosexuales por los disparos indiscriminados de un miembro del ISIS, Omar Siddique Mateen; el segundo momento hist¨®rico nos lleva a la propia Utrecht, en 1730, cuando un sacrist¨¢n de la catedral denunci¨® a Zacharias Wilsma por practicar el sexo con otros hombres en el interior del templo, lo cual desencaden¨® el arresto, el juicio y, en muchos casos, la persecuci¨®n y muerte de decenas de homosexuales tanto en la ciudad neerlandesa como en el resto del pa¨ªs; la historia prosigue diez a?os antes, cuando se desvel¨® el verdadero g¨¦nero de Catharina Margaretha Linck, quien, disfrazada de hombre, viv¨ªa felizmente con otra mujer tras haber contra¨ªdo matrimonio, por lo que fue denunciada por sodom¨ªa y, finalmente, ejecutada; la cuarta y ¨²ltima parte nos devuelve al presente y no tiene protagonistas concretos, sino que, tras las dos incursiones hist¨®ricas precedentes, pone el dedo en la llaga al dejar constancia de que hoy, ahora, muchos homosexuales siguen siendo perseguidos en pa¨ªses como Rusia, Chechenia o Nigeria, y hace referencia, con nombres y apellidos, a recientes muertes violentas de mujeres lesbianas en M¨¦xico y Brasil.
A estas alturas, muchos se habr¨¢n rasgado las vestiduras imaginando algo parecido a una profanaci¨®n de la m¨²sica de Bach. Es mejor no hacerlo, dejar los prejuicios a un lado y escuchar con atenci¨®n e, incluso, partitura en mano. La parodia (de nuevo en sentido t¨¦cnico, no denigratorio o burlesco) de Thomas H?ft funciona como un reloj de precisi¨®n, hurgando con constancia y precisi¨®n en las heridas, oblig¨¢ndonos a no mirar hacia otro lado. En muchos momentos se escucha, palabra por palabra, el texto original del evangelio de Juan o el de las arias y coros a los que puso m¨²sica Bach: sin modificarlos, siguen cumpliendo exactamente la misma funci¨®n que en 1724, record¨¢ndonos as¨ª t¨¢citamente que no hay diferencias ¡ªno puede haberlas¡ª entre la Pasi¨®n y muerte de Cristo y la de cualesquiera otros seres humanos inocentes que mueren de resultas de la intolerancia o el fanatismo ideol¨®gico o religioso.
H?ft lleva a cabo su ejercicio de traslaci¨®n textual con el m¨¢ximo respeto. Unas veces los cambios son m¨¢s significativos, como sucede, por ejemplo, en el coro inicial: ¡°?Se?or, nuestro soberano, cuya gloria / es admirable en toda la tierra! / ?Mu¨¦stranos por medio de tu Pasi¨®n / que t¨², el verdadero hijo de Dios, / en toda ¨¦poca, / tambi¨¦n en la mayor penalidad, / eres glorificado!¡±. El inequ¨ªvoco contenido religioso del original obliga a laicizar el texto, que ahora reza: ¡°?Mirad a esas personas cuya existencia / resulta vergonzosa en todos los pa¨ªses! / ?Mostradnos por medio de vuestra Pasi¨®n / que vosotros, por vuestra naturaleza humana, / en toda ¨¦poca, / y a menudo en la mayor penalidad, / sois despreciados!¡±. Pero en otros casos son m¨ªnimos, como en la ¨²ltima aria de la obra: ¡°?Disu¨¦lvete, coraz¨®n m¨ªo, en r¨ªos de l¨¢grimas / para honrar al Alt¨ªsimo! / Cu¨¦ntale al mundo y al cielo la desgracia: / ?Tu Jes¨²s ha muerto!¡± da lugar a ¡°?Disu¨¦lvete, coraz¨®n m¨ªo, en r¨ªos de l¨¢grimas / para honrar a los muertos! / Cu¨¦ntale al mundo y al cielo la desgracia: / ?Son tantos los que han muerto!¡±. Como es natural, para que no haya que cambiar una sola nota de la m¨²sica (la mayor libertad consiste en alterar puntualmente el registro vocal en algunos recitativos), el nuevo texto tiene que tener las mismas s¨ªlabas e id¨¦nticos acentos. En este ¨²ltimo caso, ¡°Dem H?chsten¡± se convierte en ¡°den Toten¡±, mientras que ¡°dein Jesus¡± se sustituye por ¡°so viele¡±. Es imposible no sonre¨ªr por dentro cuando H?ft convierte al sumo sacerdote de los interrogatorios a Jes¨²s en la suegra de Catharina Margaretha Linck, ya que fue ella quien pidi¨® con mayor ensa?amiento que el supuesto marido de su hija fuera ejecutado por estar pose¨ªda por el diablo. ¡°Hohenpriester¡± (sumo sacerdote) y ¡°Schwiegermutter¡± (suegra), dos palabras tetras¨ªlabas llanas, son pros¨®dicamente intercambiables.
