Y qu¨¦ hacemos con la felicidad perfecta
La ¨²nica ventaja del cuestionario Proust, cuya ¨²nica ventaja es permitirle al entrevistado que, entre sus artificiales frases ingeniosas, deslice peque?as verdades simples
?Cu¨¢l es su idea de la felicidad perfecta? No tener que responder al cuestionario Proust. Llevo tiempo contestando as¨ª a la pregunta que abre el apelmazado cuestionario, cuya ¨²nica ventaja es permitirle al entrevistado que, entre sus artificiales frases ingeniosas, deslice de vez en cuando peque?as verdades simples. Verdades que, por parecernos aut¨¦nticamente nuestras, facilitan esas peque?as dosis de felicidad que dice Ray Loriga que a veces tanto necesitamos. Dosis que, sospecho, se ocultan en todos los cuestionarios, del mismo modo que la muerte se esconde en los relojes.
?ltimamente, han proliferado cuestionarios que son versiones disidentes y mejoradas del Proust y donde tambi¨¦n se deslizan peque?as verdades simples. En menos de un mes, he contestado al cuestionario Bola?o, creado en la Sorbona de Par¨ªs, y al cuestionario Galeano, fundado en Montevideo. En la primera pregunta del Bola?o de Par¨ªs, me instaron a elegir una sola palabra. No la pens¨¦ ni un segundo. Bola?o, dije. ?Y qu¨¦ iba pues a decir? ¡°?Diferencia entre esta palabra y la palabra escritor?¡±, fue la siguiente cuesti¨®n. ¡°Ninguna¡±. En la tercera pregunta se interesaron por saber qu¨¦ le habr¨ªa dicho a Borges de haberle conocido. Respond¨ª con la sinceridad del cl¨¢sico bonach¨®n: ¡°En la entrada a la universidad de Barcelona estuve a dos metros de ¨¦l. Le vi subi¨¦ndose a un autom¨®vil y me preocup¨® que pudiera golpearse la cabeza¡±.
Me sent¨® tan bien burlar por tercera vez a mi bochornoso ingenio que hasta me re¨ª a solas. Precisamente, d¨ªas despu¨¦s, la primera pregunta del Galeano de Montevideo trataba de saber qu¨¦ me hac¨ªa re¨ªr sin parar. No dud¨¦: ¡°Alguien que se siente contempor¨¢neo, s¨®lo porque cree estar siempre al d¨ªa¡±. Preguntaron entonces qu¨¦ me hac¨ªa llorar. ¡°Alguien que no sepa que ser contempor¨¢neo es tomar una distancia cr¨ªtica que permita una discrepancia pol¨ªtica frente al presente¡±.
Recuerdo que el llanto humano estaba al fondo de la primera respuesta de David Cronenberg (que ma?ana, por cierto, cumple ochenta a?os) a un cuestionario algo naif de una revista de su Toronto natal. Le preguntaron si el cine era un arte. Y ¨¦l, por toda respuesta, cont¨® que, siendo muy joven, al salir un d¨ªa de la sala Pylon, donde todos los s¨¢bados ve¨ªa pel¨ªculas de vaqueros o de piratas, vio en el cine de la acera de enfrente a un grupo de adultos que parec¨ªan llorar tras haber visto La strada, de Federico Fellini. Cruz¨® la calle y confirm¨® aquel llanto colectivo, y verlo tan de cerca le hizo comprender que el cine era la vida y que en ella cab¨ªan el arte y el llanto.
Y la emoci¨®n, por supuesto. De hecho, creo que hay un arte dedicado a generar en los espectadores o lectores, por la v¨ªa de las peque?as y felices dosis de verdades simples, la sensaci¨®n de que andan acerc¨¢ndose a algo impresionante, a la idea suprema de la felicidad perfecta, que en realidad es una cima imposible, por mucho que se obsesionen tanto con ella el cuestionario Proust y suced¨¢neos.
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