Hay inteligencias artificiales, carcas y horteras, que responden como el ¡®cu?ao¡¯
La inteligencia humana tambi¨¦n es artificial: el desarrollo de prejuicios culturales y esquemas de conocimiento podr¨ªa compararse con una programaci¨®n cifrada a partir del discurso dominante de los vencedores
Hasta el momento solo he escrito una novela con referentes en la ciencia ficci¨®n, un g¨¦nero que ni es ciencia ni es ficci¨®n: con pretensi¨®n pol¨ªtica, se fotograf¨ªa la realidad coloc¨¢ndola en el futuro y jugando con los l¨ªmites ling¨¹¨ªsticos para provocar un desconcierto basado en la ret¨®rica de las neolenguas. Desde esta experiencia imaginativa, quiero reflexionar sobre la inteligencia artificial, porque nuestra inteligencia humana tiene un componente natural, pero tambi¨¦n tiene algo artificial: el desarrollo de prejuicios culturales y esquemas de conocimiento podr¨ªa compararse con una programaci¨®n cifrada a partir de los datos del peso de la historia de los vencedores y sus discursos dominantes.
Nuestra interiorizaci¨®n del machismo o las bondades de la desregulaci¨®n del mercado se identifica con esa ideolog¨ªa invisible que nos programa: existir humanamente es hacernos preguntas para salir de esa tela de ara?a pegajosa. La cultura, como fuente nutricia, forma parte de esos artificios que asimilamos org¨¢nicamente. Lo aprendido, lo ajeno, se nos mete en la carne. Por otro lado, los experimentos populares de las IA que llegan a nuestros m¨®viles no ponen en peligro un concepto de creaci¨®n art¨ªstica, literaria, que asuma riesgos y no se limite a repentizar lo conocido desde el arquetipo m¨¢s t¨®xico; esto ¨²ltimo es lo que hacen precisamente las IA populares: calificar las idiosincrasias de comunidades aut¨®nomas reduci¨¦ndolas al t¨®pico ¡ªandaluces, perezosos; madrile?os, prepotentes¡ª; seleccionar las naciones con las personas m¨¢s bellas ¡ªIndia, Estados Unidos, Ucrania, Jap¨®n, ning¨²n pa¨ªs africano¡ª.
Estas IA cronifican nuestra estulticia, IA comerciales, horteras, parecen sacadas de un chiste con cu?ao y de un medio de comunicaci¨®n sensacionalista. El sesgo ideol¨®gico se agranda en manchurr¨®n y las IA, puestas a escribir novelas, reproducir¨¢n esquemas de una literatura bestsellerizada. La gentrificaci¨®n estil¨ªstica se repetir¨¢ en un bucle infernal, igual que se repite en el centro de esas grandes ciudades en las que buscamos una franquicia de caf¨¦ con leche en vaso de papel reciclable para conectarnos al wifi y sentirnos como en casa mientras amortiguamos las contradicciones y conflictos que pueda producirnos un entorno ajeno. La gentrificaci¨®n urban¨ªstica y la gentrificaci¨®n de la p¨¢gina literaria nos salvan de sentir extra?eza, estupor, el punto de partida para el aprendizaje.
Lo inquietante es que, mientras los seres humanos nos acomodamos y convertimos la resiliencia en el objetivo de nuestra vida, otras IA quiz¨¢ adquieran un acervo l¨¦xico superior a las 1.500 palabras organizado en una sintaxis compleja: Jorge Carri¨®n y el Taller Estampa han trabajado en Los campos electromagn¨¦ticos con las posibilidades juguetonas de c¨®digos artificiales conectando con la transgresi¨®n surrealista, subrayando los v¨ªnculos entre artesan¨ªa y magia en el arte, hablando del amor entre seres humanos y m¨¢quinas que hoy se concreta en la pasi¨®n por el tel¨¦fono m¨®vil y antes cobr¨® la forma literaria de la pasi¨®n de Nataniel por el cuerpo mec¨¢nico de Olimpia. Estudian una rob¨®tica que no se aplique solo al marketing y a la manipulaci¨®n pol¨ªtica.
Por ¨²ltimo, comparto con ustedes un temor: el mercado laboral se va a transformar, se van a producir despidos masivos, se van a romper sue?os y vidas. Pero la responsabilidad de esa transformaci¨®n ¡ªquiz¨¢ debamos replantearnos si el progreso siempre coincide con el avance del tiempo sobre la l¨ªnea de la historia¡ª no ser¨¢ de unas IA, no lo suficientemente emancipadas, sino de los seres humanos que controlan el colt¨¢n del Congo, redes sociales, palabras eslogan, enchufes. Al algoritmo fant¨¢stico le cargan el muerto del deseo ¡ªtan humano¡ª del control y la acumulaci¨®n de capitales. Como si el pobre Frankenstein siempre tuviese la culpa de todo.
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