Demasiado Bar?a
Sada y Anderson rompen el planteamiento defensivo del Madrid de Messina y encarrilan el segundo t¨ªtulo consecutivo del Barcelona- Ning¨²n equipo lograba dos copas seguidas desde los azulgrana en 1988

El Madrid se vaci¨®, se hizo ilusiones, llev¨® a cabo un plan, pero acab¨® sucediendo lo que quiso el Regal Barcelona, insaciable, dominador de los hilos de los que penden las victorias, los t¨ªtulos, la gloria. Tiene mucho de disuasorio este Barcelona, capaz de ganar por activa y por pasiva, capaz de arrasar cuando sus mejores jugadores afinan y tambi¨¦n cuando se trata de exprimir el trabajo menos vistoso o hacer frente a defensas tan pegajosas como la que le plante¨® el Madrid.
Cualquier otro equipo probablemente hubiera sucumbido, cualquier otro equipo en el que dos de sus mejores hombres, caso de Navarro y Ricky Rubio, hubieran tenido un d¨ªa tan nefasto, hubiera claudicado. Pero uno de los distintivos de este Bar?a es que siempre prevalece la labor de equipo, que siempre alguien da un paso al frente. Si no est¨¢ Ricky, aparece un V¨ªctor Sada que se multiplica en todas las facetas del juego, puntos (7), rebotes (6), asistencias (6), recuperaciones (3), lo que convenga. Y si no est¨¢ Navarro, muy difuminado por la implacable defensa del Madrid, aparece Anderson, letal, matador en los momentos culminantes, con 19 puntos, una suma enorme trat¨¢ndose de un partido de defensa a ultranza, de bajos guarismos.
REAL MADRID 60- REGAL BARCELONA 68
Real Madrid (17+13+13+17): Tomic (12), Prigioni (10), Reyes (3), Tucker (9) y Su¨¢rez (8) -equipo inicial-, Llull, Mirotic (8), Rodr¨ªguez (8) y Fischer (2).
Regal Barcelona (19+11+18+20): Rubio (1), Navarro (7), Anderson (19), Perovic (2) y Lorbek (9) -equipo inicial-, Sada (7), V¨¢zquez (4), Ingles (1), Ndong (6), Morris (8) y Grimau (4).
?rbitros: Mart¨ªn Bertr¨¢n, Daniel Hierrezuelo y Juan L. Redondo. Eliminado por cinco personales el madridista Tucker. Incidencias: Final de la 75 edici¨®n de la Copa del Rey, que presidi¨® el monarca Don Juan Carlos, disputado en el Palacio de Deportes de Madrid ante 13.045 espectadores.
Gan¨® el Barcelona porque fue mucho m¨¢s consistente que un animoso Madrid, cierto, pero que acab¨® qued¨¢ndose corto, desfondado f¨ªsicamente, incapaz de soportar la tensi¨®n en los momentos trascendentales de la final. Mantuvo el tipo durante todo el primer tiempo y resisti¨® a¨²n los intercambios de golpes del inicio del tercer cuarto, pero cuando el Barcelona abri¨® la primera brecha un poco significativa (37-44), empez¨® a apreciarse su sufrimiento, su tensi¨®n, su temor.
Al Barcelona le cost¨® tambi¨¦n dar el tir¨®n que pod¨ªa empezarle a conducir a su segundo triunfo consecutivo en la Copa, algo que nadie consegu¨ªa desde que el propio Bar?a de los Epi, Soloz¨¢bal, Norris y compa?¨ªa lo hiciera en 1988.
Con esos siete puntos de bot¨ªn azulgrana, hasta siete jugadas intercambiaron ambos equipos sin anotar. Al final lo consigui¨® Tucker y el Madrid lleg¨® con vida al ¨²ltimo acto. Pero se le notaba ya muy tocado. Una p¨¦rdida de bal¨®n de Llull, que en otras circunstancias no hubiera tenido excesiva importancia, acab¨® d¨¢ndole la ocasi¨®n al Bar?a para dispararse en el marcador. En cinco minutos, y a falta de otros tantos por disputarse, se situ¨® a 15 puntos, 49-64, tras dos triples casi consecutivos de Anderson y Morris. A partir de ah¨ª, el Bar?a ya pudo jugar al gato y al rat¨®n, con un Madrid obstinado, pero muy consciente de su suerte, de su derrota.
Messina plante¨® un partido muy fiado a la defensa y bas¨® su estrategia en atrapar a Navarro e intentar que el Bar?a no jugara con fluidez. Lo consigui¨® en parte. No bast¨®, pero la incomodidad del Bar?a durante gran parte del partido, premi¨® el descomunal ejercicio defensivo del Madrid. Navarro no vio aro porque siempre llevaba enganchado a Prigioni o a Tucker y los p¨ªvots del Madrid le acababan de poner peaje en la pintura. No fue el ¨²nico jugador que no actu¨® con soltura. Tampoco a Lorbek, al principio, le entraron los tiros, tampoco Ingles pis¨® con buen pie la cancha cuando tuvo que relevar a Anderson, tambi¨¦n V¨¢zquez se las vio y se las dese¨® para contener a Tomic.
El ritmo del juego fue lento, con ataques muy largos y raramente fluidos. No le fue mal al Madrid durante bastantes minutos, pero tambi¨¦n se las vio y se las dese¨® para anotar. Le cost¨® introducir de forma acertada algunas piezas como Fischer, Sergio Rodr¨ªguez o Llull, que apenas percutieron en ataque. Pero en la defensa fue donde todos y cada uno de los jugadores del Madrid se emplearon a un nivel superior al habitual. Por eso el partido, despu¨¦s de una primera parte en la que solo algunos como Anderson o Tomic escaparon al radar de las defensas, se enred¨® en el segundo cuarto y cada canasta empez¨® a cantarse como un gol. Hasta que Sada se adue?¨® de manera definitiva del ritmo de juego, y Anderson, Lorbek y Morris, empezaron a anotar con soltura. Entonces se hizo patente que el muro de Messina no sirvi¨® para otra cosa que para alargar la agon¨ªa y poner en evidencia que el Madrid sigue qued¨¢ndose corto de jugadores aut¨¦nticamente l¨ªderes y capaces de emerger en una final, ante un rival tan exigente. Son los signos de los nuevos tiempos en los que el Barcelona iguala los 22 t¨ªtulos de Copa del Madrid, con la diferencia de que el ¨²ltimo t¨ªtulo madridista fue hace 18 a?os.
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