Joan Manuel Serrat: el ¨²ltimo gran d¨ªa
El artista se despide de los escenarios en Barcelona con un concierto emocional, mezcla de contenci¨®n y alegr¨ªa, y con un p¨²blico conmovido
Hay pocas cosas en la vida que se hacen sabiendo que esa, precisamente esa, es la ¨²ltima vez que se hacen. La vida no suele dejar muchas despedidas conscientes, pasan cosas que un d¨ªa dejan de pasar y ya est¨¢. Eso hay que agradecer a Joan Manuel Serrat (Barcelona, 78 a?os): haber brindado a su p¨²blico una despedida oficial. ¡°Proclamo mi despido por voluntad propia¡±, dijo al iniciarse la noche. S¨ª, compondr¨¢, cantar¨¢ e incluso igual aparece en alg¨²n escenario como invitado, pero nunca m¨¢s Serrat ser¨¢ Serrat en concierto. Era la ¨²ltima vez, en un Palau Sant Jordi lleno, con todo el p¨²bico sentado. All¨ª se despidi¨® tambi¨¦n de aquel chaval que hace d¨¦cadas sinti¨® por vez primera el v¨¦rtigo de cantar ante alguien m¨¢s que amigos y familia. La noche del viernes, tras seis d¨¦cadas de escenarios, todo el mundo fue su familia en el adi¨®s. En su ciudad natal. Y se emocionaron hasta las sillas.
Porque Serrat deja los escenarios de verdad, no como un torero de coleta de quita y pon. Saber retirarse es un ¨¦xito y el que fue noi del Poble Sec nota que su hora ha llegado. Antes partir que decaer tirando solo de la admiraci¨®n y empat¨ªa de un p¨²blico que se lo perdonar¨ªa todo por lo que le debe. Partir y dejar una noche para la historia, esas noches en las que una multitud, m¨¢s de 15.000 personas en su postrer concierto, incontables en los otros 71 de la gira, parecen una sola persona porque sienten lo mismo, cada uno con sus recuerdos. S¨ª, Serrat ha escogido el momento, cercana su octava d¨¦cada de vida (cumple el martes 79 a?os ), tras hilvanar la cr¨®nica musical de los cambios que su barrio, su ciudad, su pa¨ªs y el mundo entero han protagonizado en este tiempo. Por eso el ambiente era una mezcla de congoja y alegr¨ªa, de sentimientos vividos hacia dentro, como la planta que toma el agua de la tierra sin que nadie lo vea. Y de aplausos y ovaciones hacia afuera, como cuando la flor se abre y se muestra sin pudor. Un entusiasmo paciente y c¨¢lido, propio de un p¨²blico ya granado, ese que precisamente sabe lo que Serrat quiere decir con canciones como Temps era temps, encargada de abrir un adi¨®s al que ¨¦l mismo quiso rebajar el octanaje con bromas que quer¨ªan combatir pesadumbres. Los recuerdos no pueden anclar la vida reboz¨¢ndola en tristeza, son escalones de la memoria. Tambi¨¦n de la vejez.
Dado que estaba en casa, el repertorio vari¨® con respecto a otros conciertos, y el catal¨¢n gan¨® peso en el cancionero mediante gemas como Seria fant¨¤stic o la juvenil Me¡¯n vaig a peu que compartieron protagonismo en el arranque del recital con esa Can?¨® de bressol en la que tambi¨¦n suena el castellano, algo muy propio de quien ya mezcla ra¨ªces en su propio nombre de pila. Estaba emocionado Serrat y su voz, con huellas de d¨¦cadas de vida y de profesi¨®n, temblaba al hablar, como tambi¨¦n lo hac¨ªa al cantar, otorg¨¢ndole as¨ª la autoridad del abuelo que cuenta a sus boquiabiertos nietos cosas que ellos a¨²n no saben que recordar¨¢n de por vida. Ese abuelo al que cant¨® en El carrusel del Furo. Y aunque ¡°los nietos¡± de Serrat fuesen la noche del viernes tambi¨¦n abuelos en sus vidas, y conozcan de primera mano alguna de las cosas que les cont¨®, no dejaron de ser criaturas rejuvenecidas por el cancionero de Serrat. En realidad, todo el p¨²blico fue a la vez abuela, madre y nieto, incluidos el presidente Pedro S¨¢nchez (50 a?os) y Ada Colau (48), dos representantes del nutrido grupo de pol¨ªticos presentes en el concierto.
Y todo ello fue as¨ª porque Serrat ha explicado el mundo con palabras tan llanas que parece, craso error, que cualquiera podr¨ªa escribirlas: lo intrincado de la llaneza. El costumbrismo puede ser solo polvo sobre un objeto, pero el costumbrismo de Serrat es el objeto mismo, es la vida hecha canci¨®n con palabras enhebradas por una sensibilidad de calle, de barrio, ni cursi ni barroca, sencilla y honda. Y ya se sabe que las canciones son lo ¨²ltimo que el cerebro borra cuando vuela hacia las nubes del olvido.