Musicalmente, hubo no pocos logros y detalles manifiestamente mejorables. Michael Hell, habitual en Utrecht los ¨²ltimos a?os en todos los proyectos de Thomas H?ft, ha ratificado sus s¨®lidos fundamentos t¨¦cnicos y su capacidad para concertar aun con medios modestos. En la l¨ªnea de los presupuestos defendidos en su d¨ªa por Joshua Rifkin, sus cuatro solistas vocales ejercen tambi¨¦n de coro, aunque no hubiera venido mal contar con otros cuatro ripienistas. Susanne Elmark, la inolvidable Marie en la producci¨®n de Die Soldaten en el Teatro Real, llena sus intervenciones de dramatismo y autoridad vocal. El contratenor alem¨¢n Yosemeh Adjei se excede quiz¨¢s en teatralidad y gesticulaci¨®n, mientras que los dos m¨¢s veteranos del cuarteto, el tenor Markus Sch?fer y el bar¨ªtono Dietrich Henschel, han dejado atr¨¢s su momento de mayor esplendor vocal, aunque suplen posibles carencias con su oficio y sus infinitas horas de vuelo. En los corales se constat¨® que son cuatro voces demasiado diferentes para poder empastar con naturalidad. El benjam¨ªn del quinteto es el tenor Raphael H?hn, un tenor hiperl¨ªrico y con el volumen justo para poder encarnar con solvencia al Evangelista (aqu¨ª un mero narrador laico, por supuesto).
Tambi¨¦n la orquesta cuenta con los medios instrumentales justos, incluida la presencia del contrafagot (el Bassono grosso del manuscrito de Bach), aunque sin las violas d¡¯amore en el arioso ¡°Betrachte, meine Seel¡± (aqu¨ª mudado en ¡°Betrachte, mein Verstand¡±) y el aria ¡°Erw?ge, erw?ge¡±, sustituidas por violines con sordina. A pesar de la plantilla tan reducida, el grupo instrumental se impuso con frecuencia, como es l¨®gico, al cuarteto vocal en los coros, casi siempre faltos de claridad. Hell se decanta por una lectura abiertamente dram¨¢tica, ya desde el imponente coro inicial, dirigido con aut¨¦ntico nervio, y favorece los tiempos r¨¢pidos, en ocasiones quiz¨¢s en exceso, como en el aria con coro ¡°Eilt, ihr angefochtnen Seelen¡±, cuyo primer verso se mantiene tal cual, aunque el G¨®lgota del original se convierte en la ¡°ciudad de la muerte¡± (Todesstadt). Sus peque?as interpolaciones al clave, casi a modo de breves cadencias, entre los versos de algunos corales (n¨²meros 3 y 17, por ejemplo), resultan discutibles, aunque cabe suponer que su funci¨®n es dar m¨¢s tiempo al p¨²blico para que pueda reflexionar sobre el contenido de los (en parte nuevos) textos.
Todos cuantos estaban sobre el escenario cre¨ªan en lo que estaban haciendo y esa convicci¨®n fue percibi¨¦ndose cada vez m¨¢s entre el p¨²blico, sorprendido y removido a un tiempo por el mensaje que estaba transmiti¨¦ndose y por la naturalidad con que iba avanzando el trasvase textual. Los largos aplausos y aclamaciones finales constataron que, lejos de rasgarse las vestiduras, el p¨²blico congregado en el Vredenburg hab¨ªa entendido el mensaje, incluida la pregunta final. El coral conclusivo de Bach reza: ¡°Se?or Jesucristo, esc¨²chame, / ?por siempre quiero alabarte!¡°. Pero la exclamaci¨®n se torna en interrogaci¨®n: ¡°Vosotros, que me escuch¨¢is, ?est¨¢is comprendi¨¦ndome? / Eso ser¨ªa un buen comienzo, seguro¡±. Concluida la Pasi¨®n de Utrecht, no hubo una sola protesta, y eso que las Pasiones de Bach son en los Pa¨ªses Bajos un asunto casi de Estado: en relaci¨®n con su poblaci¨®n, es posible que en ning¨²n otro pa¨ªs del mundo se interpreten estas obras en tan gran n¨²mero como aqu¨ª, donde, por otra parte, ya llevan d¨¦cadas curados de espanto. El compositor Louis Andriessen fue much¨ªsimo m¨¢s lejos con su propia Pasi¨®n seg¨²n San Mateo, protagonizada por una prostituta, Lola Jezus, y estrenada en ?msterdam en 1976. No hay nada, por tanto, de lo que escandalizarse y s¨ª mucho, en cambio, sobre lo que reflexionar.
