M¨²sica, maestro
Mi ¨²ltima cacer¨ªa fue la persecuci¨®n de unos versos de Luis de G¨®ngora
Los aficionados a la literatura gozamos de una pasi¨®n s¨®lo comparable a la de los cazadores. Nuestra arte venatoria consiste en perseguir una pieza literaria por bosques y majadas hasta dar con ella. La presa suele quedar libre y contin¨²a su vuelo o carrera; nosotros volvemos satisfechos y cansados.
Mi ¨²ltima cacer¨ªa fue la persecuci¨®n de unos versos de Luis de G¨®ngora. La presa mostr¨® su hocico en una soberbia edici¨®n titulada G¨®ngora y la m¨²sica, un CD grabado por dos conjuntos, Vandalia y Ars Atl¨¢ntica, con canciones que han usado letras de G¨®ngora en los siglos XVI y XVII. Cuarenta piezas, junto con un notable ensayo sobre los conocimientos musicales del cordob¨¦s.
El hocico era el siguiente: dos miembros de la c¨¢tedra Luis de G¨®ngora (Universidad de C¨®rdoba) dicen, el uno que la m¨²sica le va muy bien al verso gongorino, el otro que la m¨²sica no a?ade nada a un poeta que es de lo m¨¢s musical. Incitado por el rico pelaje de la presa me fui luego a la F¨¢bula de Polifemo y Galatea para recorrer algunas armon¨ªas olvidadas, pero hube de recurrir a un gu¨ªa experto en este tipo de caza, Jos¨¦ Mar¨ªa Mic¨®, m¨²sico y poeta, quien public¨® hace m¨¢s de 20 a?os una glosa de la f¨¢bula, estrofa a estrofa, del mayor inter¨¦s.
Y all¨ª nos quedamos detenidos, el animal sonoro, mi gu¨ªa y yo, en la estrofa XII al o¨ªr unos sonidos asombrosos que nos mantuvieron en vilo como un cern¨ªcalo dudoso. Eran sonidos atronadores, pero admirables, como algunas invenciones de Wagner. Por un lado, sonaba la siringa de Polifemo, hijo de Poseid¨®n, pero por el otro la caracola de Trit¨®n, hijo del mismo padre y de distinta madre. Ambos, celosos y cainitas, compet¨ªan por emitir el sonido m¨¢s divino. De repente, se oy¨® un estruendo y sobrevino el silencio con tal contundencia que mi presa aprovech¨® el despiste para salir huyendo con Mic¨® y escapar a la caza. ?Qu¨¦ hab¨ªa sucedido?
Hube de recurrir a un nuevo gu¨ªa. Esta vez un sabio al que fui a visitar en la gruta donde permanece la mayor parte del a?o, all¨ª por el valle de Bazt¨¢n. Me recibi¨® Ram¨®n Andr¨¦s, el hombre que m¨¢s sabe de todo, pero singularmente de instrumentos musicales; iba cubierto de chirim¨ªas y violas de gamba como un Arcimboldo.
Una vez expuesto el misterio, o sea, ?c¨®mo pudo ser, oh Andr¨¦s sapient¨ªsimo, que aquel concierto tit¨¢nico se interrumpiera de golpe? Con una vocecilla a la que hab¨ªa que prestar mucho o¨ªdo para entenderla, el sabio me mostr¨® dos instrumentos, la siringa del c¨ªclope y el caracol torcido de Trit¨®n. As¨ª empez¨® una larga historia que ocup¨® el resto de la jornada, porque en aquella estrofa compitieron dos h¨¦roes grandes como monta?as, uno el monocular Polifemo a quien Ulises burl¨® con una broma idiota, y el gran Trit¨®n, por cierto muy mal esculpido en su principal fuente, la del Moro de Roma, porque lo que sopla Trit¨®n es una enorme caracola y no un doble caracol (Eneida VI, 171).
Pues bien, llevados por su odio mutuo, ambos v¨¢stagos del dios de mar apuraron al m¨¢ximo sus fuerzas hasta tal punto que Trit¨®n hizo estallar su caracola y dio el triunfo a Polifemo, as¨ª lleg¨® el silencio que tanto nos hab¨ªa perturbado a Mic¨® y a m¨ª. Hab¨ªamos asistido a una gigantomaquia.
?Y c¨®mo, oh Andr¨¦s, es que la dulce siringa vence a la estridente caracola?, pregunt¨¦. Hizo un gesto esquivo. Quiz¨¢s, dijo, porque la siringa es, en realidad, la ninfa del mismo nombre (S?rinx) a quien Pan persegu¨ªa con sa?a rijosa y cuando ya le daba alcance pidi¨® ella auxilio a sus hermanas, las cuales la convirtieron en un ca?averal. Desolado, Pan cort¨® unas ca?as y las at¨® con cuerda de c¨¢?amo. Luego tap¨® los tubos mediante tapones de cera a diferentes alturas y sopl¨® por ellos. La voz de la ninfa era ahora m¨²sica de infinita gracia y melancol¨ªa. Eso fue lo que le dio la victoria al c¨ªclope.
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