Teresa Perales, la sirena paral¨ªmpica
A los 19 a?os qued¨® parapl¨¦jica. Prob¨® suerte en la piscina. Hoy es la discapacitada con m¨¢s medallas de la historia: 22, tantas como Michael Phelps. Pasamos un d¨ªa con la campeona a su vuelta de Londres
Son las once de la ma?ana en una calle del centro de Zaragoza y Teresa Perales surge como una figura menuda al fondo, sentada en una silla de ruedas, a las puertas del edificio de Radio Nacional de Espa?a. Acaba de concluir una entrevista. La segunda del d¨ªa. Al acercarse a ella, uno no puede evitar posar los ojos en la enorme sonrisa, un im¨¢n ante cualquier mirada, el polo magn¨¦tico de su rostro. Nos lo hab¨ªan avisado: el optimismo y la vitalidad de esta mujer son contagiosos. Ocurre desde el primer vistazo. Alza la barbilla para dar dos besos. Lleva una visible capa de maquillaje, recuerdo de la primera entrevista de la ma?ana en la televisi¨®n aragonesa, y una pincelada p¨²rpura sobre los ojos, grandes y almendrados como el cuerpo de un pez sin cola. Bajo la camisa de flores se intuye un tronco robusto y una espalda bien armada, en contraste con las piernas delgad¨ªsimas e inm¨®viles, coronadas, en la punta, por unas bailarinas con tachuelas y lentejuelas.
Perales tiene 36 a?os, es parapl¨¦jica y acaba de convertirse en la atleta paral¨ªmpica con m¨¢s medallas de la historia. A lo largo de su carrera ha ganado 22, las mismas que el nadador estadounidense Michael Phelps; ambos lo han hecho en la piscina y ambos se han llevado las ¨²ltimas seis en los Juegos de Londres. Por eso las comparaciones y el revuelo medi¨¢tico y el jaleo en la calle. Cuando nos encontramos con ella, no hace ni una semana que ha vuelto de Reino Unido. Y durante la primera hora a su lado contestar¨¢ a las llamadas de una agencia de noticias, de un programa de televisi¨®n y de una fundaci¨®n en la que tiene previsto impartir una charla sobre empleo y discapacidad. Otras las dejar¨¢ pasar. M¨¢s tarde, en la comida, se olvidar¨¢ del tel¨¦fono y al mirarlo de nuevo encontrar¨¢ 24 llamadas perdidas de n¨²meros desconocidos. Rodando por el centro de la ciudad no transcurrir¨¢n cinco minutos sin que alguien se detenga a saludarla, a felicitarla, a besarla, a pedirle una foto. Amigos, conocidos y desconocidos. Pol¨ªticos, camareros y pensionistas. Uno le preguntar¨¢: ¡°?Has probado a esquiar? ?Te apetecer¨ªa venir con nosotros a Cerler? All¨ª lo tenemos muy bien montado¡±. Otro le reclamar¨¢ una visita al colegio donde trabaja de profesor. Uno m¨¢s le hablar¨¢ del orgullo ma?o. En realidad, con permanecer a su lado apenas har¨ªa falta hilvanar una entrevista (s¨ª, Perales ha esquiado, pero repetir no le entusiasma: aquella vez se lesion¨® la mano izquierda, mal asunto cuando uno se maneja en silla de ruedas). Y por si acaso, para que quede claro, otro espont¨¢neo repreguntar¨¢:
"La primera vez que me met¨ª en la piscina iba con un chaleco salvavidas. Ahora no s¨¦ d¨®nde est¨¢ el l¨ªmite"
¨CA Michael Phelps, ?le has ganado ya?
¨CLo he igualado.
¨C?Qu¨¦ son?, ?21 medallas?
"Hay dos clases de disminuidos. Los que dicen 'no puedo' y los que dicen '?por qu¨¦ no voy a poder?"
¨CNo, 22.
