Las vidas virtuales
El cap¨ªtulo #19 de ¡®El mundo entonces¡¯ trata sobre los grandes cambios de la virtualidad. En tiempos del selfie, las personas pasaban m¨¢s tiempo en sus ¡°m¨®viles¡± que en sus lugares f¨ªsicos. El mundo virtual cambi¨® las vidas, las formas de vivirlas
Aquel a?o una novedad absoluta sacudi¨® el cyberespacio. Los medios de comunicaci¨®n no le hicieron mucho caso: si acaso constataban que TikTok, una ¡°aplicaci¨®n¡± que reproduc¨ªa imagen y sonido en trozos cortos, hab¨ªa sido la m¨¢s frecuentada por el p¨²blico. Dec¨ªan que en 2022 hab¨ªa superado en visitantes a Google y en permanencia a Youtube, y que hab¨ªa llegado a los 1.000 millones de usuarios en cinco a?os, la mitad de lo que hab¨ªa tardado Facebook.
TikTok era un sistema de reproducci¨®n de ¡°v¨ªdeos¡± con peque?as historias, bailes, chistes, intimidades p¨²blicas, noticias incluso. Para verlos no hab¨ªa que armar listas o buscar amigos: tras unos pocos usos, la propia aplicaci¨®n decid¨ªa qu¨¦ le gustar¨ªa a cada quien ¡ªy dicen que no sol¨ªa equivocarse. Suponemos que sus algoritmos eran los mejores para extraer y analizar la informaci¨®n de sus usuarios. O que quiz¨¢s esos usuarios gustaban de adaptarse a la imagen de ellos mismos que les presentaba el algoritmo.
Pero nada de esto habr¨ªa sido tan significativo si no fuera por un dato: TikTok era china. O sea que, por primera vez desde la invenci¨®n de la inter-net, una aplicaci¨®n ¡°extranjera¡± quebraba el monopolio de las norteamericanas. Tambi¨¦n en ese espacio virtual la escalada oriental se confirmaba. TikTok era, de varias maneras, una gran met¨¢fora de ese momento de la historia.
Porque el ¡°cyberespacio¡± segu¨ªa siendo el lugar. Las grandes corporaciones digitales (ver cap.18) ten¨ªan sitios y canales para casi todos los sectores del mundo, y casi todos los sectores del mundo los usaban. En cada momento la mitad de los habitantes del planeta estaba conectado a sus servicios. Y los ¡°sistemas operativos¡± de los ordenadores m¨®viles de bolsillo eran un buen ejemplo de ese copamiento del mercado: solo dos empresas lo controlaban por completo. Apple, la elegante, manejaba el 16 por ciento con su ¡°iOS¡±; Google, la popular, controlaba todo el resto con su ¡°Android¡±.
En solo cinco a?os, entre 2017 y 2022, la circulaci¨®n de informaci¨®n en las redes se hab¨ªa multiplicado por ocho, y casi todo el aumento ven¨ªa de la transmisi¨®n de im¨¢genes animadas. El 71 por ciento del consumo de la inter-net consist¨ªa en mirar ¡°v¨ªdeos¡± ¡ªsobre todo en TikTok, Youtube y Netflix¡ª: a esos efectos, la red se hab¨ªa transformado en una gran televisi¨®n a la carta. Pero, adem¨¢s, cada minuto de esos d¨ªas se mandaban unos 70 millones de mensajes llamados ¡°whatsapp¡±, se realizaban tres millones de ¡°b¨²squedas¡± en Google, se inclu¨ªan 575.000 frases sa?udas en Twitter, 65.000 ¡°foto-graf¨ªas¡± ¡ªim¨¢genes fijas¡ª en Instagram, 240.000 en Facebook y as¨ª de seguido. Otros usos eran muy impresionantes: en un per¨ªodo en que tantos anunciaban el final de la cultura escrita, cada d¨ªa se mandaban 300.000 millones de ¡°mails¡±. La mitad era ¡°spam¡±, porquer¨ªas autom¨¢ticas, pero la otra mitad no: cada d¨ªa los 4.000 millones de usuarios del correo electr¨®nico se asestaban 150.000 millones de mails que hab¨ªan escrito. S¨ª: 150.000 millones de correos cada d¨ªa. Esa gente, se ve, ten¨ªa tanto que decirse.
