Joaqu¨ªn Sabina: el personaje se comi¨® a la persona
Los 75 a?os del m¨²sico jienense son la excusa para una exhaustiva visi¨®n pan¨®ptica de su obra
Joaqu¨ªn Sabina es un pez resbaladizo. Pertenece a la rara categor¨ªa de los entrevistados perfectos. En cuanto se enciende la luz roja, suelta un torrente de confesiones que ciega a cualquier periodista: como los galgos que persiguen a la liebre mec¨¢nica, el instinto anula todo prop¨®sito indagatorio. Adem¨¢s, Joaqu¨ªn esquiva las caracterizaciones simplonas: se le considera m¨¢s poeta que cantante, dado que muchos no saben si es un rockero vocacional, un cantautor evolucionado, un rumbero frustrado o la mezcla de todo.
En su abundante bibliograf¨ªa se presta mucha m¨¢s atenci¨®n a lo literario que a lo musical. Ahora llega Inventario 75, libro de Juan Puchades y Julio Valde¨®n que combina ambos enfoques (e incluye una ampl¨ªsima destilaci¨®n de sus entrevistas). Se avisa que la discograf¨ªa de Sabina es un campo de minas, con llamativas discrepancias entre vinilos y compactos, aparte de demasiadas joyas sueltas en peque?os soportes, discos colectivos y trabajos en directo. Por las que, ay, ni el artista ni su compa?¨ªa parecen tener mayor inter¨¦s.
Valde¨®n y Puchades rastrean influencias que no se suelen mencionar, desde los frecuentes patrones de J. J. Cale a la inspiraci¨®n del primer Jean-Patrick Capdevielle, con su br¨ªo springsteeniano. Aunque la realidad del pa¨ªs le obligara a trabajar m¨¢s con los modelos de Dylan y The Rolling Stones, luego complementados con efluvios caribe?os y los tesoros de la canci¨®n popular hispanoamericana. Mejor olvidar esa querencia por el jazz a?ejo que se suele materializar en jocosas vi?etas camp m¨¢s propias de la Tuset Street barcelonesa que de Canal Street en Nueva Orleans. Musicalmente lamentables pero, conviene reconocerlo, coherentes con su est¨¦tica de hombre-con-bomb¨ªn.
Flexible, Sabina se acomoda a los manierismos de sus productores. A veces funciona (Jos¨¦ Luis de Carlos, Alejo Stivel) pero tambi¨¦n abundan las pifias, desde la bisuter¨ªa tecno de los lanzamientos de la segunda mitad de los ochenta al patinazo de la colaboraci¨®n con Serrat (La orquesta del Titanic, t¨ªtulo desdichadamente premonitorio). Como advierte Valde¨®n: al entrar en el siglo XXI, Joaqu¨ªn se aleja del mundillo musical y ¡°la biblioteca se convierte en su combustible casi ¨²nico¡±. En vez de calle, televisi¨®n y peri¨®dicos.
Hay dos etapas en la vida p¨²blica de Sabina. Los ¨²ltimos veintipocos a?os del pasado siglo representan la b¨²squeda de formatos, el acoplamiento a los grupos el¨¦ctricos, la voracidad de experiencias, los cimientos de la automitificaci¨®n. Ya en el presente siglo, ascendido a fen¨®meno de masas, ha primado el oficio, manteniendo su productividad discogr¨¢fica y giras gigantescas. Cierto que sus discos (y videos) en directo ¡ªse insiste en Inventario 75¡ª contienen aproximaciones valiosas a temas cl¨¢sicos. Aunque el Nuevo Joaqu¨ªn toma demasiadas precauciones: evita tocar en Am¨¦rica la sublime De pur¨ªsima y oro por contener demasiadas referencias espa?olas; por la misma regla, tampoco cabr¨ªa Barbi Superstar.
El Sabina ¨¦pico queda hoy reducido a automatismos voluntariosos. Ley de vida, dir¨ªan los pesimistas. Que ahora se puede compensar con los descubrimientos de Inventario 75. As¨ª, la escaleta del espect¨¢culo de Joaqu¨ªn Sabina y Viceversa en directo revela lo mucho que controlaba aquel bohemio desastrado. Y la ampliaci¨®n de campo con miradas externas, desde los sonetos musicados por Pedro Guerra a las versiones italianas de Lu Colombo. Este iceberg no se agota as¨ª como as¨ª.
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