Alfombras, azaleas y sillas plegables: Augusta, un mundo de c¨®digos y tradiciones
Clasista, exclusivo y hasta 1990 segregacionista, la sede del Masters es un club selecto y secreto que acoge el m¨¢s tradicional de los torneos de golf
"Mi mejor amigo y yo tuvimos la suerte de obtener dos pases para los cuatro d¨ªas del Masters de 2009. La parte m¨¢s incre¨ªble fue poner nuestras sillas en la zona m¨¢s desierta del tee del hoyo 8 el s¨¢bado antes de irnos a ver otros lugares del campo. Cuando volvimos dos horas m¨¢s tarde tuvimos que hacernos sitio a trav¨¦s de lo que ahora era una multitud hasta nuestras todav¨ªa vacantes sillas. Podr¨ªa haberle atado a Tiger los zapatos". El relato de un lector de Golf Digest sobre su asistencia al Masters resume a la perfecci¨®n la esencia del torneo: pasi¨®n, tradici¨®n y respeto.
El Masters de Augusta no es un torneo cualquiera, es un grande, pero tampoco es un grande cualquiera. La sede, el Augusta National, es un club exclusivo y exclusivista, que no acept¨® a su primer socio negro hasta 1990 a pesar de que la mayor¨ªa de su personal lo era, que a¨²n no acepta a mujeres, del que se conoce el n¨²mero de socios, 300, todos por invitaci¨®n, pero no sus identidades, lo que pagan o cualquier otro dato.
P¨²blico afortunado, respetuoso y educado
Volviendo a la an¨¦cdota del principio, el p¨²blico que cada a?o tiene el privilegio de franquear las puertas del Masters es especial: educado, experto, respetuoso hasta el extremo, castiga a los jugadores con el silencio, nunca una mala palabra, un abucheo. Los sitios que se guardan con sillas, que han de cumplir con las exigencias est¨¦ticas de la organizaci¨®n, son sagrados. Las reglas son estrictas: No se puede correr, est¨¢n prohibidos los m¨®viles, aparatos electr¨®nicos, c¨¢maras, etc.
Las entradas como tal est¨¢n agotadas desde 1972. Se puede optar a obtener un pase para las cuatro jornadas mediante sorteo o recurrir a una reventa prohibitiva para casi cualquiera. Eso s¨ª, s¨®lo est¨¢ permitida a al menos 2.700 pies, 823 metros, del club. Ahora bien, el que entra tiene refrescos, bocadillos de pimiento y queso y cerveza, s¨®lo hasta las 4 de la tarde, a precios de hace varias d¨¦cadas.
Sillas de funeraria y secretos bien guardados
Los inicios de lo que hoy es un lugar inalcanzable para el com¨²n de los mortales no fueron tan glamurosos. Los creadores del club y del torneo, el gran Bobby Jones y su amigo Clifford Roberts, se las vieron y se las desearon para organizar un evento que en su primera edici¨®n en 1934 reparti¨® como premio lo recaudado entre los poco m¨¢s de 70 socios del Augusta National (cada uno pagaba 60 d¨®lares) y que tuvo que recurrir a una funeraria pr¨®xima para que les prestasen las sillas, seg¨²n cuenta David Owen en el genial y documentado The making of the Masters.
La televisi¨®n lleg¨® en 1956, tras un contrato entre la CBS y Agusta National, que recib¨ªa 10.000 d¨®lares a cambio de dejar entrar a las c¨¢maras. Hoy se desconoce el montante del contrato actual.
Una alfombra verde
El Masters se juega siempre durante el primer fin de semana de abril, momento en el que las flores que dan nombre a cada uno de los hoyos explotan y florecen ofreciendo un paisaje ¨²nico que se complementa con una verdadera alfombra en las calles. El club insiste: no es cierto que usen toneladas de fertilizante, trasplantes o calefacci¨®n artificial. Todo es natural.
El respeto por la naturaleza se ha convertido en un s¨ªmbolo del lugar: los ¨¢rboles de Magnolia Lane son de 1850 al igual que algunos otros. En los a?os 1943, 44 y 45, Augusta National se olvid¨® de clasismos y se ofreci¨® para ayudar en los esfuerzos b¨¦licos de EE UU en la II Guerra Mundial. Como resultado, pavos y ganado estuvieron campando a sus anchas por una de las mejores superficies verdes del Planeta.
Una chaqueta XL
La chaqueta verde que distingue al ganador y que se estren¨® en 1949 con Sam Snead tiene tras de s¨ª algunas historias alejadas del barniz de perfecci¨®n y elegancia que pretende siempre la organizaci¨®n del torneo. En un principio se compraban en Nueva York, en un tejido grueso que achicharraba a los socios, que pidieron algo m¨¢s liviano.
El club prepara la chaqueta del ganador con toda la antelaci¨®n que permite el desarrollo del torneo para que quede lo mejor posible. Despu¨¦s de la ceremonia el sastre hace una a medida para el campe¨®n. No tuvo esa suerte el gran Jack Nicklaus, que en 1963 recibi¨® una chaqueta de la talla 46 larga que le quedaba rid¨ªcula, seg¨²n cuenta The Augusta Chronicle en una serie de cr¨®nicas hist¨®ricas. Al a?o siguiente, el club no hab¨ªa subsanado el error. Eso s¨ª, no se preocupen que las chaquetas son caras, aunque no conozcamos el precio exacto porque el club se niega tambi¨¦n a dar ese dato.
Hay 10 carpas para invitados, aunque el club se niega a montar las tradicionales de patrocinadores, con lo que prescinde de una ingente cantidad de dinero sin pesta?ear. Tampoco permiten la publicidad en los tees de salida o en pantallas y los marcadores siguen siendo manuales. Una de las carpas se llama Eisenhower, en honor al presidente de EE UU, fan¨¢tico del golf y asiduo del Augusta National.
Otra tradici¨®n el torneo de pares tres que se disputa hoy, una exhibici¨®n en la que los profesionales se dedican a compartir momentos con la familia y el p¨²blico y que arrastra un curioso dato: nadie que la haya ganado se ha impuesto ese a?o en el Masters.
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