El ruido de Lance Armstrong
El exciclista norteamericano duda, en una entrevista en el diario 'Le Monde', de la posibilidad de acabar con el dopaje
¡°El Tour no se puede ganar sin doparse¡±, dice en Le Monde Lance Armstrong, que ha ganado siete y siete ha perdido por dopaje. Por una vez humilde, el ciclista tejano habla de sistema y de cultura ciclista. ?l no fue, pues, sino un hijo de un sistema venenoso en cuyo mantenimiento niega cualquier responsabilidad, una v¨ªctima de una cultura del doping arraigada en el hueso mismo del ciclismo, y, por lo tanto, inatacable sin al mismo tiempo atacar a todo el ciclismo.
Ante estas reflexiones, que niegan al ciclismo cualquier capacidad de transformaci¨®n (y, en el fondo, cualquier necesidad de transformaci¨®n), el ciclismo ha reaccionado con su habitual si la ficci¨®n, el Tour, su burbuja, su leyenda, es hermosa, ?por qu¨¦ contaminarla con la realidad? que, encerr¨¢ndose en un qu¨¦ tiempos aquellos en los que el pasado nos lo contaban mejor, en los que nos lo cont¨¢bamos mejor, justifica finalmente su ¨²ltimo lema: los tiempos han cambiado, el ciclismo ha cambiado (y ya podr¨ªan los dem¨¢s deportes seguir nuestra senda¡) Y para firmar este manifiesto valdr¨ªa perfectamente la frase con la que Cadel Evans, el ganador del Tour de 2011, cerr¨® ayer su conferencia de prensa: ¡°Yo soy la prueba viviente de que Armstrong est¨¢ equivocado¡±.
Cuando el presente sea pasado se podr¨¢ comprobar la verdad de Evans y la amplitud del cambio, de la misma manera en que en estos momentos se est¨¢ volviendo a comprobar --con las palabras de Armstrong, con los papeles Puerto, con la peripecia de Jalabert y el Tour del 98 legendario y con el informe de la comisi¨®n antidopaje holandesa, que cifra que la EPO contaminaba en los a?os 90 a m¨¢s del 90% del pelot¨®n¡ªla amplitud reciente del fen¨®meno.
¡°Yo soy la prueba viviente de que Armstrong est¨¢ equivocado¡± Cadel Evans
En la sala de prensa (octava planta de un barco de crucero atracado en el puerto de Porto-Vecchio), bajo el ruido constante de los motores generadores de energ¨ªa, duele el silencio de la Olivetti de Gianni Mura, ausente el periodista de La Repubblica, enfermo, por primer Tour en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas. Su mirada l¨²cida e inteligente, la de uno que sabe d¨®nde poner al dopaje en las cr¨®nicas ¨Cun elemento m¨¢s de una receta de cocina en la que entran tambi¨¦n las historias personales de los ciclistas, el paisaje, el peso del Tour, su historia, el duelo del deportista con todo, con su destino, con su soledad, con la fortuna, su soledad ¨²ltima en las monta?as, su hambre¡ªse perder¨¢ el debut en la carrera de un colombiano llamado Nairo Quintana, que en medio de una galer¨ªa de rostros cadav¨¦ricos, pergaminos de piel pegados a los p¨®mulos y venas dibujando mapas f¨ªsicos de riachuelos y arroyos en las piernas bajo la piel transparente, luce unos sanos mofletillos y una capita de grasa ¨Cm¨¢s del 10% de su composici¨®n corporal¡ªque esconde no solo sus venas sino tambi¨¦n la hiperdefinici¨®n muscular de los colegas. As¨ª y todo, desarrolla m¨¢s de seis vatios por kilo de potencia y es el mejor escalador del pelot¨®n y el hombre, el chaval mejor (23 a?os) que puede dar cierto sentido a la palabra esperanza. La l¨¢stima ser¨¢ que si el colombiano gana el Tour, o brilla, pasar¨¢ autom¨¢ticamente a formar parte de la lista de sospechosos establecida y que solo se desbrozar¨¢ en el futuro, cuando este presente sea pasado.
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