Cuando la pintura es alta costura: la obra de John Singer Sargent tambi¨¦n es una historia de la moda
Una exposici¨®n en la Tate Britain de Londres indaga en el inter¨¦s del gran retratista estadounidense por el atuendo de sus modelos y expone 50 cuadros junto a los vestidos que los inspiraron
Pint¨® a arist¨®cratas, industriales, escritores, pol¨ªticos y hasta sufragistas, igual que Vel¨¢zquez o Van Dyck retrataron a la realeza de su tiempo. O tal vez se parezca m¨¢s a Frans Hals, el flamenco que se distanci¨® de los monarcas para retratar a una burgues¨ªa erigida en nueva clase dominante durante el Barroco. En la obra de John Singer Sargent (Florencia, 1856-Londres, 1925), el m¨¢s europeo de los pintores estadounidenses, se observa un retrato colectivo del Par¨ªs y el Londres de entresiglos, las dos ciudades donde se convirti¨® en uno de los pintores m¨¢s influyentes de su tiempo, en el que abundaron los personajes exuberantes, los nuevos ricos, los arribistas sin escr¨²pulos y las damas obligadas a cambiar de atuendo cuatro veces al d¨ªa para se?alar su superioridad social.
A Sargent lo distingu¨ªa su gusto por la moda, en la que ve¨ªa el signo distintivo que le permit¨ªa entender las vicisitudes de cada individuo. As¨ª lo demuestra una nueva exposici¨®n, Sargent and Fashion, uno de los platos fuertes de la primavera cultural en Londres, que se puede visitar en la Tate Britain hasta el 7 de julio. La muestra, que exhibe una cincuentena de ¨®leos del pintor junto a algunos de los vestidos reales que los inspiraron, refleja la atenci¨®n extraordinaria que prest¨® al vestuario que luc¨ªan sus modelos. Entre ellas estaban las clientas de la alta costura que entonces florec¨ªa en la capital francesa. Firmas como Doucet, Paquin o, sobre todo, Worth, que lleg¨® a emplear a 1.200 trabajadores en 1870, abastec¨ªan de conjuntos de seda y terciopelo a compradoras j¨®venes, en muchos casos estadounidenses que buscaban marido en Europa. Esos vestidos eran ¡°su armadura social¡±, como escribir¨ªa luego Edith Wharton, tal vez la mejor cronista de ese estrato social.
En la elecci¨®n de esos vestidos entraba en juego su reflejo pict¨®rico: al comprar cada modelo, esas mujeres se preguntaban cu¨¢l ser¨ªa su reflejo en el lienzo, igual que los estilistas de hoy se inquietan por la fotogenia de los vestidos que escogen para sus clientas. El ¨®leo fue la alfombra roja de la Belle ?poque. Reputado por su trazo impresionista y por su atenci¨®n al atuendo, Sargent fue uno de los retratistas m¨¢s solicitados de su tiempo. Sus cuadros circulaban por toda la sociedad y daban fe del nuevo poder adquirido por sus protagonistas, como los perfiles de los emperadores romanos en las monedas de la antig¨¹edad.
¡°Solo pinto lo que veo¡±, dec¨ªa Sargent. Por descontado, ment¨ªa. El artista, que cobraba 1.000 guineas por retrato (unos 100.000 euros de hoy), era conocido por ignorar las preferencias de sus modelos, por mucho que le pagaran. No solo ejerc¨ªa de pintor, sino tambi¨¦n de director art¨ªstico: escog¨ªa los vestidos y accesorios, a veces contra la opini¨®n de sus clientas, impon¨ªa el decorado m¨¢s adecuado y modelaba la tela sobre sus cuerpos como lo har¨ªa un modista. Lady Sassoon (1907) es un retrato de Aline de Rothschild, heredera de la dinast¨ªa de banqueros, vestida con una capa negra de tafet¨¢n forrada de sat¨¦n rosa, una prenda llena de pliegues y ondulaciones que parece lucir mejor en el cuadro que en la sala del museo, donde parece mal iluminado y desprovisto de magia. Ellen Terry como Lady Macbeth (1889) es otro ejemplo del poder de transformaci¨®n de Sargent: un retrato de la famosa actriz con una t¨²nica enjoyada, en tonos verdes y granates, m¨¢s espectacular en el lienzo que en la realidad, siempre un poco m¨¢s prosaica.
