Genio, tirano y violento: las repetidas agresiones de John Eliot Gardiner
La ¡®omert¨¢¡¯ que ha tapado el comportamiento del director de orquesta est¨¢ relacionada con su prestigio musical. Se trata de uno de los principales int¨¦rpretes vivos de Monteverdi, Handel, Bach, Beethoven y Berlioz, con decenas de grabaciones fundamentales
¡°?Deber¨ªas haber sido zapatero!¡±, le espet¨® Johann Sebastian Bach a su organista durante el ensayo de una cantata, en Leipzig, tras arrancar la peluca de su cabeza y tir¨¢rsela a la cara. Se trata de una de las agresiones del compositor alem¨¢n del siglo XVIII recopiladas por John Eliot Gardiner (Fontmell Magna, Dorset, 80 a?os) en su libro La m¨²sica en el castillo del cielo (Acantilado). Una excelente monograf¨ªa donde dedica un extenso cap¨ªtulo, titulado El ¡®Cantor¡¯ incorregible, a delinear un retrato sobre el lado m¨¢s mezquino y violento de Bach. Una forma de justificar esa lectura m¨¢s humana y hasta mundana que escuchamos en sus excelentes interpretaciones, aunque ahora tambi¨¦n parece aludir a las dobleces de su propia personalidad.
El legendario director ingl¨¦s protagoniz¨® un bochornoso incidente, la noche del pasado 22 de agosto, en el Festival Berlioz celebrado en La C?te-Saint-Andr¨¦. Gardiner agredi¨® entre bastidores al bajo William Thomas, que hab¨ªa cantado el papel de Narbal en una interpretaci¨®n en concierto de la extensa ¨®pera Los troyanos. El hecho provoc¨® un inmenso revuelo medi¨¢tico tras difundirse en el portal Slipped Disc. El director ingl¨¦s emiti¨® una sentida disculpa y se retir¨® de la gira internacional de sus conjuntos con la ¨®pera de Berlioz. Ahora acaba de anunciar su retirada de los escenarios hasta final de a?o para someterse a terapia.
Las razones que provocaron esa violenta reacci¨®n no est¨¢n claras y su justificaci¨®n por el calor o la medicaci¨®n tampoco ayudaron a mitigar sus consecuencias. Lo cierto es que a pocos m¨²sicos que conocen a Gardiner les sorprendi¨® este incidente. Ya en febrero de 2014, el director ingl¨¦s golpe¨® a un trompetista de la Sinf¨®nica de Londres durante un ensayo, tras tirarle a la cara una partitura. Entonces el asunto no pas¨® de las p¨¢ginas de la revista sat¨ªrica Private Eye, donde el antiguo director general de esa orquesta, John Boyden, inform¨® del asunto en su famosa columna bajo el seud¨®nimo Lunchtime O¡¯Boulez. Y el mismo portal Slipped Disc aclar¨® su resoluci¨®n con una disculpa por escrito dirigida al m¨²sico agredido, aunque sin indicar el nombre del director.
La revista brit¨¢nica The Spectator ha sido uno de los pocos medios que ha difundido en los ¨²ltimos a?os el lado m¨¢s violento de Gardiner, que tiene el t¨ªtulo de sir. En 2013, Stephen Walsh abri¨® una elogiosa cr¨ªtica de su libro de Bach comentando su ¡°notoria groser¨ªa¡± hacia artistas y colegas. Le han seguido varios art¨ªculos, como el de Damiam Thompson, donde desvel¨® el sobrenombre de Jiggy, que utilizan los artistas para referirse a ¨¦l. Y, en enero pasado, Richard Bratby reconoci¨® que si hablas con m¨²sicos veteranos casi todos te pueden contar alguna historia terror¨ªfica con Gardiner.
