Palabras, palabras, palabras

El cap¨ªtulo #21 de ¡®El mundo entonces¡¯ recorre esos tiempos en que la lectura segu¨ªa siendo decisiva. Por primera vez en la historia la mayor¨ªa de las personas sab¨ªa leer. Hab¨ªa m¨¢s universidades y universitarios que nunca. Pero casi no le¨ªan libros y cada vez menos peri¨®dicos. Los medios estaban, como siempre, en plena crisis

Una mujer en una librer¨ªa durante la Feria del Libro de Tur¨ªn (Italia) de 2021.
Una mujer en una librer¨ªa durante la Feria del Libro de Tur¨ªn (Italia) de 2021.Mondadori Portfolio (Getty Images)
Mart¨ªn Caparr¨®s

Corr¨ªan tiempos de inventos y trasformaciones: las novedades t¨¦cnicas eran decisivas. Y, sin embargo, el gran c¨®digo com¨²n de la ¨¦poca todav¨ªa era la letra escrita.

En ese campo tambi¨¦n se hab¨ªa producido un cambio radical en un lapso relativamente breve: cien a?os antes solo una de cada cinco personas en el mundo sab¨ªa leer y escribir. Se descontaba que eran habilidades propias de las clases acomodadas y, dentro de ellas, de los hombres. Pero en 2022 la cuenta se hab¨ªa invertido: en todo el mundo, solo uno de cada cinco adultos no sab¨ªa leer ¡ªy la diferencia de alfabetizaci¨®n entre hombres y mujeres se hab¨ªa reducido a siete puntos porcentuales.

El proceso hab¨ªa sido largo, impulsado por los sistemas de educaci¨®n p¨²blica obligatoria: todos los pa¨ªses los aplicaban, al menos en el papel. Hab¨ªa, por supuesto, enormes diferencias entre aquellos que pod¨ªan hacerlo eficazmente y los que, por su pobreza y la pobreza de sus ciudadanos, se quedaban en el terreno de las intenciones. En una veintena de pa¨ªses africanos m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n era analfabeta; en todo el continente eran m¨¢s de un tercio. En cambio en Europa, Am¨¦rica y buena parte de Asia, muchos pa¨ªses hab¨ªan alfabetizado a casi todos; la India era una excepci¨®n, con solo tres cuartos de sus habitantes capaces de leer y escribir. Eso no significaba que todos los ¡°alfabetizados¡± pudieran entender plenamente un texto apenas complejo; s¨ª, que pod¨ªan descifrar carteles, firmar sus nombres, acercarse.



Estudiantes durante una clase en el instituto de Saraswati Mandir, en Mumbai (India), en 2023.
Estudiantes durante una clase en el instituto de Saraswati Mandir, en Mumbai (India), en 2023.Hindustan Times (Getty Images)

Pero, en la teor¨ªa, se asum¨ªa que, desde sus cinco o seis a?os y durante diez o doce, todos los ni?os y ni?as deb¨ªan acudir cinco d¨ªas por semana a unos espacios llamados ¡°escuelas¡±. Eran edificios m¨¢s o menos grandes, idealmente divididos en varias salas, donde los chicos pasaban entre cuatro y ocho horas diarias repartidos en grupos seg¨²n sus edades y recib¨ªan, bajo las ¨®rdenes de esos funcionarios llamados maestros, una serie de lecciones que, para empezar, les ense?aban a leer y, para terminar, los adiestraban en los relatos habituales: lenguajes, matem¨¢ticas, t¨¦cnicas manuales, habilidades sociales, un contacto leve con las ciencias y la persuasi¨®n de que eran parte de un gran colectivo llamado pa¨ªs o patria o reino. Sus sistemas de ense?anza requer¨ªan mucho esfuerzo de recordaci¨®n ¡ªporque era una ¨¦poca en que la memoria todav¨ªa no estaba del todo tercerizada (ver cap.19).

All¨ª tambi¨¦n hab¨ªa habido, en buena parte del mundo, un cambio importante: hasta unas d¨¦cadas antes, distintas ¨®rdenes religiosas hab¨ªan mantenido su hegemon¨ªa sobre la formaci¨®n infantil, que privilegiaba la imposici¨®n obstinada de sus dogmas a unas mentes en pleno desarrollo. En 2022 esa coerci¨®n ya se daba menos en los pa¨ªses cat¨®licos y m¨¢s entre los m¨¢s pobres de los pa¨ªses islamistas. En el resto era rara.

La ¡°escuela¡±, en cualquier caso, cumpl¨ªa un rol decisivo. Con los cambios de condiciones de vida ¡ªla urbanizaci¨®n, la aparici¨®n de m¨¢s y m¨¢s empleos en servicios (ver cap.15)¡ª, no ser capaz de leer se hab¨ªa convertido en un handicap cada vez m¨¢s duro. Es dif¨ªcil exagerar el peso de ese instrumento. Ahora nos cuesta imaginar su poder: baste decir que era la base sobre la cual casi todos los chicos del mundo eran formados para encarar sus vidas adultas, el mecanismo de normalizaci¨®n m¨¢s difundido y eficiente de esos d¨ªas.