(Aquel mundo rebosaba de im¨¢genes que nadie mirar¨ªa. Un documento de ¨¦poca aseguraba que en 2020 la humanidad hac¨ªa en un minuto m¨¢s fotos que todas las que se hab¨ªan hecho en todo el siglo XIX. Ya en 1990 se hac¨ªan muchas, pero la invenci¨®n del digital y los ordenadores m¨®viles de bolsillo dispararon las cifras: alguien calcul¨® que en 2020 se hab¨ªan gatillado m¨¢s de un mill¨®n de millones de fotos ¡ªde las cuales cada vez m¨¢s eran ¡°selfies¡±, im¨¢genes que pon¨ªan en primer plano a su autor. El selfie ¡ª?la selfie?¡ª triunfaba: la sociedad del yo aburrido los o las favorec¨ªa mucho. Si alguien no sab¨ªa qu¨¦ decir ni qu¨¦ mostrar era f¨¢cil dirigir su c¨¢mara-tel¨¦fono a s¨ª mismo, mirarla, componer la sonrisa, apretar, ¡°compartirlo¡± en las redes y ofrecer un momento de sociabilidad basada en lo que m¨¢s importaba: la imagen, la apariencia, yo. Para lo cual se fue armando un protocolo simple pero eficaz: hab¨ªa que mirar a la c¨¢mara, torcer un poco la cabeza y sonre¨ªr. Nunca en la historia tantas personas sonrieron tanto; nunca en la historia las sonrisas signficaron tan poco ¡ªsalvo el privilegio de clase de exhibir unos dientes refulgentes.
Como predec¨ªa entonces un autor afilado: las personas se hab¨ªan pasado milenios sin preocuparse demasiado por su apariencia porque, para empezar, no la ve¨ªan y, para seguir, nadie pod¨ªa registrarla. Y que en esos d¨ªas, tras la explosi¨®n de las im¨¢genes, volver¨ªan a despreocuparse porque estaban hartos de verse y todos registraban todo todo el tiempo.)
Esas redes, las m¨¢s vastas que el mundo hab¨ªa conocido hasta entonces, ofrec¨ªan a cada quien la posibilidad de mirar escuchar leer lo que quisiera: les propon¨ªan tantas posibilidades ¡ª¡±un poquito de todo todo el tiempo¡±¡ª que era imposible concentrarse en ninguna. Uno de los rasgos m¨¢s fuertes de la ¨¦poca fue la dispersi¨®n, la imposibilidad de mantener la atenci¨®n, el devaneo. Alguien entonces se quejaba de que ¡°la Red me crea un hambre que no puede saciarse, que me obliga a saltar de platillo en platillo¡±. Era, dec¨ªan, como vivir en un tapeo incesante, picoteo que nunca se completa, mordisqueos que solo sirven para darte m¨¢s hambre.
Y as¨ª, en esos saltitos sin freno, cada quien se armaba su mundo. All¨ª tambi¨¦n la paradoja: tanta informaci¨®n compartida y disponible permit¨ªa que cada uno se recluyera en un espacio hiperindividual, organizado por ¨¦l mismo a su medida. Nunca las personas hab¨ªan estado tan numerosamente comunicadas; nunca estuvieron m¨¢s encerradas en s¨ª mismas.
Y empezaron a producirse cambios que todav¨ªa nos sacuden. En aquellos tiempos primitivos de las redes, nada hab¨ªa cambiado tanto como eso que podr¨ªamos llamar la ¡°deslocalizaci¨®n de las relaciones personales¡±: tras milenios en que los encuentros se produc¨ªan cuando dos o m¨¢s personas coincid¨ªan en un mismo lugar, aquellas m¨¢quinas inauguraron la era en que eso dej¨® de ser central y las personas empezaron a relacionarse m¨¢s all¨¢ de su localizaci¨®n. Pod¨ªan encontrarse desde lugares muy lejanos: circulaba la sensaci¨®n de que la distancia ya no era lo que hab¨ªa sido. O, para decirlo m¨¢s preciso: fue entonces cuando el mundo material dej¨® de ser el sitio donde suced¨ªan las relaciones humanas. La virtualidad los hizo ubicuos: alguien pod¨ªa ¡°estar¡± en varios sitios al mismo tiempo, interactuar en tiempo real con personas ubicadas en los espacios m¨¢s diversos. Empez¨® a imponerse la evidencia de que estar en un lugar no significaba estar solo en ese lugar, y los hombres y mujeres se sintieron liberados de uno de los yugos m¨¢s persistentes, m¨¢s aparentemente f¨¦rreos de su historia: el tiempo sigui¨® condicion¨¢ndolos, el espacio mucho menos. La noci¨®n misma de la ¡°unidad de tiempo y espacio¡± se agrietaba.
