?Para qu¨¦ sirven las asambleas?
El FC Barcelona y el Real Madrid celebraron el mismo fin de semana sus respectivas asambleas de socios compromisarios. Elecciones presidenciales al margen, no hay acto ordinario m¨¢s democr¨¢tico que la reuni¨®n de este ¨®rgano soberano y, sin embargo, de forma parad¨®jica, no hay otra convocatoria que muestre de manera m¨¢s eficaz la debilidad democr¨¢tica de uno y otro club. En ambos casos, apenas 1.000 socios decidieron por voz de 170.000 y 90.000, respectivamente, cuestiones de tanto calado como la remodelaci¨®n urban¨ªstica del Santiago Bernab¨¦u, en el caso del Madrid, y el acuerdo de patrocinio con Qatar Foundation, en el del Barcelona. No es solo de poca representatividad social de las asambleas de compromisarios de lo que adolece la democracia de estos clubes; m¨¢s grave a¨²n resulta la poca autoridad institucional que transmiten y que se deriva de su ineluctable obsolescencia.
Dejo al margen la capacidad de control que pueden ejercer y que, de hecho, ejercen, las juntas directivas de turno a trav¨¦s del derecho a elegir un n¨²mero determinado de compromisarios (25 en el caso del Barcelona) o por el hecho de ser los directivos los ¨²nicos que conocen, con meses de antelaci¨®n, qui¨¦nes ser¨¢n los socios compromisarios. Ni la junta directiva del Barcelona ni la del Madrid tuvieron dificultades para conseguir la aprobaci¨®n de sus propuestas. No es ninguna novedad, ni motivo de sorpresa, puesto que nunca ?o casi? la han tenido. Todas sus propuestas fueron aprobadas por amplias mayor¨ªas, y eso a pesar de que alguna de ellas provoca agitaci¨®n y divisi¨®n social. No parece, a juzgar por el debate que se da en ambas masas sociales, que las mayor¨ªas obtenidas en la asamblea reflejen exactamente el estado de opini¨®n de barcelonistas y madridistas. Pienso en el patrocinio de Qatar Foundation y en la imagen que del Madrid transmite el t¨¦cnico Jos¨¦ Mourinho, por ejemplo.
Sin embargo, si hay un hecho que muestre exactamente lo que quiero decir es la demanda de responsabilidades contra la junta directiva de Joan Laporta por las p¨¦rdidas ocasionadas durante su mandato. Esta es una acci¨®n con dos frentes judiciales abiertos: por un lado, la demanda presentada por el socio Vicen? Pla en el a?o 2007 y la acci¨®n de responsabilidad aprobada por la asamblea del a?o 2010, a propuesta del consejo directivo de Sandro Rosell. Son dos acciones distintas, aunque con el nexo de los 60 millones de p¨¦rdidas imputadas en una semana de junio de 2003 al mandato del presidente Joan Gaspart, y, seg¨²n los afectados, con el actual presidente como inductor com¨²n y necesario. Pues bien, ha bastado con que el entrenador Josep Guardiola levantara su voz en defensa de Laporta, sus directivos y sus familias, para que el socio Pla retirara la demanda de ejecuci¨®n provisional del aval de 23,2 millones contra ocho directivos. Una sola voz, potente y autoritaria, ha podido m¨¢s que la de los 1.000 socios compromisarios de turno. Y esto ha sido as¨ª porque, sin duda, Guardiola representa mucho m¨¢s acertadamente el sentimiento mayoritario de la masa cul¨¦.
En este punto hay que introducir la divisi¨®n que resulta clave para comprender el embrollo, la que existe entre socios y aficionados y que hist¨®ricamente ha enfrentado dos maneras distintas de entender el Barcelona en cuanto instituci¨®n. Cabr¨ªa se?alar una segunda l¨ªnea de fractura que se dibuja en el horizonte, la que puede dividir a los socios entre los que disponen de un abono anual en el Camp Nou y los que no lo poseen, pero ello nos llevar¨ªa demasiado lejos. Hay quien habla de divisi¨®n entre barcelonismo ilustrado y barcelonismo de pelota.
La cuesti¨®n verdaderamente trascendente es la fragilidad democr¨¢tica que se desprende; por tres motivos, al menos.
En primer lugar, porque la divisi¨®n entre socios y aficionados con intereses y sensibilidades distintas, sino opuestas, crecer¨¢ de manera exponencial en los pr¨®ximos a?os. La globalizaci¨®n del f¨²tbol ha convertido al Barcelona y al Madrid en entidades globales con millones de seguidores que consumen sus productos a diario, con lo cual parece l¨®gico que alg¨²n derecho a opini¨®n deber¨¢n tener y querr¨¢n ejercer.
En segundo lugar, porque esta nueva dimensi¨®n planetaria pone en duda la propiedad real de estos clubes. Con presupuestos que muy pronto superar¨¢n los 500 millones de euros, la contribuci¨®n de los socios y abonados a trav¨¦s de sus cuotas anuales se va convirtiendo en irrelevante. El poder de decisi¨®n se desplaza indefectiblemente a favor de quienes sufragan el grueso del presupuesto, apenas tres operadores mayoritarios. As¨ª, el voto se convierte en un mero ritual de certificaci¨®n democr¨¢tica, en un simple aval (sea dicho sin intenci¨®n de molestar).
Y, en tercer lugar, porque en la era de las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n y la comunicaci¨®n, la democracia se ha convertido en un ejercicio cotidiano. No basta con ganar unas elecciones cada cuatro o seis a?os, como en la actualidad es el caso del FC Barcelona. Hoy la legitimidad obtenida en las urnas, hay que refrendarla a diario, puesto que la capacidad de respuesta de los gobernados, sean ciudadanos, o bien socios y aficionados de un club de f¨²tbol, y los canales de expresi¨®n, agitaci¨®n y presi¨®n que existen a su disposici¨®n son numerosos e incontrolables. Y los usan.
Ante este cambio de paradigma, resulta claro que las asambleas de socios compromisarios han quedado obsoletas. Es un debate recurrente en la entidad azulgrana, aunque ninguna junta haya sabido afrontarlo todav¨ªa, ni nadie haya dado con una f¨®rmula alternativa viable. Urge repensar el gobierno de estos clubes antes de que sus socios, sus verdaderos propietarios, se dice, porque pueden votar de vez en cuando, queden convertidos en simples clientes de unas corporaciones con juntas directivas ejerciendo de consejo de administraci¨®n.
Jordi Badia es exdirector de comunicaci¨®n del FC Barcelona.
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