As¨ª, la ¨²ltima noche de Serrat sobre un escenario fue una noche de recuerdos. ?l, de americana marr¨®n estampada, camisa y pantal¨®n negros de calle, el entarimado tapizado por atr¨¢s en rojo, con una pantalla en la que convivieron corazones, fotos en blanco y negro, una Gioconda trasteada, tiovivos, vi?etas de tebeo, grafitis, cielos, la soledad de Hopper, la mirada incandescente de Picasso o las calles de Barcelona. Y Serrat no permiti¨® que la melancol¨ªa arrugase una velada tan tersa, intentando pilotar la nave hacia la diversi¨®n que ¨¦l prometi¨® en sus primeras alocuciones. Lo ayudaron una banda de c¨®mplices encabezada por Josep Mas Kitflus y Ricard Miralles, completada con David Palau, ?rsula Amarg¨®s, Vicente Climent, Raim¨®n Ferrer y Jos¨¦ Miguel P¨¦rez Sagaste, un grupo con contrabajo y viola, con saxos y clarinete, teclados y piano, bater¨ªa acariciada y unos arreglos que en ocasiones enmascaraban la canci¨®n hasta que sus primeras palabras situaban al p¨²blico, que entonces aplaud¨ªa. Y, en un buen ramillete de piezas, Serrat con su guitarra, no necesaria musicalmente, s¨ª para fijar aquella imagen del chaval que comenzaba cuando las neveras eran armarios con una barra de hielo.
No sospechaba entonces que se comer¨ªa el mundo hasta en tiempos de metaverso. Ca¨ªa No hago otra cosa que pensar en ti, el p¨²blico cantaba y se mec¨ªa. Y quedaba claro que mirar con ternura es m¨¢s f¨¢cil que escribir sobre amor como Serrat lo ha hecho. De igual manera que el ecologismo de soflama marchitaba en comparaci¨®n con Pare o Plany al mar, donde el Palau volv¨ªa a caer en la cuenta de la fealdad de unos tiempos que han llenado el mar de cad¨¢veres y de pl¨¢stico, como record¨® present¨¢ndolas en una noche de invierno con temperatura casi primaveral. Pero, por una vez, lo feo se qued¨® en la puerta de lo que fue un par¨¦ntesis emocional que casi pudo medirse en escala Richter. Todo el mundo se desped¨ªa de algo ¨ªntimo despidi¨¦ndose de Serrat.
El repertorio sobrepas¨® la veintena de canciones, con leves diferencias entre los tres conciertos barceloneses (incluy¨® Pueblo Blanco por ejemplo). En el fondo, detalles sin apenas importancia ante lo oce¨¢nico de la muestra, un generoso paseo por una carrera m¨¢s larga que la dictadura que lo mantuvo un tiempo en M¨¦xico, exiliado. Cada cual debi¨® echar en falta alguna composici¨®n, pero de igual manera que contar estrellas en el cielo conduce a dejarse alguna, un repertorio a medida de cada asistente tendr¨ªa al p¨²blico a¨²n all¨ª, con un Serrat sin lumbares de tanta reverencia para agradecer todos y cada uno de los aplausos, mucho m¨¢s nutridos que en su concierto del martes. Como esas ovaciones que desat¨® Mediterr¨¢neo, m¨¢s que un himno, que lo es, una canci¨®n de amor; esa emoci¨®n que a ¨¦l mismo le embarg¨® presentando y cantando Nanas de la cebolla bajo la ominosa presencia de una ventana carcelaria que evoc¨® a la que no rest¨® a Miguel Hern¨¢ndez un ¨¢pice de belleza al escribir un poema para su mujer y su hijo, ambos hambrientos mientras ¨¦l se agostaba en prisi¨®n. O esa sensaci¨®n de escalofr¨ªo propia de La tieta, delicado y humano retrato de soledad en femenino singular.
Pero, por otro lado, la alegr¨ªa, imprescindible en las buenas despedidas, vino servida por Hoy puede ser un gran d¨ªa, que lo fue, claro, un Cantares cantado por el p¨²blico y antesala de la emocionante Paraules d¡¯amor, cuando todo el mundo fue Serrat al entonarla. ?l, mucho m¨¢s pleno que en su primer concierto barcelon¨¦s de despedida, dijo en broma que le hab¨ªa fallado al p¨²blico por no llorar, cosa imposible sonando Fiesta como casi cierre de su carrera en directo. Porque despu¨¦s, solo en escena, sobre un taburete que apenas us¨® durante la noche, agradeci¨® a su familia, amigos como Salvador Escamilla, Quico Sabater y Joan Oll¨¦, y a la m¨²sica todo lo que le hab¨ªan dado.
Comenz¨® a interpretar Una guitarra hasta que hubo de cambiarla porque, dijo, no funcionaba. La cambi¨® y, ahora s¨ª, una canci¨®n seminal de 1965 cerr¨® su carrera y un concierto que fue mucho m¨¢s que un concierto, porque anoche el Sant Jordi celebr¨® el paso del tiempo y las cosas que hacen recordar lo que de la vida ha quedado prendido en el ayer. Y lo hizo con una mezcla ins¨®lita de alegr¨ªa, contenci¨®n, l¨¢grimas, evocaciones, consciencia de la vejez y orgullo de su p¨²blico por ser parte de algo tan intangible y s¨®lido como haber seguido a Serrat en sus conciertos, en sus discos, en sus melod¨ªas, en sus letras. ?l ha logrado quitarse el vicio de cantar, nombre de su gira, en directo y ahora solo lo har¨¢ para sus ¨ªntimos. Para los dem¨¢s queda el inicio de una abstinencia que no tendr¨¢ fin, pero que gracias a c¨®mo Serrat plante¨® su adi¨®s tuvo un principio al que agarrarse. Una nueva ¨¦poca se inicia. Excelente noticia cuando se peinan canas.
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