(El mundo en red hab¨ªa inaugurado una forma rara de coexistencia y simultaneidad globales. Para empezar, se relacionaban personas en momentos diferentes: no era raro que en una reuni¨®n virtual unos acabaran de levantarse y otros tuvieran prisa por cenar. Y todo pasaba en un tiempo unificado: hasta entonces lo que le suced¨ªa a una persona, cuando estaba lejos, suced¨ªa sin que los suyos lo supieran y era, por un lapso variable, como si no hubiera sucedido; entonces ya no.)
En paralelo, el hecho de tener todo el saber de la humanidad archivado en circuitos ¡ªinmediatamente¡ª accesibles hizo que la duda se volviera un lujo, algo superfluo que nadie se permit¨ªa ejercer: fue ah¨ª cuando empez¨® la costumbre de que cualquier interrogante se consultara y despejara de inmediato ¡ªlo cual, como sabemos, tuvo consecuencias decisivas sobre nuestras maneras de pensar. Las personas empezaban a descubrir que ten¨ªan acceso directo a la memoria mundial y que no val¨ªa la pena tratar de recordar cosas que sus m¨¢quinas recordar¨ªan mucho mejor. Empezaba esa externalizacion de la memoria que hoy nos parece tan normal; lo que nos cuesta imaginar ahora es la incre¨ªble cantidad de datos que un cerebro com¨²n deb¨ªa ¡ªy pod¨ªa¡ª recordar en esos tiempos. Y, curiosamente, se discut¨ªa si toda esa capacidad cerebral humana que se liberar¨ªa ser¨ªa usada por cada hombre o mujer para alg¨²n fin interesante o si se perder¨ªa por falta de uso ¡ªlo cual, como sabemos, tambi¨¦n tuvo consecuencias decisivas sobre nuestras conductas. ¡°?Para qu¨¦ nos sirve hoy la cabeza? Antes sirvi¨® para memorizar. En la modernidad sirvi¨® para ordenar. Hoy se le exige escuchar, mutar e inventar¡±, dijo un fil¨®sofo ¡ªoptimista¡ª de esos d¨ªas.
Aquella era, todav¨ªa, una comunicaci¨®n mediatizada e imperfecta ¡ªlas m¨¢quinas segu¨ªan interponi¨¦ndose¡ª pero fue el primer paso de lo que vendr¨ªa. Quiz¨¢s una de sus mayores anticipaciones fue que esas redes consiguieron sentar la sensaci¨®n de que las cosas importantes pasaban all¨ª: que el mundo material ¡ªcomer, dormir, tocar, trabajar, esas cosas¡ª era el soporte necesario para que las personas pudieran adentrarse en el mundo importante, el espacio virtual. Lo cual se ve¨ªa a cada momento, en cada lugar. En cuanto cumpl¨ªan con su necesidad ¡ªen cuanto se sentaban en el asiento del autob¨²s o de su sala o de su ba?o¡ª las mayor¨ªas se encerraban en su red. El tiempo de uso medio por persona pod¨ªa ir desde las 10 horas diarias en Filipinas o Brasil o Tailandia hasta las cinco en Australia, Austria, Corea ¡ªpara una media mundial de poco menos de siete horas por d¨ªa. Muchas personas pasaban m¨¢s tiempo ¡°conectadas¡± ¡ªcomo sol¨ªa decirse, en un nuevo uso revelador de una vieja palabra¡ª que durmiendo.
Y muchas, tambi¨¦n, pasaban tanto tiempo intentando recordar qui¨¦nes eran. La identidad simple del nombre y el documento estatal hab¨ªa sido suplantada por una mir¨ªada de identidades: todos los alias ¡ª¡°usuarios¡±¡ª y claves ¡ª¡°contrase?as¡±¡ª que cada quien ten¨ªa que manejar para acceder a sus espacios favoritos. No era f¨¢cil ¡ªcomentan textos de la ¨¦poca¡ª tener que recordar que uno era tantos. Hab¨ªa pro-gramas que lo hac¨ªan, pero muchas personas no confiaban en ellos: la sustracci¨®n o la p¨¦rdida de una de esas identidades pod¨ªa producir diversos da?os. As¨ª que cada cual ten¨ªa que recordar qui¨¦n era seg¨²n d¨®nde estaba: esa falsa multiplicidad se podr¨ªa interpretar, ahora, como una especie de signo precursor.