El tramo central del Festival de Utrecht ha dejado muchos otros momentos para el recuerdo y varios de ellos han estado protagonizados por el tenor franc¨¦s Marc Mauillon. El martes por la ma?ana, en la sala de c¨¢mara del Vredenburg, el Hertz, devolvi¨® la voz y la palabra a una nutrida selecci¨®n de trovadores, desde Guillaume IX de Poitiers, a comienzos del siglo XII, hasta Guiraut Riquier, en activo hasta finales del siglo siguiente. Apenas nos han llegado melod¨ªas de este repertorio, por lo que, para revivirlo, nos movemos inevitablemente en el terreno de la especulaci¨®n. Mauillon recit¨® o cant¨® los textos, tanto en la langue d¡¯oc como en la langue d¡¯oil, con tal maestr¨ªa y tal capacidad de seducci¨®n que lo de menos era cuestionar la autenticidad de las sencillas melod¨ªas con que arrop¨® los versos, impregnados casi desde el primero hasta el ¨²ltimo del fin¡¯amor.
Con el solo apoyo instrumental de un arpa medieval, tocada con la mayor discreci¨®n por su hermana Ang¨¦lique, y diversas flautas (con el a?adido, casi al final, de una cornamusa) confiadas al veteran¨ªsimo Pierre Hamon, Mauillon fue desgranando los versos tristes de Bernart de Ventadorn, de Marcabru, de Jaufre Rudel o de Ricardo Coraz¨®n de Le¨®n con su voz privilegiada: redonda, tersa, d¨²ctil, c¨¢lida, acariciante, envolvente, de un color levemente ocre y con una dicci¨®n poblada de infinitos matices tanto en vocales como en consonantes. Sin recurrir a fantas¨ªas posmodernas, mandaron en todo momento los textos, la poes¨ªa, y su expresi¨®n natural, con peque?os interludios instrumentales para introducir algo de variedad en el constante sucederse de las estrofas, aunque, cantadas as¨ª, con semejante derroche de veracidad y naturalidad, es imposible que asome la monoton¨ªa. El p¨²blico, puesto en pie, aplaudi¨® con ganas el colosal ejercicio de austeridad de Mauillon, que regal¨® fuera de programa un virelai del sucesor natural de los trovadores, Guillaume de Machaut, Quant je sui mis au retour, cantado tambi¨¦n por sus acompa?antes y un peque?o prodigio po¨¦tico y musical. Con artistas as¨ª, el futuro de la m¨²sica antigua est¨¢ en buenas manos.
Rozando el m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa, a partir del mi¨¦rcoles, en la Pieterskerk, Marc Mauillon empez¨® a ofrecer, a raz¨®n de una por noche, las tras casi desconocidas Le?ons de t¨¦n¨¨bres de Michel Lambert, escritas para voz y continuo. Ahora con el acompa?amiento de clave (u ¨®rgano), tiorba y viola da gamba, los tres instrumentos m¨¢s emblem¨¢ticos del Barroco franc¨¦s, Mauillon volvi¨® a dictar otra lecci¨®n de austeridad, recreando las l¨ªneas vocales profusamente melism¨¢ticas (notas y notas para una misma s¨ªlaba) que imagin¨® Lambert para el texto b¨ªblico de Jerem¨ªas con la m¨¢xima concentraci¨®n expresiva. Nada tiene que ver esta m¨²sica con las lamentaciones polif¨®nicas de los compositores renacentistas, puesto que el texto (en un lat¨ªn coloreado por la imprescindible pronunciaci¨®n francesa) nos llega aqu¨ª con toda claridad, desprovisto de superposiciones.