La omert¨¢ que ha tapado estos inaceptables comportamientos est¨¢ relacionada con su prestigio musical. Hablamos de uno de los principales int¨¦rpretes vivos de Monteverdi, Handel, Bach, Beethoven y Berlioz, con decenas de grabaciones fundamentales de todos esos compositores. Sin ir m¨¢s lejos, en su ¨²ltima actuaci¨®n en Espa?a, el pasado 11 de abril en el Palau de la m¨²sica catalana, le escuchamos una excepcional Misa en si menor, de Bach. Tambi¨¦n se trata de uno de los principales pioneros de la interpretaci¨®n hist¨®ricamente informada, que ha fundado tres conjuntos m¨ªticos: el Coro Monteverdi (1964), los English Baroque Soloists (1978) y la Orchestre R¨¦volutionnaire et Romantique (1989). A todo ello hay que sumar su carisma altivo y refinado que comparte con el orgullo de ser granjero, despu¨¦s de heredar el negocio de su familia en Dorset. Y tambi¨¦n la erudici¨®n que leemos en su referido libro sobre Bach y pronto en otra monograf¨ªa que prepara sobre Monteverdi.
El contraste entre el genial doctor Gardiner y el violento se?or Jiggy ha perdurado tambi¨¦n por su poder. Muchos m¨²sicos brit¨¢nicos le deben sus carreras y prefieren evitar que les deje fuera de sus m¨²ltiples proyectos. Pero tambi¨¦n tiene buenos contactos en las altas esferas, empezando por el rey Carlos III, que le encarg¨® parte de la m¨²sica de su coronaci¨®n. Por tanto, nadie duda de que esta retirada ser¨¢ un par¨¦ntesis para que se olvide este lamentable episodio y Gardiner volver¨¢, en 2024, sin mayores consecuencias. No obstante, la reacci¨®n p¨²blica ante lo sucedido da muestras claras de un importante cambio en nuestra sociedad, en general, y en el oficio de dirigir orquestas y coros, en particular.
Uno de los principales errores de la reciente pel¨ªcula T¨¢r, de Todd Field, fue no darse cuenta de este cambio fundamental. Y, al tratar de hacer veros¨ªmil su personaje protagonista, reprodujo en una mujer los peores atributos del director eg¨®latra, manipulador y macho alfa. Casi todos los grandes directores legendarios del pasado fueron unos violentos tiranos sobre el podio. Y de algunos, como es el caso de Arturo Toscanini, tenemos testimonios sonoros de sus terribles agresiones. Pero vivimos en una sociedad donde al genio se le exige adem¨¢s un valor moral.
Hoy la autoridad sobre el podio del director de orquesta se consigue con una actitud m¨¢s colaborativa que impositiva. Es algo que vimos ya entre algunos grandes directores del pasado. Pensemos, por ejemplo, en Carlos Kleiber y las notas que redactaba para los m¨²sicos durante las pausas de sus ensayos (los famosos kleibergramas) con indicaciones que prefer¨ªa no hacerles en p¨²blico. Y tambi¨¦n la asombrosa eficacia de Mariss Jansons al preparar un nuevo programa, que lo convirtieron en el director m¨¢s querido por todas las orquestas.
En la actualidad, directores tan veteranos, como Riccardo Muti, admiten sin rubor que ¡°los m¨²sicos de orquesta est¨¢n mejor preparados que los directores¡±. Y algunos, como Herbert Blomstedt, han desarrollado una teor¨ªa fascinante que ve a los m¨²sicos de una orquesta ¡°un poco como ¨¢ngeles¡± a los que agradece personalmente su trabajo entre bastidores al final de cada concierto. Entre los m¨¢s j¨®venes, como Klaus M?kel? y Joana Mallwitz, admiramos la visible (y audible) complicidad que desarrollan con cada uno de los instrumentistas de sus conjuntos. Hoy el mito del maestro ha sido desbancado por el protagonismo de las orquestas. Y el caso del doctor Gardiner y el se?or Jiggy es ciertamente muy extra?o.
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