David Bowie, retrato del artista adolescente
Un libro ricamente ilustrado retrata la breve etapa del gran camale¨®n como chico ¡®mod¡¯
Una microhistoria que merece leerse. El nacimiento de Bowie, traducido por Alex Cooper para Ediciones Chelsea, es un libro hermoso. El autor, Phil Lancaster, no pretende ser profesional de la escritura: tocaba la bater¨ªa en The Lower Third, grupo donde cantaba David, con 18 a?os. All¨ª no ocurri¨® nada especialmente significativo, aparte de cambiar su nombre art¨ªstico de Davey Jones a David Bowie. Esa trivialidad tiene su valor: al final, aqu¨ª tenemos la cr¨®nica universal de cualquier conjunto de mediados de los sesenta.
Corrijo: quiz¨¢s s¨ª que acontecieron novedades. David ya hab¨ªa grabado con The King Bees y The Manish Boys, grupos cuyos nombres revelaban militancia en la m¨²sica afroamericana y consiguiente dedicaci¨®n a las versiones. En 1965, con Lower Third, descubre la facilidad para componer m¨¢s la voluntad de conectar con una subcultura juvenil: los mods, siguiendo la pista The Who. Act¨²an maqueados, con corbata, y David hasta se corta su rubia melena, que le hab¨ªa proporcionado cierta popularidad como fundador de una quim¨¦rica Sociedad para la Prevenci¨®n de la Crueldad contra los Hombres de Pelos Largos, tras ser entrevistado jovialmente por la BBC.
Funcionan en el medio musical londinense, que ofrece abundantes oportunidades. Antes de sacar su primer LP, en junio de 1967, David ya ha pasado por tres discogr¨¢ficas y protagonizado media docena de singles. Discos t¨¦cnicamente profesionales, gracias a productores como Shel Talmy o Tony Hatch, con presencia de session men del calibre de Jimmy Page y Nicky Hopkins. Pero Bowie y The Lower Third no disfrutan de recompensas materiales: cobran unas pocas libras por bolo, a repartir entre cuatro personas despu¨¦s de que el representante se lleve su tajada. S¨ª, act¨²an en locales hoy legendarios como el Marquee, el 100 Club o el Golf-Drout parisino, pero recorren las carreteras en una antigua ambulancia en la que se amontonan m¨²sicos y equipo, donde muchas noches terminan durmiendo.
Eso si no surge alg¨²n ligue. David es guapo y, como dice un observador, est¨¢ tan delgado que ¡°las chicas quieren llev¨¢rselo a casa y darle de comer¡±. Discretamente, tambi¨¦n experimenta con hombres. Es un mundillo tolerante y poroso: una de las fans de Bowie resulta ser Mandy Rice-Davies, implicada en aquel esc¨¢ndalo Profumo que hundi¨® al gobierno conservador de Harold Macmillan.
La ambici¨®n de Bowie se hace evidente: sabe engatusar a sucesivos managers. Y no hay lealtad hacia sus m¨²sicos: cambia regularmente de banda. Ni siquiera recuerda n¨ªtidamente lo que hac¨ªa con Lower Third. En 1983, asegura que tocaban temas de John Lee Hooker; Lancaster precisa que en el repertorio no hab¨ªa nada de aquel bluesman.
La temprana capacidad de David para reinventarse todav¨ªa deslumbra. En los sesenta, en ansiosa b¨²squeda del ¨¦xito, renueva constantemente imagen y sonido. Ejerce de mod, hippy, activista underground, cantante en festivales competitivos (?Malta International Song Festival!) y ?d¨®nde encuadrar su etapa como mimo? Musicalmente, salta sin parar: rock & roll, rhythm and blues, mod, pop orquestal, cantautor¡ hasta que en 1969 finalmente acierta con Space oddity, una melanc¨®lica variaci¨®n sobre el argumento de 2001, la pel¨ªcula de Kubrick, que m¨¢gicamente coincide con el alunizaje del Apollo XI. Ya est¨¢ en el meollo, solo es cuesti¨®n de modular su oferta. Y nuevamente, vaya, cortarse el pelo.
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