Otros cambios eran f¨ªsicos, veloces. Un ejemplo de la influencia de lo virtual en lo real fueron las grandes mutaciones urbanas que produjo un peque?o pro-grama de alquiler de pisos y habitaciones llamado Airbnb. Dise?ado primero para que particulares alquilaran por pocos d¨ªas sus propias viviendas, r¨¢pidamente fue copado por empresas que compraron docenas de apartamentos para arrendarlos. Los llamaron ¡°pisos tur¨ªsticos¡± y cambiaron radicalmente, en muy poco tiempo, los centros de las ciudades m¨¢s ¡°bonitas¡± ¡ªm¨¢s visitadas¡ª de Europa (ver cap.14). Viejas capitales como Par¨ªs, Roma, Barcelona, Amsterdam vieron c¨®mo sus barrios m¨¢s tradicionales se quedaban sin sus vecinos, que no pod¨ªan pagar lo que un piso recaudaba cuando lo alquilaban a los visitantes ¡ªy, as¨ª, esas calles se vaciaron y transformaron en grandes escenograf¨ªas huecas, caricaturas de s¨ª mismas.
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La inter-net cambi¨® demasiadas cosas, y no podemos ser exhaustivos. Pero entre ellas destacaban, por ejemplo, los rituales de cortejo. Aparecieron en esos a?os unos pro-gramas de citas ¡ªTinder, hetero, y Grindr, homo, sobre todo¡ª que produc¨ªan un mill¨®n de encuentros por semana entre sus 60 millones de inscriptos en base a calificaciones y ¡ªen el sentido m¨¢s estricto de la palabra¡ª discriminaciones: su tesoro eran los algoritmos que iban clasificando cada nuevo inscripto en categor¨ªas definidas por edad, poder adquisitivo, intereses varios y, sobre todo, el supuesto atractivo f¨ªsico definido por normas que suenan a parodia: musculatura en los hombres, curvas en las mujeres, ojos m¨¢s claros que oscuros, caras angulosas, dientes blancos en sonrisas opas. As¨ª el pro-grama armaba grupos diferenciados que les serv¨ªan para juntar a ¡ªdigamos¡ª parecidos. Sus due?os y operadores dec¨ªan que as¨ª ofrec¨ªan m¨¢s posibilidades de que el rejunte funcionara; tambi¨¦n es cierto que era una manera de pre-juzgar sobre las condiciones del amor o de un buen polvo. Ayudaban a mantener un orden, las viejas diferencias: se aseguraban de que los ricos y bonitos se encontraran entre ellos y que a una chica despampanada y pretenciosa no le tocara un guardia chaparrito. Gracias a tanta precisi¨®n, en el MundoRico estos pro-gramas se convirtieron en la forma m¨¢s habitual de conocer parejas ¡ªde baile, de cama, de vida¡ª para los j¨®venes y no tan j¨®venes. Autores de esos d¨ªas suponen que su desarrollo se aceler¨® por la difusi¨®n de esas convenciones que consideraban agresivo, inapropiado, que una persona se acercara a otra en un bar o un transporte o en la calle o incluso en ciertas fiestas ¡ªlas formas en que desconocidos sol¨ªan conocerse antes (ver cap.5). Y entonces los pro-gramas de citas sirvieron para llenar ese vac¨ªo.
Es posible, aunque no podamos demostrarlo. En cualquier caso, conocer a alguien apropiado siempre hab¨ªa sido un azar: justo esa noche estaba ah¨ª, justo ese amigo era amigo de ese chico, justo a esa chica se le cay¨® el bolsito. Es cierto que era un azar habitualmente limitado por los sectores, los ambientes, la circulaci¨®n que cada cual manten¨ªa ¡ªpero ten¨ªa sus excepciones. Con estos pro-gramas cualquier azar era reemplazado por una cuidadosa estratificaci¨®n y calificaci¨®n: los lindos con los lindos, los ricos con los ricos, las feas con los horribles. En cualquier caso, el negocio de estos servicios era, tambi¨¦n, la enorme cantidad de datos ¡ªm¨¢s y m¨¢s ¨ªntimos¡ª que pod¨ªan sacar a sus usuarios y vend¨¦rselos a las compa?¨ªas que los usaban para dirigir sus ofertas y sus publicidades (ver cap.18).
Pero estos lugares de citas no estaban, por supuesto, ni cerca de la cantidad de visitas que ten¨ªan los diversos espacios de pornograf¨ªa. Algunos c¨¢lculos aseguraban que, aunque solo el 4 por ciento de los sitios web ofrec¨ªan esos materiales ¡ªregistros visuales de hombres y mujeres entremezclando cuerpos excesivos¡ª, alrededor del 20 por ciento de las b¨²squedas preguntaban por ellos. En los Estados Unidos los hab¨ªan medido: el 87 de sus hombres lo miraba por lo menos una vez por semana; sus mujeres, tres veces menos. En cualquier caso, la carne entreverada era una de las grandes ofertas de la inter-net: por momentos parec¨ªa extraordinario que tanta invenci¨®n, tanto trabajo, desembocaran en algo tan arcaico.
