Trampantojo
Hace calor, pero voy tapada hasta los pies. Y en la explanada de las mezquitas de Jerusal¨¦n me dar¨¢n otra falda hasta los tobillos y me pedir¨¢n que abroche el primer bot¨®n del vestido
Escribo este texto a golpes, al ritmo de unos tambores que hacen que en mi est¨®mago resuenen sonidos sordos. Anuncian a una multitud vestida de blanco que parece celebrar a un joven que entra en la edad adulta. Digo parece porque, supuestamente, el Bar Mitzvah se celebra los s¨¢bados y hoy es mi¨¦rcoles. Hace calor, pero voy tapada hasta los pies con un vestido de hilo beige que cubre piernas, hombros y la zona superior del pecho. Aun as¨ª, cuando entre en la explanada de las mezquitas, me dar¨¢n otra falda tambi¨¦n hasta los tobillos y me pedir¨¢n que abroche el primer bot¨®n del vestido camisero. No hay bot¨®n, as¨ª que tendr¨¦ que tensar un imperdible a la altura de la garganta.
Escribo mientras las mujeres con las que viajo dibujan en sus cuadernos. Lo hacemos en una zona excavada de la ciudad, en uno de esos estratos que Rafael Chirbes comparar¨ªa con capas de hojaldre y que hace dos mil a?os deb¨ªa ocupar el Cardo romano. Un grupo de militares muy j¨®venes se ha reunido a los pies de un gran trampantojo que ilustra lo que ser¨ªa la vida en la antigua v¨ªa comercial. Al otro lado, el Muro de las Lamentaciones, y pegada a este, la explanada de las mezquitas, donde muy pronto tendr¨¦ que buscar un imperdible y, tambi¨¦n, donde hace cinco a?os me acusaron de ser una ladrona por pegar una hoja de olivo en mi cuaderno. Me lo arrancaron de las manos y me empujaron hasta una peque?a habitaci¨®n a la que no llegu¨¦ a entrar porque el amigo con el que viajaba se acerc¨® alarmado al ver los movimientos bruscos. La situaci¨®n se arregl¨® con el t¨ªpico pacto entre hombres: sin mediar palabra, uno nos puso, al cuaderno y a m¨ª, en manos del otro, y aqu¨ª no ha pasado nada.
Pretend¨ªa seguir un orden en la lectura de la bibliograf¨ªa que hab¨ªa preparado para este viaje (Zeruya Shalev, Lea Goldberg, Meir Wieseltier), pero Nathalie L¨¦ger se adelant¨® velozmente por la derecha y desde que llegu¨¦ a Jerusal¨¦n no dejo de pensar en Pippa Bacca. ¡°Querida Paula, creo que este libro puede entusiasmarte¡±, le¨ª en una tarjeta que encontr¨¦ dentro de un ejemplar de El vestido blanco. El libro lo tiene todo: una historia interesante, la vida y el arte entrelazados, y una narradora con mirada cr¨ªtica que, en paralelo, mantiene un di¨¢logo con su madre.
¡°?Por qu¨¦ dos vestidos?¡± escribe L¨¦ger, porque la idea era ¡°realizar una peregrinaci¨®n ancestral, el famoso viaje a Jerusal¨¦n, pasear su traje por las autopistas para que, al igual que un papel secante, la tela se impregnara, para que el tejido no olvidara nada¡±. La artista italiana Pippa Bacca decidi¨®, en 2008, realizar una performance que part¨ªa de la confianza ciega en el mundo, de la supuesta bondad a pesar lo complejo de las capas (no s¨¦ si de hojaldre, de palabras o de carne) que tambi¨¦n nos configuran como seres humanos. Vestida de novia, atraves¨® haciendo autoestop lugares en los que las consecuencias de la guerra segu¨ªan estando presentes. Nunca lleg¨® a Jerusal¨¦n. Durante el trayecto, un hombre la viol¨® y acab¨® con su vida.
Sentada sobre el suelo fr¨ªo de m¨¢rmol de la Iglesia del Santo Sepulcro dibujo en un cuaderno que prepar¨¦ con la intenci¨®n de despedirme de mi trabajo como ilustradora. La editorial para la que trabajaba me propuso que escribiera ¡°a lo James Rhodes¡± un caso de acoso que estaba viviendo en carne propia, as¨ª que devolv¨ª el adelanto, cancel¨¦ el proyecto, y ahora tengo un cuaderno lleno de manchas blancas y terrosas perfecto para retratar este lugar. El olor de mi infancia impregna el espacio y mientras observo la talla de una Virgen pintada en blancos y azules, recuerdo que las im¨¢genes no son solo manchas de color (otra vez Chirbes), ¡°sino tambi¨¦n el golpe violento de un aroma imprevisto que llega cargado de recuerdos¡±. El machaque religioso vuelve a m¨ª con violencia y me hace sentir segura en un lugar que s¨¦ que no lo es. Debe ser que aqu¨ª siento cerca la presencia de mi abuela. La abrazar¨¦. Despu¨¦s, saldr¨¦ con paso firme de este trampantojo de botones abrochados, pan de oro, c¨¢nticos angelicales, y violencias contra las mujeres.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.