Las seis medallas de Londres las lleva guardadas en un bolsillo con cremallera a la espalda de la silla. Un oro, tres platas, dos bronces. Cada una pesa cerca de 400 gramos, seg¨²n contaron en su momento los diarios deportivos. Perales tiene un asunto pendiente. Quiere ense?¨¢rselas a su entrenador, ?ngel Santamar¨ªa. A¨²n no las ha visto de frente, ni palpado con sus manos. Acompa?amos a la nadadora hasta el coche. Abre la puerta. De un salto, impulsada por sus brazos, se sube al asiento del conductor. Desde all¨ª, desacopla una de las ruedas de la silla, luego la otra, y las coloca a los pies del asiento contiguo. Despu¨¦s toma a pulso el cuerpo de la silla, de unos nueve kilos m¨¢s los casi tres de los metales, y lo encaja en el asiento del copiloto, del rev¨¦s, como si fuera una pieza de Tetris. Enciende el coche y a partir de aqu¨ª no sirven las descripciones del tipo ¡°pisa el acelerador¡±. En cambio, del volante original del coche surge otro volante, en paralelo, sensible al tacto. Cuando lo pulsa, el veh¨ªculo acelera; el freno se acciona con una palanca a la izquierda. Y hace girar la rueda ayudada por una bola fijada al volante supletorio. Parece incluso m¨¢s sencillo que un autom¨®vil al uso.
De camino a la piscina donde suele entrenar seis horas diarias cuando se encuentra a pleno rendimiento (a¨²n se va a dar hasta mediados de octubre de descanso), Perales rompe el hielo hablando de la inesperada trascendencia de su ¨¦xito. Ella, dice, ha hecho ¡°lo de siempre: ir, ganar y volver¡±. Estas palabras, dichas en su boca, sonriendo hasta mostrar las enc¨ªas, no suenan a chuler¨ªa, sino a simple constataci¨®n. ¡°Ah¨ª, en Londres, no me he dado cuenta de la repercusi¨®n. Lo ¨²nico que quer¨ªa era mi oro¡±. Vemos la sonrisa crecer por el retrovisor, apretados junto a la sillita de seguridad vac¨ªa donde suele viajar su hijo Mariano, o Nano, de dos a?os y medio. Esta ma?ana lo llev¨® a su primer d¨ªa de clase en el Liceo Moli¨¨re, un colegio biling¨¹e. Pero el cr¨ªo, con sus rizos casta?os y su mirada despierta, ha visto competir a su madre desde las gradas londinenses. Siempre acompa?ado de su padre, Mariano Menor, con quien Perales se cas¨® en 2005. All¨ª, durante los Juegos, la familia se ve¨ªa cinco minutos por la ma?ana y otros cinco por la tarde. Poco m¨¢s. Existe un v¨ªdeo circulando por YouTube, realizado con m¨¦todos caseros, en el que se percibe le emoci¨®n de una madre al compartir el ¨¦xito con su hijo. La nadadora se encuentra en la zona de vestuarios cuando ve al peque?o y a su marido en el ¨¢rea del p¨²blico. Los separa una escalera. Desde abajo, Perales comienza a emitir sonoros suspiros. Un hombre del equipo ol¨ªmpico la toma en brazos y juntos recorren el trecho. La sienta en el ¨²ltimo pelda?o y madre e hijo se abrazan y se besan. Aunque Perales acaba de ganar su primer y ¨²nico oro en los 14? Juegos Paral¨ªmpicos, el chaval se empe?a en decir: ¡°?No, la de plata!¡±.
Cuando se le pregunta por el n¨²mero de medallas que ha ganado, Perales solo recuerda los oros: seis en total. En Londres, su oro no lleg¨® hasta la ¨²ltima carrera, la de 100 metros libres. Antes de la salida, la nadadora se notaba los brazos duros, le quemaban, estaba agotad¨ªsima. ¡°Ten¨ªa una p¨¢jara¡±. Entr¨® seria en el recinto de la piscina, al menos m¨¢s seria que otras veces. El seleccionador le ayud¨® a colocarse en el poyete, quedando colgada en un extremo de la calle. Pistoletazo. Con el mismo impulso con que salta de la silla al asiento del coche, se lanz¨® al agua de cabeza, las piernas firmes pero maleables como la cola de una sirena, y comenz¨® a nadar a crol, lanzando los brazos en un torbellino y respirando lo justo; suele hacerlo cada seis brazadas, lo imprescindible, porque cada vez que toma aire, el movimiento le hunde las piernas como si fueran de plomo. Enseguida se coloc¨® segunda. ¡°Sab¨ªa que la forma de ganar era el viraje. Pens¨¦: si te mueres, pues te has muerto¡±. A los 50 metros, despu¨¦s del giro, ya iba en cabeza. Con media piscina por recorrer, casi le sacaba metro y medio a la segunda. ¡°Me iba animando sola. Gan¨¦ con la cabeza m¨¢s que con el cuerpo¡±.
