Juan Antonio Rivera, un fil¨®sofo comprometido con el rigor
El pensador, fallecido hace dos semanas, gan¨® el Premio Espasa de Ensayo en 2003 con ¡®Lo que S¨®crates le dir¨ªa a Woody Allen: Cine y Filosof¨ªa¡¯
La filosof¨ªa no es nada sin rigor, claridad y relevancia. Ni en una sola p¨¢gina de su extensa obra traicion¨® Juan Antonio Rivera su compromiso con esta concepci¨®n de la labor filos¨®fica, tan simple como infrecuente. Lo hizo al precio, que ¨¦l tasaba barato, de alejarse radicalmente de las cuestiones metaf¨ªsicas, donde a menudo no hay m¨¢s rigor que en las cuentas que hacemos en los sue?os y donde el conocimiento buscado es sospechosamente trivial. Esa concepci¨®n oper¨® como ant¨ªdoto que le protegi¨® frente a los autores de moda en la ¨¦poca en que curs¨® filosof¨ªa en la Universidad Complutense de Madrid, y as¨ª se libr¨®, seg¨²n propia confesi¨®n, de perder el tiempo intentando descifrar a vacas sagradas como Adorno o Deleuze, de quienes dec¨ªa, en el tono jocoso que muy raramente abandonaba, que estaban mal alfabetizados. Tambi¨¦n de Heidegger se mantuvo a prudente distancia, llevado por la sospecha de que ¡°lo que en su obra no se entiende pudiera no ser m¨¢s interesante que lo que se entiende¡±. Esta prudencia no la tuvo, sin embargo, con Marx, otro de los autores reverenciados en aquella ¨¦poca, del que s¨®lo se alej¨® despu¨¦s de haberlo le¨ªdo exhaustivamente y ayudado por una cura intensiva de l¨®gica y filosof¨ªa anal¨ªtica.
Mirando ahora hacia atr¨¢s me doy cuenta de que no solo sus intereses, sino tambi¨¦n el n¨²cleo de su filosof¨ªa, estaban ya perfectamente perfilados cuando le conoc¨ª en 1987 en Tenerife. La filosof¨ªa pol¨ªtica y, en un segundo plano, la ¨¦tica personal eran y seguir¨ªan siendo hasta su reciente y repentina muerte hace unos d¨ªas las dos ¨¢reas preferentes de su investigaci¨®n. Pero lo que lo alejaba del enfoque mayoritario, al menos en Espa?a, en las investigaciones filos¨®ficas sobre estos temas era el utillaje cient¨ªfico que utilizaba, basado en la teor¨ªa de juegos, la biolog¨ªa evolucionista y la econom¨ªa. Esta intensa hibridaci¨®n entre metodolog¨ªa emp¨ªrica, rigor matem¨¢tico y preocupaciones filos¨®ficas fructific¨® poco tiempo despu¨¦s en un breve ensayo titulado Hayek, Tolst¨®i y la batalla de Borodino, el primero de la larga serie que fue publicando en Claves de raz¨®n pr¨¢ctica. En ¨¦l argumentaba que las sociedades son sistemas complejos que tienden a organizarse de manera espont¨¢nea; intervenir en ellos, confiando en nuestra capacidad racional de mejorar su funcionamiento, es sumamente arriesgado. Para empezar, es imposible controlar de modo centralizado y autoconsciente lo que se hace bien de manera inconsciente y no coordinada. Las cosas, simplemente, no funcionan as¨ª, y cuando se intenta que lo hagan el resultado es catastr¨®fico para las sociedades que se pretende mejorar. No hace falta decir que las v¨ªctimas de estos experimentos de ingenier¨ªa social no son las naciones ni otras entidades abstractas, sino personas de carne y hueso a las que se priva de su libertad, frustrando su capacidad para satisfacer sus deseos y malogrando miserablemente su vida.