Una mesa de una cantina de colegio infantil.
Una mesa de una cantina de colegio infantil.?SCAR CORRAL

La educaci¨®n se hab¨ªa extendido hasta niveles desconocidos: la llamada ¡°universidad¡±, la educaci¨®n espec¨ªfica profesional tras la decena de a?os de educaci¨®n generalista, conoci¨® un desarrollo nunca visto. Las universidades m¨¢s antiguas ya ten¨ªan varios siglos pero, hasta mediados del XX, hab¨ªan sido un refugio para hombres j¨®venes de clase alta y media alta que se volver¨ªan abogados, m¨¦dicos, ingenieros, cient¨ªficos, economistas. Poco a poco empezaron a abrirse a las mujeres y a las clases medias: en el a?o 2000 ya hab¨ªa 100 millones de estudiantes universitarios en el mundo. Pero en 2022 eran 235 millones: m¨¢s del doble. (Si se considera que entonces hab¨ªa en el mundo unos 1.200 millones de j¨®venes entre 18 y 26 a?os, vemos que uno de cada cinco frecuentaba una universidad. Era algo nunca visto.)

Entre ellos, un tercio asist¨ªa a universidades privadas, que sol¨ªan ser las m¨¢s deseadas. Aquellas academias, como todo el resto, estaban claramente divididas: hab¨ªa 30 o 40 instituciones de ¨¦lite ¡ªla mayor¨ªa en Estados Unidos e Inglaterra, donde sol¨ªan ser muy caras, y en Australia, China y Canad¨¢¡ª y unas doscientas de buen nivel en el resto del mundo, entre ellas algunas p¨²blicas, gratuitas. Nadie parec¨ªa capaz de precisar cu¨¢ntas hab¨ªa, pero los c¨¢lculos m¨¢s comunes supon¨ªan unas 30.000: la cifra inclu¨ªa desde las instituciones m¨¢s complejas y prestigiosas hasta miles de peque?os negocios enga?abobos ¡ªque algunos pa¨ªses llamaron ¡°universidades de garaje¡± porque funcionaban en una cochera.

Estudiantes en la Universidad Complutense de Madrid.
Estudiantes en la Universidad Complutense de Madrid.Claudio ?lvarez

La ense?anza universitaria, de todos modos, se volvi¨® ineludible para cualquiera que quisiera conseguir un buen puesto de trabajo p¨²blico o privado, un lugar de prestigio en su sociedad. Las ¨²nicas personas ¡°exitosas¡± que no necesariamente hab¨ªan pasado por la universidad eran los ¨ªdolos de la cultura pop: m¨²sicos, actores, deportistas (ver cap.20). En los pa¨ªses ricos ¡ªEuropa y Estados Unidos, sobre todo¡ª alrededor del 10 por ciento de las personas ten¨ªa su diploma: con sus grandes diferencias internas eran, sin duda, la capa privilegiada de aquellas sociedades. De distintas formas manejaban el mundo: copaban los gobiernos y legislaturas, dominaban absolutamente la ciencia y la t¨¦cnica, controlaban y operaban bancos y finanzas, sintetizaban las cuestiones que el resto del mundo discut¨ªa, lo contaban.

Y hab¨ªa quienes sosten¨ªan que las universidades eran islotes de pensamiento ex¨®tico. Que esas personas que deb¨ªan timonear la sociedad se hab¨ªan criado en espacios aislados de esa sociedad, que ten¨ªan una visi¨®n sesgada, que ignoraban muchos de sus aspectos pero cre¨ªan que sus ideas eran aplicables al conjunto. Generaciones anteriores hab¨ªan tenido la humildad de suponer que tambi¨¦n deb¨ªan aprender de otros sectores; esta, no: cre¨ªa que solo ten¨ªa que ense?arles. De esa situaci¨®n surgieron muchas de esas ideas que provocaron todo tipo de conflictos. En cualquier caso, es imposible entender aquella ¨¦poca sin estudiar de alg¨²n modo sus universidades, sus sistemas de transmisi¨®n del saber, sus disputas de poder, sus fallos y sus fallas.

* * *

En esos d¨ªas, las letras estaban por todas partes: en diarios y revistas, en carteles y publicidades, en libros, en los mensajes que miles de millones se intercambiaban en sus ordenadores m¨®viles, en las ¨®rdenes que les daban sus usuarios (ver cap.19). La muerte del lenguaje escrito, tantas veces pronosticada en las d¨¦cadas anteriores ante el avance de tel¨¦fonos y televisiones, se hab¨ªa contenido ¡ªaunque m¨¢s no fuera por un tiempo¡ª y las letras gozaban de una circulaci¨®n que nunca antes hab¨ªan conocido aun si, en muchos de esos mensajes, las gram¨¢ticas y escrituras tradicionales dejaban paso a formas de anotaci¨®n m¨¢s laxas ¡ªpero hechas de letras todav¨ªa. Y ya aparec¨ªan los signos que anticipaban su decadencia.