Mauillon, que posee un talento inusual para traducir largas y alambicadas melod¨ªas sin introducir cesuras o acentos y vali¨¦ndose de imperceptibles tomas de aire, volvi¨® a operar el mismo milagro del d¨ªa anterior, solo que en un repertorio cuatro siglos posterior y estil¨ªsticamente muy diferente. Tambi¨¦n aqu¨ª cont¨® con los acompa?antes perfectos: la viola da gamba delicada pero elocuente de Myriam Rignol, la tiorba siempre precisa y contenida de Thibaut Roussel y el clave y el ¨®rgano tan austeros como su propia interpretaci¨®n vocal de Marouan Mankar-Bennis. Los dos ¨²ltimos cantaron con el tenor parte de los responsorios y vers¨ªculos que siguen a cada una de las lecciones. Y juntos o individualmente tocaron martes y mi¨¦rcoles piezas instrumentales coet¨¢neas, perfectamente elegidas, de ?tienne Lemoyne, Louis Couperin, Johann Jakob Froberger, Sainte-Colombe o Ennemond Gaultier. Con su estructura fija, los dos conciertos se desarrollaron con un ritual repetido, invariable, que incluy¨® que, durante la interpretaci¨®n de los responsorios en canto llano, Myriam Rignol se levantara para ir apagando progresivamente las velas repartidas por el altar. Sin apenas levantar la voz, como quien dice, y con un repertorio que parece un enemigo natural de cualquier amago de lucimiento, Marc Mauillon se ha convertido, por m¨¦ritos propios, en uno de los grandes triunfadores del festival y se ha hecho merecedor con creces de su condici¨®n de artista residente de la presente edici¨®n.
Aparte de Mauillon, ha habido estos d¨ªas otras incursiones mod¨¦licas en la m¨²sica medieval, como la de Per-Sonat, con tres m¨²sicos que ya hab¨ªan actuado el lunes, tambi¨¦n en la Pieterskerk, con el Ensemble Leones: Marc Lewon, Sabine Lutzenberger y Elisabeth Rumsey. A ellos se uni¨® el mejor de los vihuelistas de arco actuales, el franc¨¦s Baptiste Romain. Los resultados fueron el jueves tan extraordinarios como entonces, ahora con un monogr¨¢fico dedicado al quiz¨¢ m¨¢s grande de los Minnes?nger medievales: Walther von den Vogelweide. Como sucede con los trovadores, nos han llegado sus textos, pero apenas hay vestigios de su m¨²sica, por lo que Sabine Lutzenberger y su grupo la han tomado de otras fuentes coet¨¢neas, con tan solo dos melod¨ªas compuestas expresamente (y es imposible distinguirlas de las originales) por Romain. Otra vez se impuso la Edad Media aut¨¦ntica, sin colores chillones ni sobreabundancia de voces o instrumentos, con gui?os constantes entre los cuatro m¨²sicos, que comulgan con los mismos presupuestos interpretativos, huyen de cualquier exceso y consiguen que lo complejo parezca extraordinariamente sencillo.
El tema central de esta edici¨®n del festival ¡ªla m¨²sica galante, a caballo entre el final del Barroco y el comienzo del Clasicismo¡ª ha seguido tambi¨¦n presente, por supuesto. Y, en este apartado, caus¨® una sensacional impresi¨®n en la Geertekerk Le Caravans¨¦rail, el grupo que dirige el clavecinista Bertrand Cuiller, que dedic¨® su programa a la m¨²sica de Wilhelm Friedemann y Johann Christian Bach, arropada por la de su padre, Johann Sebastian, y un extraordinario concierto para clave de Johann Gottlieb Goldberg, que da nombre a las variaciones de la cuarta parte del Clavier-?bung, una presencia perfecta para acompa?ar la inusual interpretaci¨®n de los catorce c¨¢nones sobre el bajo del aria, una rareza (y un desaf¨ªo t¨¦cnico e intelectual) que Cuiller y sus m¨²sicos plantearon de manera extraordinaria. En conjunto, y en este formato de solista de teclado y un reducido grupo instrumental, el suyo fue el mejor y m¨¢s interesante de los conciertos de esta semana, mucho mejor preparado y mucho m¨¢s atractivo que el m¨¢s anodino de Il Gardellino y Olga Pashchenko en la misma iglesia el mi¨¦rcoles por la tarde, centrado en las tres sonatas para teclado de Johann Christian Bach que el adolescente Mozart transform¨® en conciertos con solista.
