?Pueden los errores factuales arruinar una obra de ficci¨®n como ¡®Napole¨®n¡¯?
Mostrar nuestro malestar porque una pel¨ªcula, una serie o una novela no sean rigurosas es in¨²til. Hay que mantener la exigencia en las propiamente hist¨®ricas o en aquellas que se anuncian como tales
En el ¨²ltimo mes nos han preguntado m¨¢s por la pel¨ªcula Napole¨®n que por cualquier otra cuesti¨®n. La mayor¨ªa de los historiadores compartimos una mezcla de envidia, por las expectativas que son capaces de generar grandes producciones como esta, y de frustraci¨®n, porque a la gente solo le interesa saber si la pel¨ªcula tiene ¡°rigor¡±. Generalmente, reaccionamos mal y mostramos nuestro rechazo ante esta pregunta. Y al hacerlo nos estamos alejando de la demanda de conocimiento hist¨®rico mayor, la m¨¢s general y divulgativa. No es esta una cuesti¨®n menor, evidencia por qu¨¦ no somos capaces de llegar a un p¨²blico m¨¢s amplio, interesado en la Historia, pero lejos del formato acad¨¦mico.
No tiene sentido rasgarse las vestiduras porque una pel¨ªcula, una novela o una obra de teatro cometa errores hist¨®ricos. No es Historia, es ficci¨®n. Los historiadores no estamos obligados a tomar cicuta porque en la gran pantalla Bonaparte dirija una carga de caballer¨ªa, el h¨¦roe de Troya sea rubio platino o un prisionero de un campo de concentraci¨®n nazi luzca abdominales.
La ficci¨®n dice mucho m¨¢s sobre nuestro presente que del pasado que reinterpreta; olvidamos que se mueve dentro de los c¨¢nones de la industria del ocio y del entretenimiento, que es un producto global, dirigido a todos los p¨²blicos. Las cr¨ªticas airadas (disparate, anacr¨®nica, colonial¡) que han recibido esta y otras pel¨ªculas de ambientaci¨®n hist¨®rica recientes son tambi¨¦n retrospectivas y hablan m¨¢s de hoy que del ayer. Muestran la pugna por el control del relato convencional, m¨¢s tradicional, para el que la historia se reduce a una sucesi¨®n de fechas y acontecimientos. Al trazar una l¨ªnea continua desde Atapuerca a la actualidad, tratan de mantener la clave explicativa del origen de nuestro mundo y nuestra posici¨®n en ¨¦l. Aunque la reproducci¨®n exacta del pasado no exista, la etiqueta de legitimaci¨®n hist¨®rica envuelta en la b¨²squeda de la verdad, que parec¨ªa desplazada por la del conocimiento cient¨ªfico, resurge hoy con fuerza como en otras ¨¦pocas de crisis e incertidumbre.
Hay muchos usos del pasado en nuestra vida cotidiana. Los itinerarios, las adaptaciones o las recreaciones hist¨®ricas vinculadas al patrimonio y a la industria del turismo son un gran ejemplo. Nuestra era digital incorpora el pasado como una pantalla m¨²ltiple. Desde los decorados de los videojuegos y las aplicaciones m¨®viles, a las plataformas educativas que deber¨ªan atraer m¨¢s nuestra atenci¨®n porque ofrecen contenidos hist¨®ricos sin verificar, que amenazan con desplazar a los libros de texto. La docencia exige no solo una cuidada selecci¨®n de contenidos sino de fuentes. Hace tiempo que en la ense?anza de la Historia se incorporan elementos de cultura visual. Las clases ya no se entienden sin im¨¢genes, sin pintura, fotograf¨ªa o cartograf¨ªa.
Explicar el mundo
Probablemente, la coronaci¨®n de Isabel II no fuera exactamente como la pint¨® Casado del Alisal, pero, en plena crisis del final de su reinado, resultaba esencial que se representara de aquella forma. Nuestro deber es explicar c¨®mo dibujaba el mundo la Inglaterra victoriana, no mostrarnos irritados como franceses o espa?oles de hoy porque salga mucho Sed¨¢n y poco Bail¨¦n. En realidad, las obras de ficci¨®n no cometen errores, reintroducen figuras atemporales, como C¨¦sar o Cleopatra, otras m¨¢s cercanas como Kennedy o Thatcher, y traspasan, sin reparar en saltos o anacronismos, los valores din¨¢sticos entre una ¨¦poca y otra, de los Tudor a The Crown.