Estudiantes pasean por una calle de Birmingham (Reino Unido), en enero de 2023.
Estudiantes pasean por una calle de Birmingham (Reino Unido), en enero de 2023.Mike Kemp (In Pictures)

Para empezar, aquellos aparatos ofrecieron la posibilidad de enviar mensajes de voz y empezaron a aceptar comandos e interacciones orales. Pero, mientras tanto, tuvieron su auge unas formas de escritura no alfab¨¦tica muy curiosa: eran todo un nuevo ecosistema de ideogramas llamados emojis ¡ªdel japon¨¦s, donde e significaba imagen y moji, letra. Los emojis ¡ªo emoticones¡ª ten¨ªan todas las caracter¨ªsticas de los viejos ideogramas: dibujos que expresaban un mensaje. Y, como los ideogramas de los egipcios ¡ªjerogl¨ªficos¡ª, manten¨ªan una ambig¨¹edad que las letras no: con ellos, el receptor deb¨ªa imaginar qu¨¦ le dec¨ªa su interlocutor, y sus interpretaciones aceptaban un registro muy amplio ¡ªque hac¨ªa que cada quien entendiera lo que quer¨ªa, una de las grandes ventajas de ese tipo de comunicaci¨®n. Los emojis se adaptaban a esos tiempos m¨¢s alusivos que anal¨ªticos: la sugerencia desplazaba a la precisi¨®n, la evocaci¨®n a la descripci¨®n. Eran una forma de expresi¨®n vaga pero eficiente, f¨¢cil de leer, simp¨¢tica, que pod¨ªa malentenderse m¨¢s all¨¢ de los idiomas: su poliglotismo los acercaba a un lenguaje universal ¡ªy los convirti¨® en un avance de lo que vendr¨ªa.

(Los ideogramas, que aquella cultura imaginaba arcaicos, superados, estaban por todas partes: los n¨²meros, tan decisivos entonces, lo eran. Frente a lenguajes alfab¨¦ticos, donde cada letra reproduc¨ªa sonidos cuyo sentido conjunto depend¨ªa del idioma en que estuvieran, el n¨²mero 6 ¡ªpor ejemplo¡ª era una idea que un castellano llamar¨ªa seis, un alem¨¢n sechs, un ruso §é§Ú§ã§Ý§à, un samoano ono, un nahu¨¢tl chicuac¨¥ y as¨ª de seguido. El signo no supon¨ªa una fon¨¦tica sino un concepto, que cada idioma dec¨ªa a su manera.)



Pero el lenguaje oral y escrito segu¨ªa, por supuesto, sin ser universal: subsist¨ªan seis o siete mil variedades, cada una con sus caracter¨ªsticas y riquezas y dificultades. Algunas ten¨ªan cientos de millones de hablantes; algunas unos pocos miles: de hecho, m¨¢s de 2.500 lenguas estaban, entonces, ¡°en peligro de desaparici¨®n¡±.

Desde mediados del siglo XX la inglesa era la m¨¢s hablada: hab¨ªa ocupado el lugar de lengua com¨²n entre aquellos que no hablaban una lengua com¨²n, una herramienta de comunicaci¨®n facilitada ¡ªseg¨²n un ling¨¹ista italiano de la ¨¦poca¡ª porque era un idioma que, a diferencia de otros, ¡°bien se pod¨ªa hablar mal¡±. Se calculaba que entonces lo practicaban unos 1.500 millones de personas: los 400 millones que la ten¨ªan como lengua materna y los 1.100 que la usaban para entenderse m¨¢s all¨¢ de las suyas. Lo segu¨ªan el chino mandar¨ªn ¡ªcon m¨¢s hablantes nativos, unos 930 millones, pero menos incorporados, alrededor de 200. El hindi y el espa?ol rondaban los 600 millones en total; el franc¨¦s, el portugu¨¦s, el bengal¨ª, el ¨¢rabe y el ruso rozaban los 300 millones de usuarios. El indonesio, el urdu, el alem¨¢n, el swahili y el japon¨¦s estaban entre los 200 y los 100 ¡ªy los segu¨ªan una veintena de lenguas que usaban entre 100 y 50 millones de hablantes. Se aprestaban en esos d¨ªas las primeras m¨¢quinas de traducci¨®n simult¨¢nea: era el inicio del proceso.

* * *

Generaciones enteras de bienintencionados hab¨ªan imaginado que cuando las grandes mayor¨ªas estuvieran alfabetizadas se lanzar¨ªan a leer y consumir eso que entonces llamaban ¡°cultura¡± ¡ªy que sol¨ªa asimilarse a lo escrito. No parece que haya sido el caso. La circulaci¨®n de libros todav¨ªa era importante en el MundoRico, pero parec¨ªa claro que, incluso en ¨¦l, las nuevas generaciones los estaban abandonando frente a otras formas de narrar. Y nunca parecieron imponerse entre las grandes poblaciones del MundoPobre. Qued¨® penosamente claro que, para leer libros, lo decisivo no era saber leer.

