El falso Ronaldinho sorprende a Messi
El entrenamiento de exhibici¨®n de Argentina desencadena una delirante invasi¨®n de campo
El estadio Independencia de Belo Horizonte se carg¨® de una tensi¨®n extra?a. Hab¨ªa entre 5.000 y 10.000 personas. Mitad argentinos, mitad brasile?os. J¨®venes en su mayor¨ªa, adultos, algunas madres, ni?os, buenos, p¨ªcaros, gente industriosa e integrantes de esa nebulosa que la prensa local denomina malandragem. La capital de Minas es un lugar estratificado en donde cada gesto, cada maniobra, cada palabra, se formalizan con rigor porque determinan la pertenencia a un compartimento social. Los aplicados burgueses de esta ciudad interior fueron una minor¨ªa apenas representada en la multitud que acudi¨® a ver a Messi el mi¨¦rcoles.
La gente se apret¨® en las tribunas y esper¨®. Las luces iluminaron cuatro pistas de futv¨®ley sobre la hierba y se hizo un silencio. Durante unos minutos se acumularon los nervios, la ansiedad, los sentimientos de anticipaci¨®n. Cada operario de la selecci¨®n argentina que asomaba la cabeza por la puerta del fondo norte provocaba una ola de rumores anhelantes y silbidos. La muchedumbre gem¨ªa. Cuando por fin se abrieron las compuertas y aparecieron los jugadores, el peque?o goleador del Barcelona encabez¨® el pelot¨®n. Trotando, al frente, aislado, seguido a un metro por Zabaleta, dio la vuelta al campo en medio de un zumbido estruendoso de ovaciones, c¨¢nticos y pitidos. La declaraci¨®n de amor y odio fue simult¨¢nea. Demencial. Como si el mismo demonio hubiese entrado en la Copa del Mundo.
Messi salud¨® con la mano a la masa esquizofr¨¦nica de camisetas albicelestes y amarillas. Despu¨¦s jug¨® al futv¨®ley sin apenas tocar el bal¨®n con los pies. Sus compa?eros le pasaban la pelota para que la rematara de cabeza y ¨¦l ejecutaba con la malicia de los competidores patol¨®gicos. Se estiraba sobre la red y picaba el cabezazo con violencia. Como si no pudiese permitirse una derrota. Ni en el futv¨®ley.
Acabada la pr¨¢ctica de exhibici¨®n que la FIFA prescribe a cada selecci¨®n en Brasil, los futbolistas se reagruparon y enfilaron la alambrada tras la cual esperaba el autob¨²s. Iban alej¨¢ndose cuando desde la grada surgi¨® un individuo m¨¢s bien achaparrado tocado de una gorra que a lo lejos parec¨ªa sucia y resobada. Super¨® la valla de un salto, cay¨® sobre la hierba como un ant¨ªlope y corri¨® ante la mirada at¨®nita de los gigantes responsables de la seguridad. Al ver a Messi el hombre se arroj¨® a sus pies y, quit¨¢ndose la gorra, le limpi¨® la bota derecha mientras hac¨ªa reverencias. Perplejo y divertido, el capit¨¢n argentino se quit¨® la sudadera y se la dio.
La lentitud de los corpulentos guardias inspir¨® a otros espont¨¢neos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco¡ Si no fue invasi¨®n de campo se le pareci¨® mucho. El p¨²blico emiti¨® un clamor de asombro al ver que uno de los intrusos era Ronaldinho Ga¨²cho. ?Era Ronaldinho Ga¨²cho? Los mismos rasgos, los mismos ojos saltones, la misma melena ensortijada sujeta con una diadema negra, la misma carrera impredecible, el mismo culo bajo. Todo igual salvo un detalle: no lo patrocinaba nadie. Iba descalzo. Era pobre de solemnidad.
Leo picaba el cabezazo con violencia. Como si no pudiese permitirse una derrota. Ni en el futv¨®ley
La gente fue a ver el entrenamiento de Argentina como quien peregrina al encuentro de lo sobrenatural. La presencia de Messi genera conductas irracionales. Pero lo m¨¢s pr¨®ximo a lo inefable que contemplaron los romeros fue la irrupci¨®n de estos chicos brasile?os aparentemente desesperados por divertirse, por salir en la tele, o, simplemente, por existir.
El Ronaldinho ap¨®crifo fue capturado en el momento en que culminaba la aza?a. Cuando Messi, que le descubri¨® at¨®nito driblando guardias, estrech¨® su mano sin poder contener la risa. Una risa contagiosa, como la del mismo Gaucho, se dibuj¨® en la cara de todos los futbolistas y hasta de los agentes de seguridad.
El asombroso simularor fue objeto de un mont¨®n de entrevistas. Hubo c¨¢maras que se le echaron encima y otros le persiguieron con micr¨®fonos para registrar su testimonio en la calle, una vez que los mocetones de la seguridad y la polic¨ªa militar le hubieron expulsado. Alguien le pregunt¨® por su parecido con Ronaldinho y, descalzo sobre el asfalto, cont¨® que un d¨ªa se encontr¨® con el aut¨¦ntico y le dijo que ¨¦l era su ¡°doble¡±. Sonri¨® al evocar la respuesta del modelo inspirador: ¡°?T¨² mi doble? ?Pero si eres muy feo!¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.