¡®T¨¢r¡¯, parodia y utop¨ªa de la m¨²sica cl¨¢sica
El exitoso filme de Todd Field dibuja un torpe y anticuado retrato de la direcci¨®n orquestal, cuya protagonista interpreta Cate Blanchett de forma poco veros¨ªmil
¡°No hay expresi¨®n m¨¢s v¨ªvida del poder que la actividad del director de orquesta¡±, afirma Elias Canetti. ¡°Cada detalle de su comportamiento p¨²blico es significativo, y todo lo que hace arroja luz sobre la naturaleza del poder¡±, prosigue en su estudio fenomenol¨®gico titulado Masa y poder (1960). Describe, a continuaci¨®n, su actividad como m¨¢ximo servidor de la m¨²sica, que somete con sus movimientos a una orquesta frente a ¨¦l, pero tambi¨¦n al p¨²blico ubicado a su espalda. Representa la obra que dirige, solo y erguido. Y se convierte, durante ese lapso de tiempo, en el se?or del mundo.
Canetti se refiere a Hermann Scherchen (1891-1966), pero sus palabras podr¨ªan introducir a Lydia T¨¢r. Una directora de orquesta inventada por el realizador Todd Field para su largu¨ªsima y exitosa pel¨ªcula que protagoniza (y casi monopoliza) la actriz Cate Blanchett, candidata al Oscar de interpretaci¨®n femenina protagonista. Pero el bello y anacr¨®nico perfil del escritor b¨²lgaro, que desarrollar¨¢ en la tercera parte de su autobiograf¨ªa titulada El juego de ojos, poco tiene que ver con la vulgar parodia que vemos en la pel¨ªcula. La precisi¨®n de Canetti para retratar al director alem¨¢n, sin apenas datos biogr¨¢ficos y acentuando unos pocos rasgos de su car¨¢cter (voracidad de conocimiento, pasi¨®n por la dificultad, af¨¢n de control...), contrasta con la mujer superficial, eg¨®latra y llena de tics que nos muestra la pantalla al inicio del filme.
Field la presenta en una inveros¨ªmil conversaci¨®n p¨²blica con Adam Gopnik. El periodista de The New Yorker es aut¨¦ntico, pero la entrevista es delirante. Lydia T¨¢r, aparte de ser una experta etnomusic¨®loga y una multipremiada compositora que ha logrado el EGOT (los cuatro premios m¨¢s importantes de la industria del espect¨¢culo: el Emmy, el Grammy, el Oscar y el Tony), ha ejercido la titularidad de las cinco grandes sinf¨®nicas de Estados Unidos (Cleveland, Filadelfia, Chicago, Boston y Nueva York) y lleva casi una d¨¦cada al frente de la Filarm¨®nica de Berl¨ªn. Una trayectoria imposible para un director, ya sea hombre, mujer o extraterrestre. Despu¨¦s se mete con Gustav Mahler y su Quinta sinfon¨ªa, cuyo ¡°misterio¡± no es inferior al que plantea la Sexta, donde el orden de sus movimientos sigue causando controversia. Incluso, la famosa dedicatoria de la Quinta a su esposa Alma, a la que se refiere T¨¢r, se convierte en algo todav¨ªa m¨¢s misterioso en la Sexta: un retrato musical en fa mayor.
A continuaci¨®n comenta el referente mahleriano de Leonard Bernstein, que supuestamente fue el maestro de la protagonista. Ella relaciona su visi¨®n de Mahler con el juda¨ªsmo, pero se olvida de las explicaciones que dio en sus famosas Norton Lectures de Harvard donde lo considera una especie de profeta que predijo los horrores futuros del siglo XX. No obstante, lo m¨¢s divertido es su referencia al tempo y duraci¨®n del famoso Adagietto. T¨¢r rechaza la lentitud de Bernstein (alude a su versi¨®n en el entierro de Robert Kennedy) y se decanta por dirigirlo mucho m¨¢s r¨¢pido. Propone una duraci¨®n de siete minutos (m¨¢s veloz incluso que la grabaci¨®n neoyorquina de Bruno Walter de 1947). Pero el tempo que escuchamos en su ensayo (y que se incluye en el CD de Deutsche Grammophon con la banda sonora de la pel¨ªcula) es todav¨ªa m¨¢s lento que el de Bernstein.