Pero el quinto lugar m¨¢s visitado de la red ¡ªpor delante del primer porno, un tal Youporn, de nombre inclusivo¡ª era una especie de milagro. Wikipedia era un espacio-enciclopedia construido en colaboraci¨®n por millones de usuarios que escrib¨ªan, correg¨ªan y completaban cada art¨ªculo y, con esa labor colectiva, los mejoraban constantemente. Fue un cambio radical en la concepci¨®n del saber: ya no depend¨ªa de una supuesta autoridad, como en los viejos diccionarios y otras enciclopedias, sino de la colaboraci¨®n de muchos. Wikipedia se revolv¨ªa contra el poder de los sapientes, y era democr¨¢tica en el mejor sentido de la palabra (ver cap.10): no se basaba en la cantidad, en la mera acumulaci¨®n, sino en las interacciones de esos millones de usuarios que conformaban un saber colectivo como nunca ¡ªhasta entonces¡ª hab¨ªa podido cristalizar en un espacio com¨²n. Hubo, por supuesto, quienes intentaron la traslaci¨®n de este modelo a la pol¨ªtica. Ya sabemos lo que sucedi¨®.
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Curiosamente, en ese momento las redes todav¨ªa ofrec¨ªan la ilusi¨®n de la ¡°libertad de expresi¨®n para todos¡±. Era cierto que todos los que quisieran pod¨ªan expresar sus opiniones; tambi¨¦n lo era que se las expon¨ªan a sus pr¨®ximos y, m¨¢s en general, a aquellos que las compart¨ªan. Una de las caracter¨ªsticas de casi todas estas redes era que pon¨ªan en contacto a los que ten¨ªan intereses e ideas comunes: creaban comunidades de hecho que se ilusionaban pensando que todos cre¨ªan lo que ellos cre¨ªan ¡ªporque se encerraban en esos retiros o retretes. El viejo sistema de las tribus urbanas se reproduc¨ªa con nuevos medios t¨¦cnicos.
Las redes tambi¨¦n ofrec¨ªan la ilusi¨®n de que todos ten¨ªan el mismo derecho a expresarse, que un empleado sin estudios pod¨ªa debatir con un analista famoso o una pol¨ªtica con poder o el cantante de moda. Y era cierto que el derecho exist¨ªa, y que el debate pod¨ªa eventualmente suceder en esas ¡°redes¡±, pero, en la realidad, los poderes habituales ¡ªgrandes compa?¨ªas, jefes pol¨ªticos, famosos varios, influencers¡ª lo ten¨ªan tanto m¨¢s grande.
(Se hab¨ªa constituido una especie de ¡°sociedad declarativa¡±: muchas personas que quer¨ªan intervenir de alg¨²n modo en la cosa p¨²blica lo hac¨ªan ¡°participando¡± en disputas en Twitter, Facebook y otras redes. Su intervenci¨®n, entonces, ya no necesitaba desplazamientos o encuentros u otras molestias; consist¨ªa en arrojar una frase, una imagen o lo que entonces se llamaba un ¡°like¡± ¡ªun corazoncito que indicaba que el que lo ofrec¨ªa estaba de acuerdo con lo que se dec¨ªa. Y se daban por m¨¢s o menos satisfechos, m¨¢s o menos activos: hab¨ªan dejado sentada su posici¨®n ¡ªsin dejar de estar sentados.)
En las redes las jerarqu¨ªas estaban obscenamente claras: se med¨ªan en cantidad de ¡°seguidores¡±. Pocas veces el ¡°poder¡± ¡ªo capacidad de difusi¨®n y de influencia¡ª de algo o alguien hab¨ªa estado tan perfectamente cuantificado. Y se pon¨ªa a prueba constantemente: cada foto, cada video, cada ¡°posteo¡± necesitaba renovar la aprobaci¨®n con aquellos corazoncitos que significaban que el emisor hab¨ªa conseguido la atenci¨®n ¡ªsiempre la atenci¨®n¡ª de sus receptores, supuestos pares pero receptores. La lucha por la atenci¨®n no era solo de las empresas. Los particulares tambi¨¦n participaban, a su manera, de esa b¨²squeda y esa econom¨ªa.
