?D¨®nde est¨¢ la contracultura? Necesitamos hoy en la m¨²sica espa?ola a The Clash
Es necesario tener un artista que sea referente y tenga compromiso con el presente porque urge m¨¢s que nunca ante el triunfo del neoliberalismo y el avance de la ultraderecha
La m¨²sica espa?ola se mira tanto el ombligo que ha perdido la capacidad de construir nuevos significados. Lo m¨¢s preocupante es que esto suceda ahora, cuando los tiempos son m¨¢s alarmantes que nunca. Tiempos en los que la sociedad est¨¢ en una situaci¨®n de fractura por una nueva crisis econ¨®mica y una eterna precariedad laboral que afecta a todos los desarrollos vitales posibles (la emancipaci¨®n, la construcci¨®n familiar, la jubilaci¨®n, el ocio, la igualdad de oportunidades¡). Tiempos en los que la ultraderecha ha establecido un discurso violento contra los m¨¢s d¨¦biles y que ha llegado ya a las instituciones. Tiempos convulsos en Espa?a, y Europa y el mundo, cierto, pero tiempos tambi¨¦n en los que, fij¨¢ndonos en nuestra tierra, la m¨²sica espa?ola no reacciona.
Quiz¨¢ empieza hacer falta ya en estos tiempos gente como The Clash, un grupo ins¨®lito y combativo que nunca renunci¨® a un ideario y un compromiso con el presente. Y quiz¨¢ es necesario tener un grupo o artista as¨ª porque el presente urge m¨¢s que nunca. Mucho m¨¢s que la nostalgia o la fantas¨ªa. Urge en todas partes, pero conviene centrarse en Espa?a, que nos toca mucho m¨¢s de cerca.
Dec¨ªa el historiador brit¨¢nico Tony Judt en Sobre el olvidado siglo XX que ¡°el pasado reciente quiz¨¢ vaya a seguir con nosotros todav¨ªa algunos a?os m¨¢s¡±. No le falt¨® raz¨®n. El pasado sigue, y no precisamente por el fuego que despertaron bandas como The Clash. Sigue el pasado del neoliberalismo, la intolerancia, la xenofobia, la homofobia, los ultraconservadores, los incendiarios religiosos¡ Si el punk es ya un vago recuerdo del pasado -y The Clash un poster con el que una vez decoramos la habitaci¨®n-, no lo es el contexto que propici¨® todo ese movimiento musical, tan ef¨ªmero y ca¨®tico como disruptivo.
Como bien se explica en el libro del fil¨®sofo Alberto Santamar¨ªa, Un lugar sin l¨ªmites. M¨²sica, nihilismo y pol¨ªticas del desastre en tiempos del amanecer neoliberal (Akal): ¡°La d¨¦cada de 1970 es el momento en el que, al parecer, una explosi¨®n silenciosa en lo econ¨®mico y en lo pol¨ªtico se desat¨®, y nuestra situaci¨®n actual no es otra cosa que un incesante revolver en las huellas putrefactas de ese animal que sali¨® de la jaula en esa d¨¦cada¡±. El animal est¨¢ m¨¢s vivo que nunca a 2022. Basta atender cualquier d¨ªa a las noticias para darse cuenta. Y lo menos llamativo de ese animal sea, al final, lo m¨¢s dif¨ªcil de combatir: el triunfo del neoliberalismo. En esta complej¨ªsima cuesti¨®n es donde quiero centrarme.
En su interesant¨ªsimo ensayo, Santamar¨ªa lo explica muy bien cuando dice que, para estabilizar su relato, la pol¨ªtica neoliberal necesitaba ¡°inmunizar¡± al mercado de las corrientes alternativas y democr¨¢ticas, de las ideas m¨¢s transgresoras. Es decir, formar ¡°un escudo contra las demandas sociales¡±. Y este se ha conseguido ¡°mermando la capacidad de influencia pol¨ªtica que la sociedad ejerc¨ªa desde la calle, desde el conflicto social y cultural¡±.