Las virtudes no siempre van unidas: la competencia en una materia nunca ha sido garant¨ªa de honestidad intelectual. Por eso es de agradecer que la defensa que hace Rivera del liberalismo, con ser encendida y s¨®lidamente argumentada, no sea nunca dogm¨¢tica. Su esp¨ªritu de reba?o era absolutamente nulo: siempre se mostraba dispuesto a discrepar de aquellos con quienes estaba de acuerdo en casi todo. Esto me lleva a hablar de otro de los temas centrales de su filosof¨ªa, que es la importancia del azar en nuestra vida. El ideal racionalista de autocontrol personal no es menos absurdo y pernicioso que la planificaci¨®n central de la econom¨ªa y las relaciones sociales. As¨ª lo argument¨® a fondo y con un respaldo te¨®rico impresionante, como era norma en ¨¦l, en El gobierno de la fortuna, su primer libro, construido principalmente a partir de art¨ªculos publicados con anterioridad en Claves. Pero tambi¨¦n expuso esta misma idea, y de forma deliciosamente amena, en el primero de los libros de divulgaci¨®n que escribi¨®, Lo que S¨®crates dir¨ªa a Woody Allen. Apoy¨¢ndose en los argumentos de dos pel¨ªculas, Family Man y Parque Jur¨¢sico, nos muestra lo lejos que estamos de ser due?os de nuestro destino, en el sentido que suele darse a esta expresi¨®n. La suerte se entremezcla de forma inextricable con nuestras decisiones, y ni siquiera un car¨¢cter m¨¢s o menos tenaz, laborioso o ambicioso es independiente de vicisitudes que no controlamos. Carece de sentido, en consecuencia, apoyar nuestras convicciones liberales en la idea de que merecemos lo que conseguimos cuando actuamos libremente. Rivera siempre defendi¨® que la libertad es el bien superior, pero ello no le llevaba a subestimar la importancia de la fraternidad, que nos conmina a echar un cable a los perdedores de la sociedad y a reequilibrar parcialmente las desigualdades que trae consigo la siempre caprichosa fortuna. Siempre consider¨® que su liberalismo estaba moderadamente escorado a la izquierda. A fin de cuentas, no hay libertad sin igualdad, y eso incluye tambi¨¦n una cierta igualdad econ¨®mica. En este aspecto su posici¨®n era, como se ve, deudora de Rawls.
Lector voraz
Adem¨¢s de un extraordinario fil¨®sofo, Juan Antonio era un lector voraz de literatura y un incansable espectador de cine (que hasta hace muy poco ve¨ªa en la pantalla diminuta de un viejo televisor y siempre en versi¨®n doblada). En el fondo, lo que a ¨¦l le interesaban eran las historias, y prefer¨ªa que los autores, ya fueran escritores o cineastas, no dirigieran la atenci¨®n sobre la t¨¦cnica empleada para contarlas. En este punto tampoco se dejaba amilanar por la opini¨®n dominante entre los entendidos y miraba con incredulidad a quienes dicen disfrutar con el Ulises, las pel¨ªculas de Tarkovski o los cuartetos de B¨¦la Bart¨®k. ?l prefer¨ªa las novelas decimon¨®nicas, los melodramas americanos y la m¨²sica de Schubert.
No sorprender¨¢, despu¨¦s de lo que acabo de decir, que los dos libros de divulgaci¨®n que dedic¨® a la relaci¨®n entre cine y filosof¨ªa no sean una reflexi¨®n sobre el cine como arte, sino una explicaci¨®n de algunos entresijos de filosof¨ªa moral y pol¨ªtica, hecha al hilo de las historias contadas en un pu?ado de pel¨ªculas elegidas con un criterio estrictamente funcional. Pero el uso ilustrativo de las historias no es exclusivo de sus obras dirigidas a un p¨²blico no especializado. Sus ensayos m¨¢s te¨®ricos est¨¢n tambi¨¦n salpicados de ejemplos que tomaba del sinn¨²mero de pel¨ªculas, novelas y biograf¨ªas que ve¨ªa y le¨ªa sin tregua. Los buenos ejemplos forman parte de la claridad exigible en toda explicaci¨®n filos¨®fica. Hay que desconfiar, dec¨ªa, de quien no los pone, pues es probable que no sepa muy bien de qu¨¦ est¨¢ hablando.
Rivera llevaba algunos a?os trabajando en un ambicioso proyecto sobre el origen biol¨®gico de las actitudes morales: nuestra concepci¨®n de lo que es bueno y malo no obedece, como pensaban Kant y tantos otros, a los dictados de la raz¨®n, sino que es un fen¨®meno hist¨®rico; en otros per¨ªodos fue, por tanto, distinta de la actual, y podr¨ªa haber sido distinta de la que es si nuestra historia, tambi¨¦n la biol¨®gica, hubiera transcurrido por otros derroteros. La civilizaci¨®n ha sido posible, entre otras cosas, gracias a que hemos desarrollado una moral del respeto hacia los extra?os que nos permite convivir pac¨ªficamente y hasta cooperar con ellos. A diferencia de lo que ocurr¨ªa con la moral c¨¢lida, que es el pegamento que mantiene la cooperaci¨®n entre los miembros del grupo peque?o, la moral fr¨ªa o del respeto no es una actitud natural y su aparici¨®n requiere, por tanto, una explicaci¨®n, que es lo que ¨¦l nos proporciona en el que ser¨¢ ya su ¨²ltimo libro, publicado por la editorial Arpa hace apenas unos meses con el t¨ªtulo Moral y civilizaci¨®n. Una historia.
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