Acudi¨® a su boda en silla de ruedas. ante la mirada de los invitados se puso en pie y camin¨® al altar
Perales tiene la gran ventaja de que su cabeza, la fuerza arrolladora de su cerebro (en alguna ocasi¨®n ha dicho que en su primer campeonato de Espa?a sent¨ªa ¡°un caballo salvaje e indomable¡± en su interior), no entra en las rigurosas pruebas de clasificaci¨®n internacional a las que han de someterse los atletas paral¨ªmpicos para competir en tal o cual categor¨ªa, graduadas del 1 al 10 para los nadadores con discapacidad f¨ªsica. La espa?ola compite en la 5, salvo en braza, donde es un 4, porque en este estilo resulta clave el movimiento de piernas del que carece. Lo relevante de estos tests es que en ellos no influye tanto la minusval¨ªa concreta del deportista como su capacidad para desenvolverse en el agua. Y as¨ª sorprende ver compitiendo codo con codo a un deportista con enanismo, otro parapl¨¦jico, o sin un brazo, y el de m¨¢s all¨¢ con par¨¢lisis cerebral. Cada uno en una calle, todos en la misma carrera. Perales tiene movilidad hasta un poco m¨¢s abajo de la pelvis. Y ¡°control de esf¨ªnteres¡±, es decir, regula sus necesidades. En teor¨ªa, explica, su minusval¨ªa se queda estable o, en todo caso, ¡°mejora¡±. En algunas partes del muslo nota una ¡°sensaci¨®n acolchada, como si tuviera ropa sobre la pierna y me tocara a trav¨¦s de ella¡±. A veces, estas se le agitan con un espasmo. Pero no le sostienen. Le falla algo el brazo derecho. Y el tacto de sus manos no es pleno. Hay un dedo me?ique, el derecho, que siempre se le queda engatillado.
La nadadora detiene el coche junto al polideportivo. Esta vez, si uno cronometrase mentalmente el tiempo de ensamblaje de la silla, salto y colocaci¨®n del m¨®vil en un bolsillo, le saldr¨ªan unos 53 segundos. Luego, Perales se deja caer por una rampa de acceso, de unos 20 grados de pendiente. El contacto de sus manos desnudas con las ruedas, una rudimentaria t¨¦cnica de frenada, emite un sonido sibilante. Se adentra en el pabell¨®n ?ngel Santamar¨ªa, bautizado as¨ª por su entrenador. En el vidrio de la recepci¨®n, alguien ha colgado con celo un cartel fotocopiado en el que se lee: ¡°Especial Teresa Perales¡±, anunciando un programa en televisi¨®n. Al atravesar dos puertas con ojo de buey, en uno de los cuales se ve una fotograf¨ªa de su cara sonriente, comienza a percibirse el olor h¨²medo y picante de las piscinas. Tras el segundo par de puertas, un hombre comienza a dar gritos en cuanto ve aparecer a dos personas vestidas (los periodistas) pisando el suelo de pl¨¢stico con zapatos. Ese es su entrenador. De rostro moreno y chupado, con arrugas gruesas como los surcos de una escorrent¨ªa, y un cuerpo fibroso esculpido en las pruebas de ironman.
¡°Como esta no hab¨ªa visto ninguna¡±, dice Santamar¨ªa, cuando por fin acaricia el oro. Las medallas llevan una inscripci¨®n en braille y un bajorrelieve con la palabra swimming en el canto. Los dibujos del anverso y reverso no se entienden muy bien. Podr¨ªan representar un mar con olas o los nervios de un ojo humano. El dorado se ha empezado a desgastar de tanto viaje. Las seis juntas pesan casi tres kilos; se oye el clincl¨ªn de su golpeteo. Poco despu¨¦s, en la sala de gimnasio, Santamar¨ªa menciona el Mundial de Canad¨¢ en 2013 y los Juegos de R¨ªo de Janeiro en 2016. Quiere concentrarse en preparar cuatro pruebas. ¡°Como Phelps no. Vas a hacer historia con 26 medallas¡±, dice el entrenador. De pronto, sin darnos cuenta, Perales se encuentra con una pierna cruzada sobre la otra, el tobillo derecho apoyado en la rodilla izquierda. Suena el tel¨¦fono una vez m¨¢s. Se disculpa y desaparece unos minutos.
