La sombra de Bob Dylan
Los miedos que parec¨ªan olvidados reviven por todas partes: la guerra, la intolerancia, la desigualdad, los fascismos... Los b¨¢rbaros vuelven a estar a pies de la frontera
Las nubes est¨¢n bajas en Londres y un pu?ado de ilusos se amontonan en la puerta de atr¨¢s del London Palladium a ver si de ese autob¨²s negro sale Bob Dylan. Aparcado en Great Marlborough Street, junto a los inmensos camiones de los equipos de sonido, el tr¨¢fico se colapsa a bocinazo limpio a esa hora de la tarde en la que Carnaby Street es un alocado enjambre humano: los pubs con los partidos de f¨²tbol en las televisiones est¨¢n a rebosar y las tiendas no dan abasto con clientes que salen y entran en todas direcciones. Si ma?ana fuera el fin del mundo, pillar¨ªa a Londres con su habitual e impresionante bullicio y a Dylan en ninguna parte, pero siempre sobre un escenario.
Quiz¨¢ el mundo no se termine ma?ana, aunque en el mismo pa¨ªs que acaba de enterrar a la reina Isabel II el caos se apodera un poco m¨¢s de todo: dimite su primera ministra Lizz Truss. Lo que es seguro es que el mundo no es el mismo lugar que habit¨® Dylan. A sus 81 a?os, el m¨²sico, que gan¨® el premio Nobel de Literatura y que simboliza como pocos la gran odisea del rock and roll en el siglo XX, est¨¢ m¨¢s alejado del mundo actual que nunca. Siempre lo estuvo, o al menos siempre quiso poder salirse del camino principal. Su incre¨ªble tr¨¢nsito en m¨¢s de medio siglo de carrera art¨ªstica es testimonio de una vida entregada a la m¨²sica, a una aventura independiente que ha superado sus propios errores y los obst¨¢culos ajenos. Dylan es quiz¨¢ el m¨¢s influyente e inalcanzable de los colosos de la contracultura. All¨ª donde todos quieren (ayer, hoy y ma?ana) alimentar la fama, ¨¦l alimenta la leyenda.
La leyenda de Dylan es tan importante como su oficio. ?l lo sabe y act¨²a en consecuencia: conservar el misterio de su personaje es tan valioso como el escenario. Seguir renunciando a lo previsible o a lo que todos esperan de ti es tan necesario como mantenerte en pie con lo que eres en ese momento. Dylan, anciano y con limitaciones, es un m¨²sico que no pertenece al mundo acelerado de hoy en d¨ªa, pero tampoco quiere pertenecer a su simple recuerdo. El viejo Dylan es un artista que hoy defiende su cancionero m¨¢s reciente, una colecci¨®n de composiciones que reflexionan sobre la traves¨ªa ¨²ltima, la de una persona de la que todo es pasado, aunque todav¨ªa tambi¨¦n queda presente. Y nada de futuro.
Nunca Dylan ha estado m¨¢s alejado del mundo actual o, por qu¨¦ no, el mundo ha dejado tan arrinconado a Dylan. Cualquiera de las dos opciones lleva a la misma conclusi¨®n: est¨¢ en un sitio dif¨ªcil de encontrar. Y acercarse a ese sitio es escuchar y observar a un hombre que tiene un di¨¢logo con la muerte. El actual Dylan, ese viejo que no saluda al p¨²blico y le cuesta un ri?¨®n soltar cualquier frase en sus conciertos, vertebra sus actuaciones dando una prioridad absoluta a Rough and Rowdy Ways, el ¨¢lbum que, en honor al padre del country Jimmie Rogders y tantos otros h¨¦roes de los or¨ªgenes de la m¨²sica norteamericana, se erige como su testamento personal, su gran carta a la memoria de una vida que se extingue. Es de agradecer una vez m¨¢s que, a diferencia de todas las estrellas a lo ancho y largo del globo, dinamite la nostalgia barata, el facil¨®n recorrido de los greatest hits. Guste m¨¢s o menos o nada, algo es innegable: Dylan siempre se comunica con sus canciones y sigue hablando al presente. Lo hace con honor.