Mucho m¨¢s grave resulta el retrato que realiza de la direcci¨®n orquestal. Aparte de la carcajada f¨¢cil a costa del pobre Lully, T¨¢r habla de un mundo ut¨®pico donde no existe ning¨²n problema de g¨¦nero sobre el podio. Ojal¨¢ fuera as¨ª, pero la realidad es otra. Hace pocos d¨ªas, la directora brit¨¢nica Emma Warren respond¨ªa en The Guardian a la pel¨ªcula de Field con un testimonio tremendo: un individuo que la felicit¨® por c¨®mo meneaba el culo mientras dirig¨ªa. Ya se celebr¨® hace siete a?os, en EL PA?S, el nombramiento de Mirga Gra?inyt?-Tyla en Birmingham (que debutar¨¢ la pr¨®xima temporada en el Teatro Real de Madrid), una directora que encarna un nuevo arquetipo femenino sobre el podio. Pero el estereotipo dominante asociado con la direcci¨®n de orquesta es masculino y la presencia de una mujer al frente de una gran orquesta sigue siendo noticia. La pel¨ªcula T¨¢r no contribuye a cambiarlo cuando reproduce en una mujer los peores atributos del director eg¨®latra, manipulador y macho alfa.
La emulaci¨®n del director masculino queda clara, desde el principio de la pel¨ªcula, en una interesante secuencia donde selecciona la portada que va a imitar en su pr¨®xima grabaci¨®n. Entre m¨²ltiples elep¨¦s de Mahler tirados por el suelo, de grandes directores mayoritariamente del pasado (el m¨¢s actual es Gustavo Dudamel), opta por la famosa Quinta de Claudio Abbado en Berl¨ªn. Su forma de dirigir resulta tambi¨¦n forzada e inveros¨ªmil en las pocas secuencias de ensayos al frente de los m¨²sicos de la Filarm¨®nica de Dresde (que representan a los filarm¨®nicos berlineses). Y el gesto que marca la marcha f¨²nebre del primer movimiento de la Quinta mahleriana, utilizado como cartel en la pel¨ªcula, parece tan sobreactuado y superficial como todo su personaje.
Cate Blanchett no resulta cre¨ªble como directora de orquesta en ning¨²n plano de la pel¨ªcula. Y todo a su alrededor forma parte de una visi¨®n distorsionada del oficio actual de dirigir orquestas. No resulta veraz su ayudante Francesca como disc¨ªpula, es rid¨ªculo el personaje de Eliot Kaplan (como referencia al benefactor Gilbert Kaplan), su veterano antecesor Andris Davis se hace cansino con esas edulcoradas batallitas del pasado, ning¨²n director de orquesta tiene un asistente tan mayor como Sebastian y tampoco resulta plausible la relaci¨®n afectiva que mantiene con Sharon, la concertino de su orquesta. Quiz¨¢ el ¨²nico acierto sea el personaje de la misteriosa Olga, que representa la violonchelista angloalemana Sophie Kauer. Faltar¨ªa, adem¨¢s, la presencia del director ejecutivo, que gestiona la relaci¨®n de cualquier director con una orquesta.
Est¨¢ claro que el personaje de Lydia T¨¢r es ficticio. Pero Field pretende hacerlo veros¨ªmil. Y para ello compone un retrato torpe y anticuado de la direcci¨®n orquestal. Simplemente ya no existe ning¨²n director as¨ª, ya sea hombre o mujer, por mucho que la historia de su ca¨ªda recuerde algunos casos recientes. El mito del maestro ha pasado a mejor vida. Y, desde hace bastantes a?os, las grandes orquestas est¨¢n m¨¢s interesadas en directores que les aporten motivaci¨®n, inspiraci¨®n y madurez antes que glamur. Qued¨® muy claro, en 2015, cuando los integrantes de la Filarm¨®nica de Berl¨ªn eligieron a un completo desconocido llamado Kirill Petrenko como su nuevo titular.
Nicholas Logie explic¨® ese cambio de mentalidad, en 2013, dentro de su monograf¨ªa titulada El papel del liderazgo en la direcci¨®n de orquestas (Scholars¡¯ Press). Y en la actualidad Cristina Sim¨®n est¨¢ desarrollando una tesis doctoral en la Universidad de La Rioja, donde aplica la teor¨ªa del liderazgo transformacional para explicar la relaci¨®n colaborativa actual entre orquestas y directores. Precisamente, este cambio en el liderazgo del director de orquesta, unido a la desaparici¨®n de personajes tan nocivos como Lydia T¨¢r, es lo que est¨¢ permitiendo ver a cada vez a m¨¢s mujeres sobre el podio de las mejores orquestas del mundo.
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