Aprovechamos la ausencia para preguntarle a Santamar¨ªa qu¨¦ hay dentro de la cabeza de la paral¨ªmpica que la convierte en lo que es. Responde: ¡°Hay dos clases de disminuidos f¨ªsicos. Los que dicen: ¡®No puedo¡¯. Y los que dicen: ¡®?Por qu¨¦ no voy a poder?¡¯. Ella es as¨ª. Su mentalidad es un poquit¨ªn superior a las dem¨¢s. No es solo la nataci¨®n. La mayor sorpresa de mi vida fue verla casarse ?de pie! Y luego, cuando acab¨® los Juegos de Pek¨ªn, dijo: ¡®Quiero tener un hijo¡¯. Y cuando ves c¨®mo lo educa¡ Porque el ni?o no se le puede escapar. Un cr¨ªo es un cr¨ªo; coge y pone los pies en polvorosa. Pero ella le dice: ¡®Nano, no¡¯. Y ah¨ª se queda¡±.
Teresa Perales no naci¨® parapl¨¦jica. De hecho, lleg¨® a tener lo que ella llama ¡°unos gemelacos¡± que incluso la acomplejaban de adolescente. En k¨¢rate, por ejemplo, alcanz¨® el cintur¨®n azul-marr¨®n. A la piscina, en cambio, le hab¨ªa cogido miedo desde un coscorr¨®n que se dio de ni?a al tirarse al agua. En su autobiograf¨ªa, Mi vida sobre ruedas (La Esfera de los Libros), escrita en 2007 junto a su marido, periodista deportivo en Arag¨®nTV, la nadadora cuenta c¨®mo en su primer a?o de universidad, estudiando Ciencias de la Educaci¨®n, contrajo tuberculosis. Probablemente se contagi¨® en una biblioteca. Pero esta enfermedad, escribe, ¡°no fue m¨¢s que parte de un proceso, de un c¨²mulo de desafortunadas coincidencias que motivaron que ahora est¨¦ en una silla de ruedas¡±. Despu¨¦s de un tiempo de m¨¦dicos y hospitales en que se pens¨® que aquello era una neumon¨ªa, hubo un diagn¨®stico correcto. Cuando comenz¨® con el tratamiento adecuado para atacar al bacilo de Koch, se encontraba floja y consumida. Pesaba 42 kilos (mide 1,62). La mancha del pulm¨®n remiti¨® pronto, pero a los pocos meses, a?ade, se dio cuenta de que algo iba mal. ¡°Me levant¨¦ un d¨ªa y sent¨ª el cuerpo r¨ªgido como un palo. Notaba un dolor muy fuerte en todas las articulaciones (¡) era un proceso artr¨ªtico generalizado. Mi mente sent¨ªa todas y cada una de las conexiones de mis huesos (¡) mi cuerpo, completamente debilitado a estas alturas, no admit¨ªa demasiado bien la medicaci¨®n y hab¨ªa empezado a rebelarse¡±. La ¨²ltima salida a la calle ¡°usando sus piernas¡±, explica, fue para celebrar la victoria del Zaragoza en la final de la Recopa de Europa frente al Arsenal. El 10 de mayo de 1995. Ten¨ªa 19 a?os. Sin embargo, como suele recordar a menudo, aquello no fue nada comparado con la muerte temprana de su padre, enfermo de leucemia. Se fue en 11 meses, cuando ella ten¨ªa 15 a?os. Desde entonces, siente que ha de vivir por los dos, ¡°sin ser ego¨ªsta¡±, dice. Y eso le da fuerzas.
