El atasco
El jueves, d¨ªa del partido entre Brasil y Croacia en S?o Paulo, un taxista feliz explicaba a un cliente que la ma?ana hab¨ªa amanecido perfecta: un sol de oto?o, una brisa suave, un partido memorable dentro de unas horas¡
Como adem¨¢s era fiesta (los d¨ªas en que juega Brasil el Gobierno decreta no laborable para las ciudades que acogen el partido), el taxista se?al¨® las avenidas despejadas, a unos corredores haciendo footing despreocupadamente en un carril-bici, a una madre paseando a su hijo peque?o en un carrito y exclam¨®, a¨²n m¨¢s sonriente, en una suerte de desahogo existencial:
¡ªHoy S?o Paulo es el para¨ªso.
Era verdad: ese d¨ªa la ciudad presentaba una cara dulce que otras veces esconde.
Sin ir m¨¢s lejos, dos d¨ªas antes, la jornada huelga del metro, S?o Paulo registr¨® un atasco enorme, inimaginable para quien no es de aqu¨ª. La palabra es la misma, pero cr¨¦anme si les digo que no significa lo mismo un atasco en S?o Paulo que otro en Madrid o en Par¨ªs. En S?o Paulo hay siete millones de veh¨ªculos. En los ¨²ltimos a?os se incentiv¨® la compra de coches para la pujante clase media brasile?a, pero la construcci¨®n de infraestructuras para absorberlos no ha ido en paralelo. Los muy ricos se desplazan en helic¨®ptero en esta mega-ciudad de 11 millones de personas.
El martes, d¨ªa del Gran Atasco De Este Mes, hubo quien emple¨® tres horas en llegar al trabajo y otras tres horas en volver a casa
El martes, d¨ªa del Gran Atasco De Este Mes, hubo quien emple¨® tres horas en llegar al trabajo y otras tres horas en volver a casa. Una se?ora que hablaba de eso en un peri¨®dico brasile?o exclamaba: ¡°He tardado m¨¢s tiempo en ir y venir que en trabajar¡±. Contemplar la ciudad ese d¨ªa a las seis de la tarde, hora punta, desde las ventanillas de un coche ten¨ªa algo de apocal¨ªptico: las calles parec¨ªan cimentadas con coches, batallones de coches surg¨ªan en cada calle, de cada avenida, de cada garaje. Todas las v¨ªas de la ciudad se encontraban bloqueadas, con murallas de veh¨ªculos detenidos. Hab¨ªa miles de coches bufando pero nadie pitaba, dando a entender que todos se han acostumbrado a esta fatalidad.
Hace unos meses, en un art¨ªculo sobre f¨²tbol brasile?o en The New Yorker, un habitante de S?o Paulo aseguraba que hay estudios que preconizan que de seguir a este ritmo, dentro de 20 a?os se producir¨¢ un atasco definitivo que dejar¨¢ la ciudad paralizada para siempre. S¨®lo los muy ricos en sus helic¨®pteros revolotear¨¢n de ac¨¢ para all¨¢ esa tarde final.
Por eso no sorprende a nadie que hace un a?o el detonante de las protestas contra el Mundial que sacudieron al pa¨ªs fue una subida m¨ªnima en el insuficiente transporte p¨²blico. Tampoco que la movilidad urbana ser¨¢ uno de los temas cruciales en las pr¨®ximas elecciones de octubre. Cuando se vive un atasco de las dimensiones colosales que tuvo el del martes, se comprende que hay pocas cosas m¨¢s importantes en la vida de uno que ver con impotencia la propia vida de uno escaparse dentro de un coche parado.
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