La mayor¨ªa de los libros aun era de papel: una cantidad de hojas ¡ªm¨¢s de cien, menos de mil¡ª del tama?o de una mano abierta, unidas por uno de los bordes verticales, cubiertas por sus dos lados de letras impresas y envueltas en un papel m¨¢s grueso, generalmente ilustrado con un dibujo o una foto y el nombre de la obra y de su autor en letras grandes. Se publicaban, cada a?o, en el mundo, unos tres millones de t¨ªtulos ¡ªentre los nuevos y las reediciones de los viejos. El m¨¢s prol¨ªfico era China, con unos 440.000; la segu¨ªa, como siempre, Estados Unidos, con 300.000; mucho despu¨¦s ven¨ªan Jap¨®n y el Reino Unido, con menos de 200.000. Solo nueve pa¨ªses publicaban m¨¢s de 100.000 t¨ªtulos al a?o ¡ªy ni la India ni Alemania ni Espa?a ni Brasil ni Corea, entre otros, estaban entre ellos. La mayor¨ªa no llegaba a los mil t¨ªtulos anuales: los libros eran, como todo lo dem¨¢s, marcas de la diferencia.



Un hombre lee en una librer¨ªa de Shanghai (China), en febrero de 2024.
Un hombre lee en una librer¨ªa de Shanghai (China), en febrero de 2024.VCG (Getty Images)

Aquellos libros de papel manten¨ªan todav¨ªa cierto prestigio; los el¨¦ctricos avanzaban, pero menos que lo previsto: no se hab¨ªan difundido como al principio amenazaban. Algunos los daban por muertos y no prestaban atenci¨®n a un dato: en los dos pa¨ªses donde circulaban m¨¢s libros ¡ªotra vez China y Estados Unidos¡ª, un cuarto de ellos se le¨ªan en pantallas y m¨¢s de la mitad de sus usuarios ten¨ªa, entonces, menos de 35 a?os. El libro el¨¦ctrico ofrec¨ªa ciertas ventajas: cada texto costaba, seg¨²n los casos, tres o cuatro veces menos que en papel ¡ªy, por supuesto, pesaba tanto menos y estaba siempre disponible, en cualquier lugar y todo momento, y no destru¨ªa ¨¢rboles. El libro el¨¦ctrico representaba una opci¨®n que ya entonces se propagaba en varios campos: que los contenidos no dependieran de un continente ¨²nico sino que pudiesen aparecer en muchos; en su caso particular, que un texto no estuviera encerrado en un libro de papel sino que pudiera leerse en todas las pantallas de su due?o. As¨ª, la ubicuidad de los escritos se sumaba a la ubicuidad generalizada. Era la continuaci¨®n de ese movimiento que, pocos a?os antes, cuando los ¡°cajeros autom¨¢ticos¡± se difundieron por el mundo, un viajero empedernido celebraba diciendo que ¡°antes mi mayor problema en viaje era transportar y esconder y cambiar mi dinero; ahora mi dinero est¨¢ por todas partes¡±. La deslocalizaci¨®n ¡ªla ubicuidad¡ª iniciaba ese camino que nos llev¨® hasta aqu¨ª.



Todo lo cual suced¨ªa bajo las quejas de los nost¨¢lgicos de siempre: deploraban que el libro el¨¦ctrico amenzara tradiciones tan entra?ables como las librer¨ªas, los bosques productores de papel, la tala de esos bosques, las imprentas, los camiones de distribuci¨®n, la quema regular de millones de ejemplares, las grandes bibliotecas materiales y sus diversos operadores. Alguien los parodi¨® lamentando la invenci¨®n de la imprenta desde el punto de vista de los lectores de 1460: c¨®mo se perder¨ªan aquellos maravillosos manuscritos, dec¨ªa, y qu¨¦ ser¨ªa de esos monjes laboriosos que los copiaban con plumas de ganso y una paciencia extrema encerrados en sus conventos congelados. Cualquiera, dir¨ªan entonces, podr¨¢ tener un libro, cualquiera los leer¨¢: no sabr¨¢n interpretarlos, todo ese saber ser¨¢ desperdiciado en una horda de ignorantes. Pero el sarcasmo no les hizo mella: suele pasar con los conservadores.

No argumentaron, en cambio, lo brutal: que el libro el¨¦ctrico era otro ejemplo de la vigilancia del capital (ver cap.18), que por su intermedio las corporaciones pod¨ªan saber cu¨¢nto hab¨ªa tardado cada quien en leer cada texto, qu¨¦ subrayaba o comentaba, hasta d¨®nde hab¨ªa llegado ¡ªy el editor pod¨ªa usar esas informaciones para adecuar sus siguientes ofertas. Los usos de la experiencia ajena ten¨ªan cada vez menos l¨ªmites.

Mientras, empezaba a imponerse otro formato: el llamado ¡°audiolibro¡± era un libro que alguien le¨ªa en voz alta y el ¡°lector¡± escuchaba. El audiolibro instalaba una relaci¨®n completamente distinta con la palabra escrita, una relaci¨®n determinada por la costumbre de la radio y la televisi¨®n, donde el ritmo de lectura ya no estaba definido por el lector sino por el locutor y que permit¨ªa cumplir con una neurosis de la ¨¦poca: no hacer s¨®lo una cosa, simultanear, multitarear. Los oyentes de audiolibros sol¨ªan o¨ªrlos mientras hac¨ªan algo m¨¢s: correr, ejercitarse, ba?arse, manejar, dormir, simular un trabajo. He encontrado comentarios ¡ªpero no pruebas¡ª de que algunos los escuchaban tambi¨¦n durante sus fornicios conyugales.