Aquel primer verano sin movilidad en las piernas, se lanz¨® por fin a una piscina. ¡°Yo creo que la gente tiene muchas capacidades. Y este es un ejemplo muy claro: cuando me met¨ª por primera vez en el agua, lo hice con un chaleco salvavidas. Ahora no s¨¦ d¨®nde est¨¢ el l¨ªmite¡±. El verano siguiente se apunt¨® a cursos de nataci¨®n en el CAI CDM, el club deportivo de disminuidos f¨ªsicos de Zaragoza. La vio nadar Ramiro Duce, el primer entrenador del equipo de competici¨®n; se acerc¨® al borde de la piscina, y le dijo: ¡°?Quieres entrar en el equipo?¡±. El verano siguiente gan¨® sus primeras medallas en unos campeonatos de Espa?a. En 1998 lo hizo en su primera cita internacional, en Nueva Zelanda. En 2000 viaj¨® por primera vez a unos Juegos Paral¨ªmpicos, los de Sidney, y comenz¨® a grabar su leyenda ganando cuatro medallas de bronce y una de plata. Poco despu¨¦s empezar¨ªa a entrenar con ?ngel Santamar¨ªa, que ahora la mira en el gimnasio, dici¨¦ndole : ¡°Estabas hecha un blandibl¨²¡±. Y ella: ¡°?l ha sacado de m¨ª lo que soy ahora¡±.
Se acerca la hora de comer, y volvemos a tomar el coche desde la piscina para desplazarnos hasta una de las calles principales de la ciudad. Mientras disfrutamos de un aperitivo en una terraza, aparece de pronto su marido. Le pide las llaves del coche para ir a Ikea y comprar una vitrina nueva, con cuatro estantes, para colocar la ¨²ltima camada de medallas. Cosas de casa. Cuando se despide, tras contar que su hijo naci¨® por ces¨¢rea, porque no quiso arriesgar, Perales comienza el relato m¨¢s impresionante de cuantos va desgranando. Su boda, aquel episodio que dej¨® at¨®nito a Santamar¨ªa. Dice la paral¨ªmpica: ¡°Hab¨ªa mirado varios vestidos en las revistas. Decid¨ª cu¨¢l iba a ser el m¨ªo; ten¨ªa un poco de cola. En ese momento me di cuenta de que iba en silla de ruedas. As¨ª que pens¨¦ que tendr¨ªa que ir de pie¡±. Sin confi¨¢rselo m¨¢s que a un par de personas cercanas, pero no a su futuro esposo, ni al resto de invitados, comenz¨® a practicar con ayuda de los bitutores, dos armazones que sujetan las piernas, con una pieza muelle entre medias; cada vez que se apoya una extremidad, dispara la otra hacia delante. ¡°No es c¨®modo, y te haces da?o¡±, dice Perales. Acudi¨® a la bas¨ªlica del Pilar en silla de ruedas. Entr¨® por un lateral. Y de pronto, ante la mirada expectante de los presentes, se puso en pie y agarr¨® el brazo de su hermano David. ¡°Se oy¨® un ?oh! Y todo el mundo lloraba a moco pelado¡±. Camin¨® hasta el altar.
De forma paralela a sus ¨¦xitos deportivos, Perales logr¨® diplomarse en Fisioterapia, y despu¨¦s de Sidney, el Partido Aragon¨¦s (PAR) le ofreci¨® aparecer en sus listas a las Cortes de Arag¨®n. Asumi¨® su esca?o tras las elecciones de 2003; fue nombrada directora general de atenci¨®n a la dependencia, cargo que ejerci¨® hasta 2007, y m¨¢s tarde asumi¨® la presidencia de las juventudes del partido. En 2011 apareci¨® de forma simb¨®lica como candidata del PAR al Congreso de los Diputados. Fue lo ¨²ltimo. Poco a poco ha ido abandonando la pol¨ªtica. ¡°Entr¨¦ con much¨ªsima ilusi¨®n. Si crees que puedes aportar algo, hazlo. Se lo digo a la gente que quiere cambiar las cosas. M¨¦tete t¨² en pol¨ªtica. S¨¦ valiente, ten las narices. La ¨²nica forma de cambiar el sistema es desde dentro¡±. Durante aquellos a?os de diputada, se levantaba a las cinco de la ma?ana para entrenar y preparaba los discursos mentalmente, mientras nadaba en la piscina. La experiencia, dice, le ha dejado una sensaci¨®n ¡°agridulce¡±. Su entrenador Santamar¨ªa suena m¨¢s tajante al explicarlo: ¡°Dej¨® la pol¨ªtica desesperada. Cansada de ser una mujer florero¡±.