Actualmente, el ¨¦xito est¨¢ tan incrustado en la cabeza de todos que se ha perdido la posibilidad de ser algo mejor: ser alguien trascendental. M¨¢s a¨²n serlo en estos tiempos en Espa?a. Culturalmente, las respuestas son t¨ªmidas y dispersas, sin dejar de ser interesantes, pero son siempre inconsistentes. Musicalmente, la cosa est¨¢ peor. El gran grueso de la m¨²sica espa?ola parece absorbido por el propio triunfo neoliberal y, con ello, todo su p¨²blico. No busca conflicto, no busca crear espacios que permitan ensanchar las nociones pol¨ªticas o econ¨®micas. En definitiva, no siente que tenga que establecer un compromiso con el presente. Con el presente en muchos ¨¢mbitos, pero sobre todo en el m¨¢s derrotado: el pol¨ªtico-econ¨®mico.
No es que no haya m¨²sicos y bandas que incluyan mensajes ante la situaci¨®n, pero falta una verdadera referencia combativa al respecto, como The Clash lo fueron con todas las consecuencias. El grupo de Joe Strummer y c¨ªa representaba una pasi¨®n por la resistencia. Porque siempre es posible resistir. Actualmente, falta acci¨®n. Falta filosof¨ªa. Falta ¨¦tica. Falta disrupci¨®n. Y hasta falta autodestrucci¨®n. Como escribe Santamar¨ªa: ¡°El punk no quiso ser la soluci¨®n a nada sino m¨¢s bien la dramatizaci¨®n autodestructiva de un tiempo de crisis¡±. Nuestro tiempo de crisis, en pleno dominio digital, vidas consumistas e hiperconexi¨®n, es muy distinto al de los setenta, pero las grandes batallas culturales ante la pol¨ªtica neoliberal siguen vigentes. Quiz¨¢ m¨¢s que antes porque se han difuminado enormemente y se hacen m¨¢s complejas.
El columnista de El Confidencial Esteban Hern¨¢ndez publicaba esta semana un art¨ªculo en el que reflexionaba sobre que ¡°el ¨¦xito act¨²a como factor legitimador, y hoy m¨¢s que nunca¡±. Titulado El renacimiento de los gafapastas: c¨®mo han logrado dominar la nueva escena cultural, Hern¨¢ndez escrib¨ªa que la nueva forma de distinci¨®n estaba ahora en lo popular y lo exitoso. Y pon¨ªa los ejemplos de Rosal¨ªa, C. Tangana y Chanel. Es posible, pero conviene no olvidar que todos ellos son asuntos que causan much¨ªsima bilis en las redes sociales. De un lado y del otro. Tambi¨¦n en las barras de los bares y las sobremesas con amigos. No hay t¨¦rminos medios con ellos. Se les admira o se les odia. Y, mientras tanto, se pierde cualquier posibilidad de reflexionar sobre el valor de su obra, y no digamos ya sobre otras aristas m¨¢s complejas. A decir verdad, sucede con muchos m¨¢s asuntos culturales y de otra ¨ªndole pol¨ªtica y social dentro de esta existencia polarizada (e interesada) en la que estamos inmersos. Por tanto, esta supuesta distinci¨®n acaba reducida a una pelea de borrachos en un bar. Los dos bandos buscan distinguirse como dos pavos reales en un triste corral. Nada m¨¢s.
El problema no es que el ¨¦xito sea legitimador y lo popular sea ahora cool, como antes lo fueron venir de Inglaterra, Francia o Estados Unidos o veranear en Formentera o Benidorm. El problema es que nadie quiere acabar con el ¨¦xito. Todas estas batallas culturales se centran en los gustos, las est¨¦ticas y las preferencias vitales, pero jam¨¢s sobre qu¨¦ es el ¨¦xito ni sobre el sistema que lo sustenta. Como dec¨ªa el escritor Javier P¨¦rez And¨²jar: ¡°A muchos les importan las batallas culturales, pero a pocos realmente la cultura¡±. En este sentido, a muchos les importa el ¨¦xito, pero a pocos, muy pocos, realmente, el sistema. Y en el sistema neoliberal hay fracaso. Mucho fracaso.
