Alain Delon: la sospecha del mal en la belleza
He pensado en vengarme de Alain Delon. Por haber metido a su hijo Anthony en una perrera para endurecerlo, por su defensa de la pena de muerte, por las bofetadas que propin¨® a las mujeres que quiso y a las que no quiso tambi¨¦n. Por su repulsi¨®n hacia los homosexuales
Por un momento, he pensado en vengarme de Alain Delon. Por haber metido a su hijo Anthony en una perrera para endurecerlo, por su defensa de la pena de muerte, por las bofetadas que propin¨® a las mujeres que quiso y a las que no quiso tambi¨¦n. Por su repulsi¨®n hacia los homosexuales. Ignoro si fue ¨¦l mismo quien relat¨® las vicisitudes de la ¡°educaci¨®n¡± de su hijo, pero su ideolog¨ªa se hizo evidente en declaraciones a la prensa.
Una forma de venganza contra el lado oscuro de Delon podr¨ªa consistir en reducirlo a carcasa f¨ªsicamente perfecta. Ejercer sobre su imagen viril una de esas plastificaciones que se operan sobre las actrices femeninas en su reducci¨®n a mujer objeto. La mujer m¨¢s bella del mundo. Ava Gardner, Lollobrigida, Liz Taylor, Romy Schneider, que fue pareja del actor franc¨¦s¡ Lo perfecto deja de serlo al menor ara?azo y los brillos se deslucen pronto. Lo perfecto es pasto de la mayor de las vulnerabilidades. La perfecci¨®n enseguida defrauda y las hermosas im¨¢genes no necesitan caer de sus altarcillos para hacerse a?icos: basta con un peque?o roce en la carrocer¨ªa.
Podr¨ªamos hablar desde una dimensi¨®n moral, pero una posible venganza contra Delon ser¨ªa reducirlo a la belleza de su cuerpo. Podr¨ªamos ir fragment¨¢ndolo en peque?as piezas, despiez¨¢ndolo: cuerpo, rostro, el rostro retratado por Visconti, el ojo libre de parche que nos mira concretamente en El gatopardo. Vamos cerrando el plano para ir acotando solo una parte, de modo que el objeto de observaci¨®n pierde el nombre. Hay actrices que son solo su boca. Sus tetas. Para vengarnos de Delon, podr¨ªamos resumirlo a trav¨¦s de esos rasgos esculpidos en acero ¡ªp¨®mulos marcad¨ªsimos, rectil¨ªnea nariz¡ª, rasgos fuertes y delicados que expresan la inocencia y el derrumbe: Delon en Rocco y sus hermanos.
La permanencia de esos rostros plantea la posibilidad de que al menos una parte de la belleza del actor se relacione con la inteligencia sensible de quien lo fotograf¨ªa; el punto de vista es importante, pero este razonamiento ser¨ªa mezquino ante el esplendor de una m¨¢scara como la de Delon. Aunque vivamos en tiempos en los que tomamos conciencia de que el aspecto f¨ªsico no deber¨ªa usarse para ridiculizar a nadie y encontramos lo bello en otras anatom¨ªas, tambi¨¦n hay que reconocer que no todo vale y Delon es Delon, Brad Pitt es Brad Pitt, Mastroianni es Mastroianni. No estoy jugando a las tautolog¨ªas, estoy hablando del cuerpo.
Mi venganza, no demasiado premeditada, contra las miserias ¨ªntimas de Delon consistir¨ªa en congelarlo en ese instante tras el que solo puede llegar el desencanto. Extraer su imagen congelada de dentro del diafragma de la c¨¢mara pupila de un Luchino Visconti homosexual, comunista y arist¨®crata, contra el que quiz¨¢ el gaullista Delon se revuelve. Para que nadie pudiese confundirlo con lo que no era. Por ejemplo, Helmut Berger. Delon, un machote, un campe¨®n de la virilidad en aquellos a?os en los que todos los hombres ten¨ªan que serlo. As¨ª que mi venganza contra Delon ser¨ªa convertirlo en una de esas hermosas im¨¢genes corruptibles. En cartel¨®n y hombre objeto.
Delon y quienes lo dirigieron sacaron de ¨¦l un partido extraordinario: la sospecha del mal en la belleza, el Hyde dentro del Jekyll, la turbiedad de una ojera malva en torno al ojo mineral y claro. Su Ripley en A pleno sol, bajo la batuta de Ren¨¦ Cl¨¦ment, resulta m¨¢s memorable que el Ripley de Hooper, Matt Damon o Malkovich. Recuerdo al Delon de El eclipse. Incluso recuerdo al Delon, emparejado con Belmondo, en Borsalino. En mi colecci¨®n de cromos ¡ªhay algo hermoso en los cromos del cine y en la far¨¢ndula y en el conocimiento in¨²til de que el gran amor de Shirley MacLaine fue Robert Mitchum¡ª, en mi ¨¢lbum, guardo dos delones preferidos: el de La primera noche de la quietud de Valerio Zurlini, y el de El silencio de un hombre de Jean-Pierre Melville. En esta pel¨ªcula admiro un hieratismo casi autopar¨®dico; la capacidad para transmitir a trav¨¦s de la efigie emociones matizadas y punzantes; el ox¨ªmoron de la inexpresividad ultraexpresiva; una conciencia respecto a la propia condici¨®n ic¨®nica.
Quiz¨¢ no le podemos pedir a la fotogenia de un actor que sea edificante. Una cosa es el magnetismo, la dif¨ªcil persistencia, de un rostro en el imaginario colectivo y otra son la reprobaci¨®n moral, la l¨ªnea roja, las cuentas pendientes en tribunales de justicia que hoy funcionan con otros c¨®digos. Al margen de su cuestionable proyecci¨®n p¨²blica como ser humano, los personajes interpretados, quiz¨¢ encarnados, por Delon hacen de ¨¦l un icono. El malvado, impasible y hermoso, de una de mis novelas se parece a Alain Delon. Esa resonancia ya no se puede separar de mi sistema nervioso. Consumar una venganza ser¨ªa una agresi¨®n contra m¨ª misma. Un modo autodestructivo de vindicaci¨®n.
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