De camino a una pizzer¨ªa, Perales se preocupa de si habr¨¢ escal¨®n a la entrada (no lo hay, tiene una rampa) y, ya sentada, pregunta si existe otro cuarto de ba?o adem¨¢s del de la planta de abajo (s¨ª, existe). En m¨¢s de una ocasi¨®n ha subido o bajado ¡°a culo¡± en distintos lugares, casi como un acto de reivindicaci¨®n. Hay mil cosas inimaginables que acompa?an su vida. Por ejemplo: su punto d¨¦bil son las cervicales. Enseguida le molestan, porque pasa la mayor parte del d¨ªa mirando hacia arriba. Otro ejemplo: no necesita ayuda para ponerse el ba?ador, pero, como es muy ajustado y de fibra de carbono, emplea unos 15 minutos en acopl¨¢rselo desde el suelo, ¡°haciendo la croqueta¡±. Quit¨¢rselo suele ser m¨¢s r¨¢pido, ya sea ¡°por el cabreo o la euforia¡±. Tambi¨¦n le da respeto ba?arse en el mar, donde quiz¨¢ le pique una medusa en las piernas sin que se entere; una vez, depil¨¢ndose con maquinilla el¨¦ctrica mientras ve¨ªa la tele, se dio cuenta demasiado tarde de que ten¨ªa la pierna en carne viva. Y en las atracciones (le encantan los parques de Disney), cuando las barras de seguridad solo le agarran a uno los muslos, Perales siente que flota. ¡°Es como si estuviera en estado de ingravidez total¡±, dice. ¡°Pero si me escurro, no lo notar¨ªa¡±. Ha competido en rallies y viajado por medio mundo. ?ltimamente le atrae el coaching y el crecimiento personal. Quiz¨¢ est¨¦ ah¨ª su futuro. En la motivaci¨®n y el desarrollo de otros. ¡°Hay quien me llama aspirina, y no me desagrada¡±, dice. De hecho, tiene hasta una teor¨ªa registrada, ¡°el espiralismo¡±, que acu?¨® sin darse cuenta mientras la entrevistaban para un reportaje en 2005: cada uno de nosotros somos el centro de nuestra propia espiral de felicidad; de ella hemos de sacar lo que nos disgusta e introducir lo que nos agrada. Perales se imagina esa espiral como una h¨¦lice que se eleva. La traza haciendo girar un dedo en el aire a la puerta del restaurante donde ha devorado una pizza entera y un postre. Pero ahora no hay tiempo para m¨¢s. De pronto, se ha convertido en una madre en apuros que llega tarde a recoger a su hijo en su primer d¨ªa de clase. Se sube al coche de un brinco. Pulsa a fondo el acelerador y recorre media ciudad. Aparca a la puerta del Liceo, y en el proceso de ensamblaje de su silla emplea unos 20 segundos, batiendo su marca de la ma?ana. Poco despu¨¦s aparece rodando con su hijo sentado sobre las piernas, y se vuelven a casa, a relajarse en el patio del bloque de viviendas.
All¨ª es media tarde y los rayos del sol trazan sombras alargadas al encontrarse con los radios de la silla de ruedas. Unas l¨ªneas oscuras y tensas trepan por el suelo como los barrotes de una c¨¢rcel. El ni?o quiere subir al columpio. Teresa Perales se acerca a ¨¦l. Bloquea las ruedas. Toma a su hijo en brazos, a pulso, y le introduce las piernitas, vivas como las de un cangrejo, en los huecos del asiento. Luego desbloquea las ruedas, se desplaza hasta colocarse a la espalda de Nano, fija de nuevo el freno y comienza a balancearlo con el brazo derecho. Su sonrisa, en ese instante, se arquea como un delf¨ªn sobre una ola. Sus pulmones emiten un sonido a medio camino entre la carcajada y el grito, similar al de quien sube por primera vez a una monta?a rusa.
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