Tanto Rosal¨ªa como C. Tangana vienen del mundo alternativo. Son m¨²sicos hechos de abajo arriba y no al rev¨¦s. Ninguna gran multinacional ha contralado sus pasos. Son las multinacionales las que se suman a sus pasos y ellos se benefician de sus alianzas. Tienen un m¨¦rito inmenso porque, adem¨¢s, han demostrado ser muy buenos empresarios. Esto ¨²ltimo hoy en d¨ªa es casi m¨¢s importante que sacar buenos discos para mantener el ¨¦xito. El resto de m¨²sicos puede mirarlos con admiraci¨®n o envidia, pero casi ninguno puede hacerlo mejor en tan poco tiempo. El problema es que estos referentes, viniendo desde sus propios m¨¢rgenes, no se enfrentan a nada m¨¢s que a su propio crecimiento art¨ªstico. Y esto podemos decirlo de la inmensa mayor¨ªa de los m¨²sicos por debajo de ellos, que son todos a d¨ªa de hoy. Tanto Rosal¨ªa, como C. Tangana y el nombre de artista que se quiera poner del mundo del pop, el rock y derivados, no solo quieren formar parte del sistema, sino que les encantar¨ªa llegar a lo m¨¢s alto del mismo. ?Cu¨¢l es el problema? Ninguno y quiz¨¢ todos. Porque nadie parece plantar cara al sistema ni combatirlo ni, parafraseando a Santamar¨ªa, autodestruirlo.
Pudieron ser mejores o peores, pero The Clash plasmaron el esp¨ªritu de una ¨¦poca y una batalla real. Una batalla muy importante: la batalla contra el sistema neoliberal, que se ali¨® a algunas ideas salvajes de la derecha. Un sistema que estaba surgiendo en los setenta y que ahora en 2022 busca dominar todo, incluidos nuestros deseos. Porque el sistema est¨¢ dentro de las giras, de los festivales, de las discogr¨¢ficas, de las plataformas de streaming, del marketing¡ y de los propios m¨²sicos. Y, claro, de su p¨²blico.
La contracultura siempre fue una respuesta a la cultura dominante, tambi¨¦n al sistema establecido. El aburrimiento, y no otra urgencia, fue el inductor de la primera cultura adolescente all¨¢ por los cincuenta y los sesenta. Y, a partir de ah¨ª, hubo momentos en que la contracultura, m¨¢s all¨¢ de la negaci¨®n del arte oficial, quiso derrocar convenciones, luchar contra la presi¨®n social, crear nuevos espacios de libertad y proponer su propio lenguaje pol¨ªtico y filos¨®fico. Lo contracultural, m¨¢s que vanguardia, eran los demonios incontrolables de un sistema que quer¨ªa acabar con la disonancia. Y, como se recoge en el libro de Santamar¨ªa, no hay nada mejor para acabar con la disonancia que absorberla, vaciarla. Se consigui¨®: se vaci¨® la contracultura mercantiliz¨¢ndola, como se vac¨ªan hoy las batallas culturales haciendo perder el significado transformador de la palabra cultura, quit¨¢ndole su ideario alternativo, su compromiso¡ y su posibilidad de ruptura y de autodestrucci¨®n.
El presente nunca record¨® tanto a un viejo pasado. Y, salvando algunas excepciones, se puede lamentar el papel de la m¨²sica actualmente, pero, en el fondo, se deber¨ªa lamentar el papel de todos nosotros. Ojal¨¢ unos The Clash para agitarnos a todos.
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