Sargent no solo ejerc¨ªa de pintor, sino tambi¨¦n de director art¨ªstico: escog¨ªa los vestidos y accesorios, impon¨ªa el decorado m¨¢s adecuado y modelaba la tela sobre el cuerpo como lo har¨ªa un modista
Cada retrato es una peque?a representaci¨®n, una funci¨®n sobre la identidad de su protagonista, que Sargent pone en escena con una relativa sencillez, con una elegante econom¨ªa de recursos. El mejor ejemplo podr¨ªa ser Madame X, una de sus obras m¨¢s famosas, prestada por el Metropolitan de Nueva York. Es el altivo retrato de perfil de Virginie Gautreau, nacida en Nueva Orleans y residente en Par¨ªs, que suscit¨® un esc¨¢ndalo inmenso cuando fue presentado en el Sal¨®n de 1884. Su ce?ido corpi?o negro se sujeta con dos tirantes llenos de piedras preciosas. En la versi¨®n original, el de la derecha ca¨ªa de su hombro, lo que despert¨® una pol¨¦mica que oblig¨® a Sargent a exiliarse en Londres y a volver a pintar el cuadro con los dos tirantes en su sitio. En 1916, lo don¨® al Metropolitan con un mensaje para su director: ¡°Supongo que es lo mejor que he hecho¡±.
En realidad, esa mujer de piel blanquecina ¡ªproducto del maquillaje, como evidencia Sargent con toda su maldad al contrastarla con una oreja al rojo vivo¡ª descend¨ªa de esclavistas propietarios de una gran plantaci¨®n, informaci¨®n que elude una muestra que, a ratos, se queda en un espect¨¢culo suntuoso pero superficial y tramposo. Algunos de los vestidos y accesorios son de ¨¦poca, pero no todos: descubrimos un sombrero de copa de 1900 o un cuello de encaje franc¨¦s, desprovistos del aura sobre la que teoriz¨® Walter Benjamin, no coinciden con los que lucen sus modelos. Cuando una pieza textil no corresponde con la del cuadro, el espect¨¢culo se viene abajo.
La muestra explora t¨ªmidamente la subversi¨®n de los roles de g¨¦nero que practic¨® Sargent, que tendr¨ªa que ver ¡°con la deliberada ambig¨¹edad sexual y con los c¨ªrculos homosexuales y homosociales en los que a menudo se mov¨ªa¡±, apuntan en el cat¨¢logo de la muestra sus comisarios, Erica Hirschler y James Finch. En las salas de la muestra, en cambio, no se menciona este aspecto, fundamental para entender la relaci¨®n con las mujeres que posaron para ¨¦l, en la que hay m¨¢s complicidad y fascinaci¨®n que erotismo, o sus retratos masculinos, en los que s¨ª reside cierta ambig¨¹edad. Despu¨¦s de todo, el homoerotismo fue uno de los signos de ese tiempo, como tambi¨¦n demuestra la obra de Henry James, ¨ªntimo amigo de Sargent, o luego la de E. M. Forster, gran admirador del pintor.
La Tate expone retratos andr¨®ginos como el del l¨¢nguido Albert de Belleroche, un joven pintor ingl¨¦s, o el de Samuel Pozzi, ginec¨®logo franc¨¦s que viste una bata roja con pantuflas asomando en la parte inferior, un gesto poco habitual en su tiempo que desafiaba la presentaci¨®n p¨²blica de los hombres poderosos. Pero no se atreve a mostrar las litograf¨ªas secretas de Sargent, descubiertas tras su muerte, donde pint¨® a hombres desnudos cubiertos por s¨¢banas reducidas a la m¨ªnima expresi¨®n. La elegancia, dec¨ªa Balenciaga, siempre pasa por la eliminaci¨®n.
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