Auriculares alrededor de libros en la Feria del Libro de Leipzig (Alemania) en marzo de 2015.
Auriculares alrededor de libros en la Feria del Libro de Leipzig (Alemania) en marzo de 2015.picture alliance (Getty Images)

Pero los libros ¡ªm¨¢s all¨¢ de sus formatos¡ª todav¨ªa conservaban ese lugar de reserva ¨²ltima de los saberes y del arte que hab¨ªan acaparado durante siglos. Lo cual les daba un plus de prestigio que resultaba, por supuesto, una ilusi¨®n: algunos intentaban esfuerzos serios por ofrecer an¨¢lisis y relatos de calidad, pero los que se limitaban a dar consejos para ganar m¨¢s plata o seducir mejor o comer sin consecuencias visibles tambi¨¦n participaban de esa reputaci¨®n y de ciertas ventajas fiscales ¡ªy eran m¨¢s numerosos y se vend¨ªan m¨¢s. Aun la enorme mayor¨ªa que no le¨ªa asum¨ªa de alg¨²n modo confuso que pocas cosas resultaban m¨¢s prestigiosas que ¡°escribir un libro¡±, una forma todav¨ªa com¨²n de integrarse a la ¨¦lite supuestamente educada: empresarios, pol¨ªticos y otros personajes sin nada particular que decir lo hac¨ªan regularmente para darse importancia. Todo lo cual se sintetizaba en la supervivencia de una antigua conspiraci¨®n escandinava llamada ¡°Premio Nobel¡±, que lograba cada a?o que el mundo aceptase con resignaci¨®n que docena y media de acad¨¦micos suecos le dijeran qui¨¦n ser¨ªa, de ah¨ª en m¨¢s, un escritor extraordinario.

* * *

La otra forma tradicional de uso del escrito era el relato de lo ef¨ªmero, eso que la cursiler¨ªa de aquellos d¨ªas llamaba ¡°informaci¨®n¡± ¡ªde informar, dar forma, disciplinar. Se podr¨ªa suponer que la difusi¨®n in¨¦dita de la palabra impresa en los primeros a?os del siglo XXI podr¨ªa haber producido un auge de los ¡°medios de informaci¨®n¡± que la empleaban, pero no.

Durante milenios las personas no hab¨ªan sabido qu¨¦ hab¨ªa m¨¢s all¨¢ de sus pueblos y comarcas: c¨®mo era todo eso, qu¨¦ pasaba. Dedicaban toda su atenci¨®n a los asuntos de su peque?a comunidad: su familia, sin duda, los vecinos, los ricos de la villa, sus se?ores. Lo que les daba, si acaso, cierta idea de cosmos ¡ªde mundo ancho y ajeno¡ª era la religi¨®n, que los llevaba a parajes lejanos, algunos m¨¢s reales que otros, que nunca alcanzar¨ªan pero que escuchaban nombrar con frecuencia: que si all¨ª tal santo hizo tal cosa, all¨¢ la santa cual tal otra, Jes¨²s esto ah¨ª y su padre en el cielo, y ni hablar de Mahoma o Gautama, viajeros entusiastas.

Pero a fines del siglo XIX la ¡°prensa¡± rompi¨®, por lo menos en el MundoRico, ese aislamiento. El proceso fue largo y complicado y no tiene lugar en estas l¨ªneas; lo cierto es que en la Tercera D¨¦cada los cosmos donde viv¨ªan las personas eran dos muy distintos. Estaba, por un lado, la minor¨ªa de los que se consideraban ¡°informados¡±. Esas personas ¡ªmucho MR, un poco de MP¡ª buscaban en los medios un reflejo de cierta marcha del mundo, que inclu¨ªa los gobiernos poderosos, los avatares econ¨®micos, el cambio de conductas, las pruducciones cultas, las muertes de personajes respetables y algunas novedades coloridas: todo eso se presentaba como el acceso a un cosmos m¨¢s o menos oculto que importaba conocer y entender.

Un kiosko de prensa y revistas en Rzeszow (Polonia), en febrero de 2023.
Un kiosko de prensa y revistas en Rzeszow (Polonia), en febrero de 2023.NurPhoto (Getty Images)

Para la mayor¨ªa, en cambio, su cosmos global estaba hecho, si acaso, de hechos que solo exist¨ªan para mostrarse: canciones y estrellas y celebridades y curiosidades y variados deportes, y si acaso cr¨ªmenes horribles y alg¨²n reflejo lejano de todo eso que los primeros consideraban ¡°importante¡±. Su relaci¨®n con las noticias era espor¨¢dica, dispersa: muy de vez en cuando ve¨ªan o escuchaban algo sobre los poderes o los dramas o las cat¨¢strofes del mundo en que viv¨ªan. El primer grupo supon¨ªa que aquello que le interesaba modificaba las vidas de todos ¡ªy por lo tanto era conveniente conocerlo y tratar de influirlo¡ª mientras que el segundo no ten¨ªa esa pretensi¨®n: su cosmos estaba ah¨ª para mirarlo, espect¨¢culo puro (ver cap.20). Por eso el primero supon¨ªa que adoptaba una conducta proactiva mientras que el segundo manten¨ªa la actitud de los antiguos feligreses, espectadores de un olimpo. Era, seguramente, otro ejemplo de la mirada desde?osa que los supuestamente ¡°enterados¡± lanzaban hacia el resto.

