Juan Antonio Rivera, un fil¨®sofo cin¨¦filo y honesto
Liberal de alma socialdem¨®crata, con talante de la tradici¨®n anal¨ªtica, gan¨® el Premio Espasa de Ensayo en 2003 con ¡®Lo que S¨®crates le dir¨ªa a Woody Allen: Cine y Filosof¨ªa¡¯
El fil¨®sofo madrile?o Juan Antonio Rivera ha fallecido hace unos d¨ªas a los 66 a?os, cuando nada parec¨ªa pronosticar el fatal desenlace, dado que gozaba de una excelente salud. Nos lega una producci¨®n filos¨®fica tan apreciable como sugerente. Al comenzar el milenio publica El gobierno de la fortuna: El poder del azar en la historia y los asuntos humanos (2000). Tres a?os despu¨¦s gana el Premio Espasa de Ensayo con Lo que S¨®crates le dir¨ªa a Woody Allen: Cine y Filosof¨ªa (2003), que tendr¨ªa una segunda entrega en Carta abierta de Woody Allen a Plat¨®n (2006). En 2006 gana el Premio Libre Empresa con Menos utop¨ªa y m¨¢s libertad (2005). Su dilatada experiencia como profesor de secundaria en Tenerife y Barcelona le hace publicar Camelia y la filosof¨ªa: Andanzas, venturas y desventuras de una joven estudiante (2016). Este mismo a?o ha visto la luz Moral y civilizaci¨®n (2024). En su mesa de trabajo estaban los materiales para el nuevo libro que ten¨ªa proyectado, porque fue un intelectual infatigable casado con el estudio.
Su estilo se beneficia de un solvente bagaje cultural. Siempre fue un lector insaciable de literatura, hasta redescubrir su juvenil pasi¨®n por el cine, sin dejar nunca de leer todo cuanto cre¨ªa requerir para tratar un determinado tema, ya se tratase de antropolog¨ªa, econom¨ªa o matem¨¢ticas. Nos conocimos hace medio siglo en las aulas de la Complutense y fraguamos una entra?able amistad al compartir un par de viajes ferroviarios por toda Europa, inmortalizados en unos diarios de viaje debidos a su pluma e ilustrados por fotograf¨ªas de mi cosecha.
Sab¨ªa contagiar su pasi¨®n por el estudio y durante la carrera formamos un quinteto inseparable con Rosa Montealegre, Carlos G¨®mez y Concha Rold¨¢n, del que Juan Antonio sali¨® desparejado. Se propuso varias veces presentar una tesis doctoral cuya tem¨¢tica variaba en funci¨®n de sus nuevos intereses intelectuales y, aunque nunca lo hizo formalmente, conquist¨® un doctorado honoris causa en la historia de las ideas con sus impagables libros. Me precio de haberle puesto en contacto con la revista Claves de raz¨®n pr¨¢ctica, donde publicaba el anticipo de sus obras posteriores.
Con sus ardorosas defensas de las teor¨ªas liberales enjugaba un pecadillo de juventud. En el pupitre compartido dentro del aula universitaria escribi¨® los nombres de sus tres gur¨²s en aquella etapa juvenil: Cort¨¢zar, Marx y Wittgenstein. Entonces era un ardoroso defensor de los an¨¢lisis marxistas, aunque luego se convirtiera en un palad¨ªn de las bondades del capitalismo y un liberal con alma socialdem¨®crata. Sus escritos est¨¢n modulados por el bajo continuo de analizar el comportamiento humano desde las ciencias humanas y sociales, dedicando especial atenci¨®n ¨²ltimamente a la biolog¨ªa, la psicolog¨ªa y la econom¨ªa, siempre con un talante propio de la tradici¨®n anal¨ªtica.
El papel de los distintos azares ha sido tambi¨¦n una constante. Su prosa tiene una inusual riqueza de vocabulario y sus frases nunca est¨¢n escritas a la buena de dios. Este cuidado estilo se combina con esa claridad que Ortega reivindicaba como la cortes¨ªa del fil¨®sofo. Su afici¨®n al cine le hace prodigar ejemplos y mantener una constante interlocuci¨®n con sus lectores para que sigan atentos a las peripecias narradas. La honda impronta de su personalidad permanecer¨¢ entre quienes le conocimos y los m¨²ltiples admiradores de su esmerada obra. Es la ¨²nica inmortalidad que nos cabe a los ateos.
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