En esos d¨ªas la lista de los ¡°twitteros¡± m¨¢s seguidos del mundo era casi puramente norteamericana: la encabezaba uno de sus ex presidentes ¡ªaquel que hab¨ªa ganado un premio Nobel por ser negro¡ª, con 130 millones de seguidores, lo segu¨ªa de cerca el due?o odioso de la red y entre los ocho siguientes hab¨ªa otro ex presidente rubio de Estados Unidos, cuatro mujeres cantantes, un hombre cantante ¡ªy un jugador de f¨²tbol portugu¨¦s y un premier indio, los ¨²nicos extranjeros. En Instagram, en cambio, que se supon¨ªa m¨¢s ¡°juvenil¡±, los seguidores eran mucho m¨¢s numerosos: los 10 primeros de la lista ten¨ªan m¨¢s de 300 millones cada uno pero no hab¨ªa pol¨ªticos, medios de prensa, millonarios ni nada que no fuera espect¨¢culo puro: futbolistas, cantantes, actores e ¡°influencers¡±, esa raza tan propia de aquella circulaci¨®n.
(China ten¨ªa sus propias redes, porque bloqueaba todas las dem¨¢s. Weibo, por ejemplo, era semejante a Twitter, y as¨ª de seguido. En otra muestra de su fuerza, aquellas redes solo chinas ten¨ªan cantidades de usuarios parecidas a las de sus equivalentes del resto del mundo.)
Los influencers ¡ªo influidores¡ª eran un efecto y un s¨ªntoma de la falta de autoridades, en el sentido de ¡°personas legitimadas para opinar sobre determinadas cosas¡±. Muchos j¨®venes prefer¨ªan creerle a alguien parecido, a un semejante, que a uno que pretendiera que, gracias a sus conocimientos y experiencias, pod¨ªa explicarles c¨®mo eran esas cosas. Habiendo enga?ado a tantos tantas veces, ese tipo de personaje no encontraba confianza.
As¨ª que los influencers eran j¨®venes que no sol¨ªan tener una habilidad especial m¨¢s all¨¢ de sus morisquetas para tratar de convencer a millones con sus recomendaciones sobre distintas formas de consumo: ropa, sobre todo, pero tambi¨¦n cremas, champ¨²s, m¨²sicas, comidas, viajes, los calzados, maneras varias de ¡°pasarla bien¡± y convencerlos, de paso, de las ventajas del sistema ¡ªo de alguna de sus vertientes principales. Al principio supieron ser personas que triunfaban en alguna actividad abierta a todos: deportistas, cantantes, actores varios. Y despu¨¦s aparecieron dos sectores nuevos: los empresarios, glorificados como chicos ¡ªnunca chicas¡ª superinteligentes que hab¨ªan inventado algo en un garaje y, sobre todo, los famosos por ser famosos. Eran, en general, personas de alg¨²n modo atractivas que se hab¨ªan hecho conocer por circuitos de televisi¨®n o inter-net y ejerc¨ªan su autoridad: mostraban a millones lo buenas que eran sus vidas y, al mostrarlo, les dec¨ªan que quiz¨¢ las suyas podr¨ªan ser igualmente buenas si las copiaban de alg¨²n modo, hac¨ªan algo un poco extraordinario o, m¨¢s modestos, consum¨ªan tal o cual producto ¡ªque, por supuesto, les pagaba por ello. Eran la forma m¨¢s reciente de una de las formas m¨¢s antiguas del relato: la publicidad (ver cap.18).
La publicidad siempre hab¨ªa sido una forma de instalar arquetipos y dirigir deseos: relacionar un determinado producto con una situaci¨®n o un personaje que resultaran envidiables para sus posibles consumidores. Los ¡°influencers¡± supon¨ªan, en muchos casos, un sinceramiento: publicidad pura, puro producto sin la coartada de una historia o una opini¨®n al lado; lo hac¨ªan de una forma tan desembozada, tan artificialmente natural, que descollaba en esos d¨ªas de confusi¨®n extrema.
(Tambi¨¦n hab¨ªa influencers que no vend¨ªan m¨¢s que su propia banalidad, sus propios problemitas: j¨®venes ¡°comunes¡± que hablaban de sus vidas ¡°comunes¡± a millones de seguidores m¨¢s ¡°comunes¡± todav¨ªa. Aunque, por m¨¢s cantantes, futbolistas, influencers y presidentes que lo intentaran, nadie ten¨ªa en esas redes primitivas m¨¢s circulaci¨®n que los gatitos y perritos y otros animales de ocasi¨®n, que provocaban ternura, risas, identificaci¨®n. Analistas buscaban, sin gran ¨¦xito, causas y explicaciones; lo cierto es que nada convocaba tanto inter¨¦s como ver a un cuadr¨²pedo haciendo cosas medio humanas, que era como ver una humanidad inocente, sin malicia, puro amor ¡ªo eso se supon¨ªa. Aquellos animalitos eran otra forma de manifestar el desagrado y la decepci¨®n culposa de la mayor¨ªa de los humanos consigo mismos: una ilusi¨®n ¡°buensalvajista¡± seg¨²n la cual habr¨ªamos sido buenos ¡ªcomo esos gatitos¡ª antes de que la sociedad nos pervirtiera. No por nada los movimientos ¡°animalistas¡± estaban entre los m¨¢s exitosos del momento.)