Pero m¨¢s all¨¢ del matiz despectivo, la diferencia exist¨ªa y era una de esas que percud¨ªan el tejido com¨²n. La noci¨®n de que todos consum¨ªan informaci¨®n era otra de esas ideas que alg¨²n chusco de la ¨¦poca llam¨® ¡°el rosario de mitos burgueses¡±: cosas que unos pocos cre¨ªan que todos hac¨ªan ¡ªporque solo consegu¨ªan ver su ombligo y lo confund¨ªan con el mundo.



La forma en que esas informaciones circulaban tambi¨¦n estaba en pleno cambio. Ya en la Tercera D¨¦cada los grandes diarios escritos e impresos en papel que hab¨ªan definido las percepciones del sector informado durante el siglo anterior estaban desapareciendo. Hab¨ªa sido un proceso largo y lento: empezaron a perder su monopolio en la primera mitad del XX, con la irrupci¨®n de la radio y, m¨¢s tarde, de la televisi¨®n, que ocuparon su lugar de difusores masivos de noticias, pero a¨²n as¨ª mantuvieron su condici¨®n de referencia seria. Entonces, los grandes ¡°diarios¡± o ¡°peri¨®dicos¡± eran un hato de hojas de papel que med¨ªan entre 800 y 1.700 cent¨ªmetros cuadrados y aparec¨ªan cubiertas de letras divididas en varias columnas, fotos tradicionalmente en blanco y negro y la mayor cantidad posible de ofertas comerciales y pol¨ªticas. Esos fajos se vend¨ªan cada ma?ana ¡ªo incluso cada tarde¡ª en peque?os cobertizos callejeros habilitados para tal efecto, que fueron, durante mucho tiempo, los ¨²nicos comercios autorizados a plantarse en medio de las aceras de las ciudades ¡°modernas¡± ¡ªy que, en 2022, ya estaban desapareciendo.

Aquellos diarios pontificaban con la misma seguridad sobre temas tan diversos como la econom¨ªa internacional, la pol¨ªtica local, la meteorolog¨ªa, los encuentros deportivos, las vidas de los famosos y los santos, los descubrimientos cient¨ªficos, las recetas de cocina, los entretelones del poder, las tendencias indumentarias, los cr¨ªmenes resonantes, los vaivenes astrol¨®gicos. Cada diario ofrec¨ªa un resumen del mundo, todo lo que un lector deb¨ªa saber para saber d¨®nde viv¨ªa ¡ªy determinaban su idea de s¨ª mismo. Cada diario intentaba ser un mundo.

Formaban parte del paisaje: en cada pa¨ªs o ciudad importante hab¨ªa uno que funcionaba como referente de la verdad verdadera y varios m¨¢s que intentaban disputarle ese lugar. Si bien todos ellos hab¨ªan surgido como expresi¨®n de una corriente o partido pol¨ªtico, se arrogaban una manera de mirar y contar el mundo que denominaban ¡°objetiva¡±. Y, aunque todo parec¨ªa desmentirlo, su p¨²blico a menudo lo cre¨ªa. Su influencia era m¨¢s cualitativa que cuantitativa: aun en sus mejores momentos, los diarios de referencia no llegaban a m¨¢s del uno o dos por ciento de la poblaci¨®n de sus pa¨ªses ¡ªpero era el uno o dos por ciento que contaba, que multiplicaba de muchas formas sus opiniones y relatos. El modelo hab¨ªa durado m¨¢s de un siglo, pero entonces su ca¨ªda era dram¨¢tica: en una o dos d¨¦cadas los m¨¢s importantes hab¨ªan pasado de imprimir centenares de miles de ejemplares diarios a mantenerse con dificultades en unas pocas decenas.

Los operaba un personal medianamente especializado, formado en carreras universitarias no muy exigentes que, seg¨²n sus cr¨ªticos, produc¨ªan profesionales cada vez m¨¢s adocenados, entrenados para aplicar con mayor o menor desgana una serie de reglas perfectamente b¨¢sicas. Quiz¨¢ por eso ¡ªy por su colusi¨®n con distintas formas del poder, pol¨ªticos, empresarios e incluso delincuentes m¨¢s caracterizados¡ª los ¡°periodistas¡± sol¨ªan aparecer en los puestos m¨¢s bajos de todas las encuestas de confiabilidad, junto con los citados pol¨ªticos, los banqueros, los publicitarios y los abogados: todos ellos, como se ve, oficios de la palabra.