En el ¨¢mbito vocal, ese privilegio deber¨ªa quiz¨¢ concederse a Cantar Lontano, que ofreci¨® el jueves en la catedral un concierto en el que la originalidad de su planteamiento (m¨²sica sacra a partir de presupuestos arm¨®nicos extremos de Carlo Gesualdo y sus contempor¨¢neos) estuvo a la misma altura que la excelencia de su interpretaci¨®n. Marco Mencoboni es un m¨²sico tocado por el genio, capaz de alumbrar momentos de m¨¢xima intensidad espiritual, como sucedi¨® en las dos versiones de O vos omnes de Gesualdo (las de sus colecciones 1603 y 1611) y, sobre todo, en la pieza interpretada fuera de programa, la ant¨ªfona Alma redemptoris mater, del espa?ol Diego Ortiz, una presencia natural en un contexto dominado por los compositores napolitanos. El concierto hab¨ªa comenzado con una obra instrumental suya, la Recercata segunda sopra ¡®O felici occhi miei¡¯ (con el cornetista David Brutti encaramado en lo alto de la galer¨ªa del gran ¨®rgano de la catedral) y no pod¨ªa conocer mejor conclusi¨®n.
Tambi¨¦n ha habido decepciones, claro: la mayor de todas, la del violinista espa?ol Javier Lupi¨¢?ez y su grupo Scaramuccia, que se mostraron incapaces de afrontar con unas m¨ªnimas garant¨ªas t¨¦cnicas un programa dominado por las obras muy exigentes de Johann Georg Pisendel: en no pocos momentos se borde¨® la cat¨¢strofe. El veterano Andreas Staier ratific¨® en la Lutherse Kerk que ya no es el asombroso artista de anta?o y que el declive f¨ªsico ha empezado a pasarle factura: hubo deslices para todos los gustos (sobre todo en el primer preludio y fuga de Bach) y su Carl Philipp Emanuel Bach ha sido, con mucho, el menos interesante y personal de los escuchados aqu¨ª estos d¨ªas. En el escenario que congrega siempre a los incondicionales del clave, tocaron el martes Jean Rondeau, algo desconcentrado y por debajo de su nivel habitual, y el mi¨¦rcoles su compatriota Louise Acabo, que ha ratificado la excepcional clase mostrada en a?os anteriores. Cuesta imaginar en el repertorio franc¨¦s (altern¨® obras de Gaspard Le Roux y Elisabeth Jacquet de la Guerre) un int¨¦rprete m¨¢s perfecto, hondo y comunicativo que ella, a pesar de su juventud.
Fue interesante escuchar una Pasi¨®n-pasticcio (mayoritariamente de Carl Heinrich Graun) a la Nederlandse Bachvereniging, mucho m¨¢s entonada que en el concierto inaugural, como lo fue, asimismo, la propuesta de una macroorquesta barroca (doce primeros violines, otros tantos violonchelos, ?seis fagotes!) de Alexis Kossenko y Les Ambassadeurs ¨C La Grande ?curie, rememorando la grandeza y el esplendor sonoro de las fiestas reales en Versalles. Ante esta avalancha de excelentes m¨²sicos franceses, que viene repiti¨¦ndose desde hace a?os en Utrecht, uno se siente tentado de afirmar que no hay otro pa¨ªs en Europa con un panorama interpretativo tan rico y diverso en el ¨¢mbito de la m¨²sica antigua. En el extremo opuesto, el de la m¨¢xima intimidad, fueron una joya el recital para traverso solo de Rachel Brown y el concierto nocturno que ofrecieron Stephan MacLeod y Kristian Bezuidenhout con Lieder (es uno de los padres del g¨¦nero) de Carl Philipp Emanuel Bach, sobre el que arroj¨® mucha luz Christine Blanken en una conferencia matinal en la Janskerk el jueves por la ma?ana. El toque de humor lo han puesto, como es habitual en los ¨²ltimos a?os, Thomas H?ft y Michael Hell con un espect¨¢culo teatral en la Paardenkatedraal ambientado en Sanssouci y centrado en la pasi¨®n de Federico el Grande por el teatro y los personajes de la commedia dell¡¯arte. Aunque tambi¨¦n aqu¨ª se cuela a trav¨¦s del marco de un cuadro la tragedia de un amor prohibido: el que uni¨® al entonces pr¨ªncipe heredero y el teniente Hans Hermann von Katte, decapitado por orden de Federico Guillermo I, que oblig¨® a su hijo a presenciar la ejecuci¨®n. La Pasi¨®n de Utrecht, como al comienzo.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.