¡®The Lost King¡¯: un cuento de hadas contempor¨¢neo con el cuerpo de Ricardo III encontrado en un aparcamiento

Montones de pel¨ªculas parecen estar cocinadas con los ingredientes de los cuentos de hadas: apariciones m¨¢gicas; p¨¢lpitos del coraz¨®n; el triunfo de la constancia sobre la adversidad; la superaci¨®n de las barreras sociales y pol¨ªticas por medio de la verdad, la naturalidad y la autenticidad; la grandeza de la nobleza y la dignidad frente al arribismo; la presencia de un hada que encauza el camino hacia la gloria.

Lo que ya no es tan habitual es que las historias reales posean tales caracter¨ªsticas. Y la que envuelve The Lost King, pura verdad revelada apenas anteayer, es un hermoso cuento de hadas acaecido hace unos a?os, en 2013, en la fea ciudad brit¨¢nica de Leicester, alrededor de un a¨²n m¨¢s horrendo aparcamiento municipal. All¨ª, alejado de la pompa y la circunstancia inglesas, yac¨ªa el cuerpo del m¨ªtico rey Ricardo III. Un descubrimiento guiado por una mujer del mont¨®n a la que nadie hizo caso durante un tiempo, autodidacta de la Historia, sin m¨¢s formaci¨®n acad¨¦mica que sus lecturas y su intuici¨®n, que amparada por ¡°una corazonada¡± parec¨ªa haber sido conducida hasta all¨ª por el mism¨ªsimo esp¨ªritu del monarca, inmortalizado por la obra teatral de William Shakespeare, y convertido en el arquetipo del conspirador pol¨ªtico y criminal: deformado f¨ªsicamente, capaz de cualquier cosa por alcanzar y conservar su poder.

Con todo ello, y con todas las esencialidades expuestas en el primer p¨¢rrafo de este texto cr¨ªtico, el actor y escritor Steve Coogan ¡ªjunto a Jeff Pope¡ª ha compuesto un guion basado en esos hechos reales que tiene mucho de f¨¢bula contempor¨¢nea, de leyenda art¨²rica con un don nadie sacando la espada de la piedra ante la estupefacci¨®n de los poderosos; de Cenicienta masacrada por una sociedad de entendidos, bur¨®cratas, interesados y aprovechados, que no tienen m¨¢s remedio que claudicar ante el brillo de una mujer iluminada. Con buen criterio, el viejo zorro que es Stephen Frears, m¨¢s de 50 a?os haciendo cine, con obras maestras, atrevimientos, singularidades, pel¨ªculas menores, mayores y mediopensionistas, pero siempre con un poder como narrador de aut¨¦ntico cl¨¢sico del cine, ha visualizado The Lost King sin una gota de fanfarria ni de fulgor. Una pel¨ªcula a pie de calle, ambientada en interiores cotidianos ¡ªreuniones de despacho, conversaciones de pub, desayunos en el hogar¡ª, que en realidad esconde un extraordinario relato sobre la ilusi¨®n, el ¨ªmpetu y la conmoci¨®n. Una ins¨®lita p¨¢gina de la historia reciente del Reino Unido en la que, c¨®mo no, Ricardo III en persona tambi¨¦n hace acto de aparici¨®n para guiar a la hero¨ªna y para defenderse de la injusticia y el talento shakesperianos: ni feo ni jorobado ni criminal.

Frears, que comenz¨® su carrera ilustrando para la televisi¨®n las maravillosas historias de los escritores Alan Bennett y Tom Stoppard, con una fase de radicalismo social y cultural (Mi hermosa lavander¨ªa, Sammy y Rosie se lo montan, ?brete de orejas), varios periodos de lujo con t¨ªtulos formidables (Las amistades peligrosas, Los timadores, Alta fidelidad, La reina¡­), y sin olvidar nunca sus ra¨ªces sociales (La camioneta, Caf¨¦ irland¨¦s, Liam¡­), ha dirigido una pel¨ªcula de apariencia sencilla contada con la convicci¨®n de los grandes narradores. Un drama sociopol¨ªtico de tintes universitarios, en el que las conversaciones m¨¢gicas entre el rey Ricardo y la gloriosa y discreta Philippa Langley, interpretada por Sally Hawkins con esa fortaleza tan suya, disfrazada de debilidad y titubeo, tienen mucho de comedia de Woody Allen, de cotidianidad palpable con el estilo de Sue?os de seductor. Sin aspaviento alguno de fantas¨ªa visual.

Frente al descreimiento, al corporativismo universitario y a las luchas de poder, una mujer enferma y ninguneada estaba convencida de poder extraer de la roca la espada Exc¨¢libur. Poco la creyeron. Y all¨ª, en un espantoso aparcamiento, yac¨ªa el mito: un monarca necesitado de una rehabilitaci¨®n hist¨®rica.