Los ordenadores m¨®viles de bolsillo, raz¨®n y soporte de todos estos movimientos, estaban llegando en esos d¨ªas a su punto ¨¢lgido: parec¨ªa que no pod¨ªan crecer m¨¢s. En esos d¨ªas se vend¨ªan unos mil millones cada a?o, y hab¨ªan saturado su mercado. Por un lado, la mitad de la humanidad que estaba en condiciones de comprarlos ya los ten¨ªa y no necesitaba renovarlos tanto como la industria habr¨ªa necesitado. Por otro, aparatos de comunicaci¨®n m¨¢s sofisticados, m¨¢s port¨¢tiles, m¨¢s integrados a su usuario empezaban a aparecer en el horizonte tecnol¨®gico ¡ªy terminar¨ªan por reemplazarlos totalmente.
Vistas desde ahora ¡ªpero qui¨¦n sabe si tiene sentido pensar las cosas desde ahora¡ª aquellas m¨¢quinas eran muy inferiores a lo que el estado de la ciencia en esos d¨ªas pod¨ªa permitir. Eran una infrautilizaci¨®n flagrante de los recursos intelectuales de la ¨¦poca: una adecuaci¨®n de esos recursos a las necesidades econ¨®micas del peque?o grupo que controlaba ese mercado enorme. Empezaban, en esos d¨ªas, los experimentos exitosos con aquello que entonces llamaban ¡°ordenadores cu¨¢nticos¡± ¡ªla prehistoria de los que conocimos¡ª, que cambiar¨ªan todo el sistema. Esos ordenadores, supon¨ªan entonces, dejar¨ªan a los primitivos a la altura de un ¨¢baco. Y ya se ve¨ªa que los chinos estaban m¨¢s avanzados que los dem¨¢s pa¨ªses: hab¨ªan registrado m¨¢s patentes en ese dominio que todos los dem¨¢s sumados. El retraso de Occidente se consolidaba, y aparec¨ªan aqu¨ª y all¨¢ voces que denunciaban que su avance podr¨ªa ser mucho m¨¢s r¨¢pido si no lo trabaran las grandes compa?¨ªas que pretend¨ªan seguir explotando sus tecnolog¨ªas anteriores.
Aquellos ¡°m¨®viles¡± eran, como su nombre lo indicaba, independientes del lugar donde estuvieran: u-t¨®picos por excelencia, ubicuos. Pero tambi¨¦n las casas, el lugar m¨¢s t¨®pico, empezaban a quedar bajo el control de ordenadores o computadores o computadoras que, poco a poco ¡ªprimero, por supuesto, en los lugares de los ricos¡ª, empezaban a manejar muchos de sus aparatos y funciones: ya en esos d¨ªas las m¨¢quinas operaban las alarmas, las luces y la m¨²sica, la provisi¨®n de comidas y bebidas, las temperaturas ambientales, el funcionamiento de cocinas, heladeras, lavadoras. Y, en muchos casos, las operaban de viva voz: fue otro de esos momentos en que la voz humana volv¨ªa a ser el instrumento b¨¢sico para ordenar los movimientos. Tras un largo ciclo de teclas y botones ¡ªque consigui¨® que los dedos cobraran una importancia desacostumbrada dentro de los cuerpos¡ª, los comandos volv¨ªan a darse a gritos, como el amo ordenando a su esclavo.
Estos engendros segu¨ªan una tendencia m¨¢s amplia: un palo se parec¨ªa a un brazo, un anteojo a unos ojos, pero las grandes m¨¢quinas de la primera revoluci¨®n industrial no se parecieron en nada a una tejedora. Fue entonces cuando el parecido dej¨® de estar en la forma para pasar a la funci¨®n, y as¨ª sigui¨®: una bola cuya forma no recordaba la de ning¨²n humano posible hablaba como cualquiera de ellos, contestaba preguntas, recordaba las compras, ped¨ªa comidas, organizaba programas de entretenimientos.