De esta forma, mezcla esas canciones que se preparan para la llegada de la parca con algunas de su etapa religiosa: comienza los conciertos con ¡®Watching the River Flow¡¯ y los cierra con ¡®Every Grain of Sand¡¯. Entre medias, canta ¡®Gotta Serve Somebody¡¯. Como es costumbre en Dylan, ninguna tiene el ropaje original. Es su obsesi¨®n por llevar a cabo la filosof¨ªa de Picasso: volver a pintar a los viejos maestros y sus propias mejores obras con ojos de la gran experiencia. Con ojos distintos. Sobre el escenario, todo se mueve en un cauce de country-jazz, o folk-jazzy, o como se pueda llamar a la conjunci¨®n de estilos originarios de la m¨²sica norteamericana que se abrazan en un todo. Hay una banda impecable siempre fij¨¢ndose en cada gesto de Dylan al piano, atent¨ªsima al director de orquesta, empastada hasta el paroxismo con un anciano que solo fluye cuando fluyen las canciones, como los viejos jazzmen.
Las nubes est¨¢n bajas en Londres y no sale nadie del autob¨²s. Intranquilos, los ilusos se agitan. Se mueven ligeramente las cortinas del enorme veh¨ªculo y se vislumbra a un tipo, que parece a punto de salir. Es una sombra entre bambalinas. Podr¨ªa ser Bob Dylan, pero no lo ser¨¢. Nunca lo es. La verdadera sombra de Dylan est¨¢ sobre el escenario, que se funde en negro cada dos por tres, que adquiere un tono anaranjado como de ocaso.
El mundo vuelve a estar en llamas. Basta con pararse a pensarlo: los miedos que parec¨ªan olvidados reviven por todas partes. La guerra, la intolerancia, la desigualdad, los fascismos... Los b¨¢rbaros vuelven a estar a pies de la frontera y el mundo es el t¨ªpico lugar donde no te gustar¨ªa quedarte cuando no tienes fuerzas para luchar. Dylan, renqueante y m¨¢s fr¨¢gil que antes de una pandemia en la que anunci¨® sin pudor una gira hasta 2024, todav¨ªa sigue tocando. Firme en su prop¨®sito y siempre digno, es, por encima de todo, un m¨²sico defendiendo su oficio: tocar, componer, girar, llevar el circo y el mensaje a qui¨¦n quiera escucharlo. Pero cada d¨ªa menos gente est¨¢ dispuesta a escuchar. Cada d¨ªa es un d¨ªa menos.
Dentro de esa atm¨®sfera de anochecer, la sombra de Dylan adquiere un aura definitiva. Da la sensaci¨®n de que todo lo que parec¨ªa permanente amenaza con desvanecerse. Sobre el escenario, bajo ese repertorio, hay una ilusi¨®n desgastada, como si un territorio, al que pertenec¨ªan ciertas canciones y ciertos prop¨®sitos, fuera desapareciendo.
Dylan y su sombra est¨¢n ah¨ª. Todav¨ªa. Un m¨²sico intentando mantenerse en pie hasta el ¨²ltimo aliento, con las botas puestas, como si el final fuera simplemente afrontarlo como una parte m¨¢s del viaje. Solo que el final, cada d¨ªa m¨¢s cerca, nos obligar¨¢ a todos a recordar todo lo que perdimos, todo por lo que no luchamos, todo lo que pudimos ser.
Las nubes est¨¢n bajas en Londres y la lluvia est¨¢ al caer. La ciudad sigue con su ritmo fren¨¦tico. La sombra de Dylan ha desaparecido, o quiz¨¢ nunca estuvo y solo fue un truco. Si ma?ana fuera el fin del mundo, nos dar¨ªamos cuenta de que, cuando cre¨ªamos que lo hab¨ªamos perdido todo, todav¨ªa hab¨ªa algo m¨¢s que perder.
Babelia
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