Los periodistas sol¨ªan quejarse/jactarse de los riesgos que supon¨ªa el ejercicio de su profesi¨®n pero, a la distancia, algunos datos parecen desmentirlo: una organizaci¨®n ad-hoc calcul¨® que en ese a?o 2022 hab¨ªa en el mundo m¨¢s de 500 periodistas presos por su ejercicio; eran, seguramente, muchos menos que los m¨¦dicos o contadores o abogados que hab¨ªan sufrido destinos semejantes. Los periodistas pod¨ªan contestar que a ellos los encarcelaban por hacer bien su trabajo mientras que a otros los encarcelaban por hacerlo mal: el argumento es atendible.



En la prensa de esos d¨ªas, una palabra ¡ªhecha de dos¡ª se hab¨ªa puesto de moda. Siempre ha habido palabras de moda. Quiz¨¢s una de las formas de entender una ¨¦poca, que ninguna historiadora ha acometido todav¨ªa, sea la de producir una colecci¨®n de las veinte o treinta palabras que surgen en cada momento y analizarlas y analizar sus relaciones. Sin ir tan lejos, me interesa recuperar una de ellas: ¡°fake news¡±, as¨ª, en ingl¨¦s en muchas lenguas, fue una palabra porfiada de esos d¨ªas.

El auge de las fake news fue un excelente ejemplo de aquello que un escritor sudamericano del siglo XIX quiso decir cuando dijo que ¡°le tocaron, como a todos los hombres, tiempos dif¨ªciles en que vivir¡±: la idea de que cada momento vive lo mismo que han vivido tantos otros como si fuera la primera vez ¡ªo la peor. De pronto, en esos d¨ªas, millones de personas del MundoRico descubieron que los medios de prensa (les) ment¨ªan. Veinte a?os antes, por ejemplo, algunos de esos medios, los m¨¢s pagados de s¨ª mismos, hab¨ªan sido c¨®mplices de una guerra que produjo un mill¨®n de muertos: sus mentiras facilitaron la invasi¨®n estadounidense de un pa¨ªs asi¨¢tico, Irak, del que aseguraron que ten¨ªa ¡°armas de destrucci¨®n masiva¡± que nunca hab¨ªa tenido ¡ªy entonces nadie hab¨ªa hablado de ¡°fake news¡±. En cambio en 2020, cuando esas mentiras produc¨ªan afortunadamente menos v¨ªctimas, pasaron a ocupar el centro de la percepci¨®n. Y lanzaron una ola de indignaci¨®n biempensante que se parec¨ªa mucho a la ingenuidad boba o la hipocres¨ªa m¨¢s boba todav¨ªa. O, como dec¨ªa aquel fil¨®sofo ignorado: por cada realidad que produce un concepto, diez conceptos producen realidades.

Manifestantes anti-Trump protestan durante una concentraci¨®n en Los ?ngeles, en enero de 2017.
Manifestantes anti-Trump protestan durante una concentraci¨®n en Los ?ngeles, en enero de 2017.MediaNews Group (Getty Images)

(Era cierto que las ¡°redes sociales¡± aceleraban como nunca antes la difusi¨®n de esas ¡°fake news¡±. Una muestra de su poder ¡ªy el poder de sus mentiras¡ª sucedi¨® hacia fines de ese a?o, cuando una corporaci¨®n farmac¨¦utica perdi¨® en un par de horas 14.000 millones de euros en la Bolsa de Nueva York por efecto de un mensaje supuestamente suyo en Tweeter que dec¨ªa que uno de sus principales productos ¡ªla insulina¡ª se volver¨ªa gratuito. Pero tambi¨¦n era cierto que esas mismas redes permit¨ªan desmentir cualquier enga?o con la misma celeridad, lo cual era imposible en tiempos de los medios hegem¨®nicos.)

* * *

En vista de sus fracasos, los grandes diarios cl¨¢sicos se lanzaron a ofrecer versiones ¡°digitales¡± de s¨ª mismos que intentaban, sin lograrlo, reproducir su hegemon¨ªa de papel (ver cap.18). Esas versiones causaron un da?o colateral inesperado: su tecnolog¨ªa permit¨ªa comprobar al segundo qu¨¦ relatos convocaban m¨¢s p¨²blico y, en esos d¨ªas en que muchos editores no manejaban ning¨²n criterio firme sobre qu¨¦ importaba contar y qu¨¦ no, la cantidad se impuso como la ¨²nica medida. La l¨®gica del rating hab¨ªa llegado a la prensa escrita. Era, tambi¨¦n all¨ª, la dictadura de lo que entonces se llamaba ¡°¨¦xito¡±.

