Morante, un torrente de armon¨ªa, corta un rabo en La Maestranza
El torero de La Puebla, Juan Ortega y Urdiales ofrecieron un completo y maravilloso recital de toreo de capa
Un vendaval de ¨¦xtasis, entusiasmo y conmoci¨®n colectiva embarg¨® a la plaza de La Maestranza a eso de las ocho de la tarde y, momentos despu¨¦s, Morante de la Puebla paseaba las dos orejas y el rabo del toro Ligerito, de 515 kilos de peso, con el que se hab¨ªa fundido con capote y muleta en un derroche de armon¨ªa, embrujo, duende y belleza indescriptible.
Palmas por buler¨ªas y a los gritos de ¡®torero, torero¡¯, dio Morante una apote¨®sica vuelta al ruedo, y, al final de la corrida, a hombros de una multitud enfervorizada sali¨® por la Puerta del Pr¨ªncipe, la segunda de su ya larga carrera, y as¨ª se lo llevaron hasta el hotel.
Una gesta hist¨®rica, sin duda; de hecho, no se conced¨ªa un rabo desde el 25 de abril de 1971, que lo pase¨® Ruiz Miguel por su faena a un toro de Miura.
?Lo ha merecido Morante esta tarde? No vale la pregunta, porque los m¨¢ximos trofeos en Sevilla son las dos orejas; el rabo es un t¨ªtulo que, en este caso, corona al torero como un artista excelso que ha hecho gozar de qu¨¦ manera a todos los que hayan tenido la fortuna de verlo.
Pero, ?qu¨¦ pas¨®? Pues toda la culpa la tiene Juan Ortega, quien recibi¨® a su primero con un manojo de ver¨®nicas de otro mundo, en las que aminor¨® la velocidad del toro, se dej¨® llevar por su hondo sentimiento, y volvi¨® loca a la plaza y a la banda de m¨²sica que toc¨® en su honor; instantes despu¨¦s, un quite por delantales elevados a la cima del arte rubric¨® el inicio.
Sali¨® entonces Morante y dibuj¨® un quite de personal¨ªsimas chicuelinas; y a¨²n le respondi¨® Ortega con otro por templadas ver¨®nicas.
Ese arrebato de inspiraci¨®n de Ortega, que hab¨ªa enloquecido a los tendidos, le lleg¨® al alma a Morante, ¡®herido¡¯ en su amor propio de artista predilecto de Sevilla.
Y dispuso su venganza. Recibi¨® al cuarto con dos capotazos afarolados pegado a tablas, y desparram¨® despu¨¦s unas grandiosas ver¨®nicas, a las que tambi¨¦n acompa?¨® el pasadoble; un quite por tafalleras angelicales, otro de Urdiales a la ver¨®nica con gracia, y otro final de Morante por gaoneras.
A estas alturas, La Maestranza era un hervidero de emociones, entre el calor ambiental y el toreo de alt¨ªsimos quilates que se estaba esparciendo por toda ella.
Tom¨® Morante la muleta e inici¨® su faena por ayudados por alto. No estaba clara, en ese momento la disposici¨®n del toro, de modo que pareci¨® apagarse, pero fue Morante el que lo oblig¨®, tirando de la embestida para trazar entre ambos una primera tanda de muletazos muy templados; le rob¨® despu¨¦s naturales largos, y aument¨® la intensidad en la siguiente tanda con la mano derecha y culminada con un primoroso cambio de manos. Hubo m¨¢s derroche art¨ªstico, dos tandas de naturales hermosos, los ¨²ltimos a pies juntos, que reventaron los tendidos. Con la estocada culminada, a¨²n dibuj¨® Morante un par de muletazos y un torer¨ªsimo desplante en el instante mismo en el que el toro se derrumbaba en el albero.
La plaza se inund¨® de pa?uelos, y el presidente concedi¨® al mismo tiempo las dos orejas, pero continu¨® el vendaval, y lleg¨® el rabo, que suena a honor¨ªfica compensaci¨®n por una tarde redonda de principio a fin.
De hecho, Morante hab¨ªa recibido a su primer toro con otra exhibici¨®n de ver¨®nicas lent¨ªsimas por el pit¨®n derecho, pero una tremenda costalada del animal cuando trataba de llevarlo al cabo desinfl¨® sus fuerzas y toda esperanza. Pronto se apag¨® a pesar de su calidad.
Ortega pudo haber cortado un trofeo en el tercero, que brind¨® a Curro Romero, si lo mata a la primera. Lo hab¨ªa toreado primorosamente con el capote, y con el mismo sentimiento, con ese don que solo poseen algunos toreros, lo mulete¨® con hondura por ambas manos en una labor plena de torer¨ªa.
Recibi¨® al sexto con otra raci¨®n de ver¨®nicas de ensue?o a las que a?adi¨® un galleo por chicuelinas. La faena de muleta fue irregular e intermitente ante un animal que muy pronto se cans¨® de embestir.
Y Diego Urdiales pas¨® de puntillas. Intent¨® integrarse, eso s¨ª, en el grupo de artistas con el capote con el citado quite en el cuarto, dibuj¨® un par de derechazos ante su muy distra¨ªdo primero, y nada que destacar ante el quinto m¨¢s all¨¢ de un comienzo elegante por bajo.
La tarde fue de Morante (lo del rabo es lo de menos; el presidente ya hab¨ªa comentado en p¨²blico hace tiempo que ya era hora de conceder un rabo en Sevilla), que ha hecho historia, y del don innato de Juan Ortega, que tambi¨¦n consigui¨® extasiar a La Maestranza. (Y mucho cuidado con anunciarse con Morante en un cartel porque este torero se pica y forma la marimorena¡)
Hern¨¢ndez/Morante, Urdiales, Ortega
Toros de Domingo Hernández, correctos de presentación, muy desiguales en los caballos, nobles y justos de fuerza; el cuarto, muy noble y con movilidad, fue premiado con la vuelta al ruedo.
Morante de la Puebla: estocada atravesada y un descabello (ovación); estocada (dos orejas y rabo). Salió a hombros por la Puerta del Príncipe.
Diego Urdiales: pinchazo, estocada baja _aviso_ (silencio); estocada (ovación).
Juan Ortega: dos pinchazos (ovación); pinchazo y estocada fulminante (ovació).
Plaza de La Maestranza. 26 de abril. Décima corrida de abono. Casi lleno en tarde de sofocante calor.
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