Si algo podemos aportar los historiadores en esta faceta, es comprender si la obra capta el sentido, la experiencia de un tiempo y de una sociedad que ya no existen. En el cine, en las novelas, hay secuencias que no pod¨ªan suceder con los c¨®digos morales o legales de la ¨¦poca, de ninguna de las maneras posibles, pero que resultan comunes y habituales en la nuestra. Esta es la operaci¨®n m¨¢s dif¨ªcil porque el gran p¨²blico prefiere esa adaptaci¨®n a mantener el sentido original. Tambi¨¦n es un grado complicado de conseguir en un trabajo propiamente hist¨®rico, con fuentes de archivo, ya que estas solo reproducen una parte del pasado. El propio Ridley Scott en El ¨²ltimo duelo (2021) ofreci¨® un excelente ejemplo de mirada caleidosc¨®pica. Ambientada en la Francia del siglo XIV, la pel¨ªcula reproduce un proceso judicial que sirvi¨® de base para la adaptaci¨®n de la obra. El argumento vuelve a empezar, una y otra vez, dependiendo de la perspectiva de cada narrador implicado. T¨¦cnica que permite visibilizar al pueblo llano o a las mujeres, como ya hiciera la historiadora recientemente desaparecida Natalie Zenon Davies, en El regreso de Martin Guerre. La metodolog¨ªa de investigaci¨®n hist¨®rica, muy larga y pesada porque precisa contrastar todas las evidencias, depende de esta misma operaci¨®n fundamental.
Tan importante es verificar, demostrar qu¨¦ hay y qu¨¦ no hay en los archivos, como indagar, seguir todas las pistas hasta detectar las falsas. Umberto Eco lo defini¨® como la b¨²squeda del Santo Grial en C¨®mo se hace una tesis: t¨¦cnicas y procedimientos de estudio investigaci¨®n y escritura. Porque en Historia, despu¨¦s de acumular todas las pruebas, finalmente, tampoco lo olvidemos, hay que escribir. Nombrar, designar, utilizar los t¨¦rminos y las palabras originales, implica transformar un lenguaje que ya no existe por el nuestro. La ficci¨®n, en cambio, empieza nombrando el mundo con palabras y objetos por todos reconocibles. Arranca desde el final. Por eso hay novelas y pel¨ªculas que tratan mejor el tiempo que muchos libros de historia, porque sus personajes ofrecen un retrato coral de toda una ¨¦poca. El perfume, de Patrick S¨¹skind, es uno de ellos. Puede que la pel¨ªcula no refleje la Francia rural del final del Antiguo R¨¦gimen como el libro, pero hay pocas recreaciones de aquella vida colectiva y jerarquizada como la pel¨ªcula. Por no entrar en las bandas sonoras, asociadas para siempre con un tiempo y una tem¨¢tica propias. Lawrence de Arabia, La misi¨®n, Platoon o tantas otras forman parte ya de nuestra propia historia y memoria recientes.
Mostrar nuestro malestar porque las obras de ficci¨®n no sean rigurosas es in¨²til; Hay que mantener la exigencia en las propiamente hist¨®ricas o en aquellas que se anuncian como tales. Los documentales o miniseries para entretener no tienen por qu¨¦ manejar los debates historiogr¨¢ficos. Tampoco est¨¢n obligados a ello los parques tem¨¢ticos, muchos de los cuales sirven de escenario pol¨ªtico al revisionismo. Basta con aplicar la misma pregunta sobre el ¡°rigor hist¨®rico¡± del Napole¨®n de Scott a estos lugares que tampoco son propiamente educativos. Los historiadores debemos participar en todos los formatos y conversaciones que hablen del pasado; estar atentos a los cambios que se producen en nuestro tiempo forma parte tambi¨¦n de nuestro trabajo. Solo contribuyendo, a?adiendo valor y criticando, por qu¨¦ no, estas y otras producciones, podremos conseguir que la sociedad incorpore y reconozca los resultados de nuestras propias investigaciones cient¨ªficas. Mientras tanto, como nos aconsejara el propio Ridley Scott, deber¨ªamos buscarnos una vida propia.
Babelia
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