Los psiconautas de Harvard
La idea de la expansi¨®n qu¨ªmica de la consciencia parti¨® de la universidad m¨¢s rica del planeta
Comenz¨® con una venganza. En el Harvard de los primeros sesenta, los profesores Timothy Leary y Richard Alpert repart¨ªan LSD y otras drogas alucin¨®genas, t¨¦cnicamente legales, pero dif¨ªciles de conseguir. Por alguna raz¨®n, rechazaron a Andrew Weil, un estudiante de medicina que colaboraba con el diario de la universidad. All¨ª public¨® una denuncia de los experimentos de Alpert y Leary, que desembocar¨ªa en su expulsi¨®n en 1963. Se libr¨® de cualquier censura Huston Smith, un te¨®logo c¨®mplice que ense?aba en el cercano Massachusetts Institute of Technology.
Esos cuatro personajes forman el n¨²cleo de El Club Psicod¨¦lico de Harvard, libro del periodista Don Lattin que edita Errata Naturae. No es precisamente un gran modelo narrativo pero parte de una historia irresistible. El LSD, descubierto en 1943, ya circulaba por el mundo acad¨¦mico de Estados Unidos. A instancias de la CIA se estudiaron sus posibilidades b¨¦licas y un eventual uso en interrogatorios. Entre la bohemia, el novelista Aldous Huxley popularizaba las exploraciones internas en su ensayo Las puertas de la percepci¨®n (1954); Huxley y un amigo incluso inventaron la palabra ¡°psicod¨¦lico¡±.
Aqu¨ª se desarrollan las biograf¨ªas de los cuatro m¨¢s all¨¢ del choque con la administraci¨®n de Harvard; el incidente liber¨® a todos los implicados. Asombrosamente, Weil se convertir¨ªa en experto en drogas y (con matices) en defensor de su uso. Fino oportunista, dej¨® los psicotr¨®picos para promocionar la alimentaci¨®n saludable y los suplementos vitam¨ªnicos. Aunque multimillonario, Lattin le presenta culpabilizado por su denuncia de 1963: consigui¨® que Leary le perdonara pero Richard Alpert se neg¨® a recibir sus excusas. O habr¨ªa que decir Ram Dass, nombre que adopt¨® tras viajar a la India, de donde volvi¨® convertido en un yogui.
Pero el gran protagonista de El Club Psicod¨¦lico de Harvard es Timothy Leary: las aventuras de los granujas tienen m¨¢s chicha que las de los prudentes. Leary sab¨ªa manejar a los medios con lemas tentadores como aquello de ¡°conecta, sintoniza, d¨¦jalo todo¡±. Segu¨ªa los consejos del comunic¨®logo Marshall McLuhan, que tambi¨¦n le sugiri¨® no dejar de sonre¨ªr, incluso en circunstancias adversas o ante oyentes esc¨¦pticos. Su carisma impresion¨® negativamente al presidente Nixon, que lo declar¨® ¡°el hombre m¨¢s peligroso de Am¨¦rica¡±.
Su trayectoria retrata las paradojas de una contracultura entre el hedonismo y el activismo. Condenado por tenencia de marihuana a ?20 a?os de c¨¢rcel!, se escap¨® en una fuga organizada por el grupo radical los Weathermen y financiada por la Hermandad del Amor Eterno, distribuidores de LSD y hierba. En Estados Unidos, tal alianza era factible. Pero no en Argelia.
Y es que tras su huida recal¨® en Argel, entonces refugio para abundantes movimientos de liberaci¨®n. All¨ª, los Panteras Negras le convencieron para que proclamara que la ¨²nica opci¨®n para cambiar EEUU era la lucha armada. En realidad, segu¨ªa tomando ¨¢cidos. Eldridge Cleaver, cabecilla de los Panteras en el exilio, orden¨® que Leary fuera sometido a ¡°arresto revolucionario¡±. Ninguna broma: Cleaver fue capaz de matar a Clinton Robert Smith, uno de sus camaradas, por el pecado de flirtear con su esposa Kathleen. Las autoridades argelinas respiraron aliviadas cuando Leary se traslad¨® a Suiza, pa¨ªs renuente a las extradiciones.
Y todo esto ocurri¨® en menos de un a?o. Para sus siguientes andanzas, a¨²n m¨¢s escandalosas, consulten El Club Psicod¨¦lico de Harvard.
Babelia
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