Los directivos lo justificaban por la importancia de su ¡°cuenta de resultados¡± y su influencia en la venta de publicidades; lo cierto fue que empezaron a buscar con avidez esos art¨ªculos que, aunque no tuvieran la menor solidez, inflaban los n¨²meros: sol¨ªan ser sandeces sobre ricos y famosos, cr¨ªmenes llenos de sangre, listas de cositas y consejos para mejorar el cutis de la cara. Fue ese momento que algunos, entonces, llamaron ¡°dictadura del clic¡±, y que tan caro pagar¨ªan. Voces aisladas llamaron a escribir ¡°contra el p¨²blico¡±: no seguir sus supuestos apetitos y ofrecerle en cambio lo que los profesionales consideraran pertinente. Otras dijeron que eso no ser¨ªa escribir contra el p¨²blico sino a favor de un p¨²blico que no siempre exist¨ªa ¡ªpero hab¨ªa, si acaso, que ayudar a formar¡ª: la f¨®rmula no termin¨® de concretarse.

En cualquier caso, gracias a la tonter¨ªa de sus lectores, muchos grandes diarios se volvieron cada vez m¨¢s tontos y entraron en un c¨ªrculo muy vicioso: eres tonto, quieres tonter¨ªa, te doy tonter¨ªa, te hago un poco m¨¢s tonto, quieres m¨¢s tonter¨ªa, te doy m¨¢s tonter¨ªa, te hago otro poco m¨¢s tonto, quieres m¨¢s y m¨¢s tonter¨ªa, te la doy te la doy. As¨ª, no fue de extra?ar que esos lectores ¡ªal fin y al cabo no tan tontos¡ª terminaran por aburrirse y alejarse. Empezaron a aparecer ciertos medios ¡ª¡±nativos digitales¡±, los llamaban¡ª que trabajaban con criterios distintos, m¨¢s propios de la cultura dominante audiovisual y multiforme, pero tampoco terminaban de encontrar un camino realmente propio.

(Ya entonces, en pa¨ªses muy letrados como Alemania, la proporci¨®n de personas que se informaban en los medios impresos hab¨ªa bajado del 63 por ciento en 2013 al 26 por ciento en 2022. No parec¨ªa ser solo un problema del soporte: otra encuesta de ese mismo a?o, en Estados Unidos, dec¨ªa que solo el 11 por ciento ten¨ªa ¡°mucha o bastante confianza¡± en las noticias de la televisi¨®n; en 1991 eran uno de cada dos.)



Les qued¨®, entonces, a los medios, un ¨²ltimo recurso ¡ªque, en realidad, siempre hab¨ªa sido el primero¡ª: servir a un sector determinado las ideas y el tipo de noticias que ese sector buscaba. As¨ª armaban un mundo autorreferente donde todo confirmaba lo que cada cual pensaba, un espacio donde vivir protegido de las ideas distintas; as¨ª reforzaban la sensaci¨®n de pertenecer a una tribu poderosa, henchida de verdades. Pero este mecanismo tambi¨¦n se complicaba en tiempos en que la circulaci¨®n de informaciones y opiniones se hab¨ªa desbocado y erraba sin control por tantas v¨ªas. A¨²n as¨ª, millones de personas se empe?aban en mantenerse en esos reductos, reconfortantes, tranquilizadores: lo intentaban.

El mecanismo, originado en los diarios de papel, se hab¨ªa extendido a sus versiones digitales y, tambi¨¦n, a unidades de televisi¨®n y radio que intentaban replicarlo: creaban refugios seguros donde cada sector encontraba lo que quer¨ªa encontrar. Lo mismo hac¨ªan muchos millones que recurr¨ªan a esas ¡°redes sociales¡±: Google, Twitter, Facebook y compa?¨ªa limitada. Facebook, en particular, se hab¨ªa transformado en uno de los medios de informaci¨®n m¨¢s le¨ªdos del mundo sin haber producido nunca una noticia. Era la quintaesencia del efecto reducto: all¨ª, cada participante le¨ªa los relatos escogidos por su grupo de ¡°amigos¡± (ver cap.19), aquellos que hab¨ªa elegido para reafirmar sus filias y sus fobias y, por supuesto, consegu¨ªa confirmarlas, ratificar que el mundo era lo que ¨¦l cre¨ªa. Y mientras tanto, gracias a su ¨¦xito, esas corporaciones se llevaban la publicidad de las empresas que hab¨ªa mantenido durante d¨¦cadas a los grandes medios. Cada a?o, cientos de diarios cerraban en todo el mundo. La ca¨ªda se aceleraba; se preparaba, como sabemos, un modelo completamente nuevo, diferente, de producir un cosmos.

Algo de ¨¦l ya despuntaba: en esos d¨ªas, cualquier peque?o grupo o individuo pod¨ªa difundir lo que escribiera o filmara o compusiera en cualquier formato sin tener que pasar por el filtro de ninguna instituci¨®n o gran empresa: ¡°publicar¡± ¡ªhacer p¨²blico¡ª se volv¨ªa m¨¢s y m¨¢s f¨¢cil; lo que era cada vez m¨¢s dif¨ªcil, en esa marejada, era encontrar quien lo mirara.

Pr¨®xima entrega 22. Las fuerzas m¨¢s armadas

Los ej¨¦rcitos ricos ya no mandaban soldados sino drones. Se gastaban fortunas en armas, sobre todo en Estados Unidos. El ¡°terrorismo¡± segu¨ªa justificando muchas cosas. Y, de pronto, estall¨® una guerra.

El mundo entonces

Una historia del presente

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