Era uno de los ejemplos m¨¢s difundidos de lo que entonces empezaba a llamarse ¡°el inter-net de las cosas¡±, un nombre ambiguo para designar la comunicaci¨®n directa de m¨¢quinas como esa con centrales a las que enviaba informaci¨®n. La f¨®rmula se hab¨ªa instalado en el MundoRico pero muy pocos sab¨ªan realmente lo que era y menos a¨²n la practicaban o utilizaban. Los usos m¨¢s b¨¢sicos se daban en las casas donde m¨¢quinas manejaban las provisiones o la temperatura o la energ¨ªa, o en los cuerpos de personas enfermas implantadas con aparatos que los monitoreaban; los m¨¢s potentes permit¨ªan la gesti¨®n automatizada de stocks comerciales e industriales, el control de la producci¨®n y la mano de obra, el manejo de plantaciones seg¨²n datos del suelo y el clima, la obtenci¨®n y proceso de informaciones militares y tantas otras posibilidades. Todas ellas eran, en cualquier caso, maneras de prescindir de la intermediaci¨®n humana.
Eran las primeras experiencias pr¨¢cticas de ¡°inteligencia artificial¡±, un concepto que empezaba a emerger desde la bruma de la ciencia ficci¨®n para instalarse por fin en las vidas de algunos. Y que se iba convirtiendo en la gran amenaza: aquello que muchos amaban temer.
Se llamaba ¡°inteligencia artificial¡± ¡ªIA¡ª a la capacidad de las m¨¢quinas de pensar como si fueran ¡ªo mejor que si fueran¡ª seres humanos. En esos d¨ªas, la aparici¨®n del ChatGPS fue una bomba medi¨¢tica (ver cap.18); tambi¨¦n se hab¨ªa hablado mucho de la m¨¢quina que le gan¨® a un gran campe¨®n un partido de go, porque el go era un juego que ¡ªse dec¨ªa¡ª no necesitaba, como s¨ª el ajedrez, un manejo de millones de datos sino un tipo de astucia, de repentizaci¨®n, que sol¨ªa considerarse muy humano. Un escalofr¨ªo de miedo empezaba a recorrer aquellas sociedades: entre sus numerosos temores ganaba espacio la amenaza de aquello que, entonces, llamaban ¡°la singularidad¡±.
La singularidad se producir¨ªa, seg¨²n aquellas definiciones, en ese momento en que las m¨¢quinas, cada vez m¨¢s inteligentes, fueran capaces de crecer solas: que aprendieran a aprender de s¨ª mismas y sus procedimientos y que pudieran, as¨ª, mejorarse, redise?arse, hasta que esos incrementos, graduales al principio, produjeran una aceleraci¨®n geom¨¦trica, una ¡°explosi¨®n de inteligencia¡± que las convirtiera en mentes mucho m¨¢s complejas y eficientes que la humana, diferentes de la humana ¡ªy se despegaran por completo de sus creadores e intentaran controlar el mundo. Los relatos serios nunca definieron c¨®mo se producir¨ªa ese golpe de estado m¨¢s o menos global. En 1993, por ejemplo, Vincent Vinge, un autor norteamericano muy le¨ªdo, hab¨ªa ofrecido sus certezas: ¡°Dentro de treinta a?os vamos a disponer de los medios tecnol¨®gicos para crear inteligencia sobrehumana. Poco despu¨¦s, la era humana se terminar¨¢¡±. Ahora sabemos que en 2023 nada de eso hab¨ªa sucedido. Otro gur¨² del momento especificaba, ya en pleno siglo XXI, que ¡°la Singularidad nos permitir¨¢ trascender esas limitaciones de nuestros cuerpos y cerebros biol¨®gicos; tras ella no habr¨¢ diferencias entre hombres y m¨¢quinas¡±. La historiadora, a veces, tiene sus ventajas: ahora, en 2122, nos alcanza con mirar hacia atr¨¢s para saber qu¨¦ sucedi¨® con esas predicciones.
Pero entonces, todav¨ªa, alg¨²n guaso se sorprend¨ªa de que hubiera ¡°tanta gente que trabaja sobre la inteligencia artificial y tan poca sobre la estupidez natural, tanto m¨¢s numerosa¡±.
Pr¨®xima entrega 20. Los trabajos del ocio
Una revoluci¨®n que tard¨® en asumirse fue la del tiempo libre. Por primera vez las personas lo ten¨ªan a raudales ¡ªy lo usaban sobre todo para mirar y escuchar. Pero no solo, por supuesto.
El mundo entonces
Una historia del presente
MART?N CAPARR?S
'El mundo entonces' es un manual de historia que nos cuenta c¨®mo era este planeta, sus sociedades, sus personas, en 2022. 'El mundo entonces' ser¨¢ escrito en 2120 por la c¨¦lebre historiadora Agadi Bedu y llega a nosotros gracias a la gentileza de Mart¨ªn Caparr¨®s.