El suburbio que se rebel¨® ante los ¡®All Blacks¡¯
Un modesto club australiano plant¨® cara a Nueva Zelanda en 1988 en un partido ¡°brutal¡± para acabar hermanados tres a?os despu¨¦s
La primera vez que Wayne Shelford, campe¨®n del mundo con Nueva Zelanda, plac¨® a un alocado tipo de 21 a?os llamado Michael Cheika, el actual seleccionador de Australia, se levant¨® y respondi¨® lo siguiente: ¡°?Eso es todo lo que sabes hacer?¡±. Era 1988 y los All Blacks estaban jugando en Randwick, un suburbio australiano de unos 20.000 habitantes. ¡°Fue verdaderamente ¨²nico y algo que, lamentablemente, no volver¨¢ a pasar jam¨¢s porque el mundo ha cambiado. Los d¨ªas de los tour han terminado, pero al menos un equipo peque?o tuvo esa ocasi¨®n excepcional¡±, recuerda Simon Poidevin, convencido tras ese partido ¡°brutal¡± para regresar a los Wallabies, con los que gan¨® el Mundial de 1991.
Se impuso Nueva Zelanda (25-9), pero el choque fue una batalla campal. ¡°Nos enfrent¨¢bamos a uno de los mejores equipos de siempre. Eran los mejores All Blacks de esa ¨¦poca y fue un gran desaf¨ªo no solo jugar contra ellos, sino competir a un muy bien nivel¡±, recuerda Poidevin, de 56 a?os. El significado rebas¨® los l¨ªmites de lo deportivo para una zona deprimida que sinti¨® en unas horas el orgullo que les hab¨ªa sido esquivo durante d¨¦cadas. ¡°Tenemos aficionados muy leales [r¨ªe] y seguimos recordando ese encuentro con cari?o¡±.
Los puristas se empe?an en destacar que en rugby no existe el concepto de partido amistoso. No lo fue en Randwick. ¡°Ten¨ªamos siete jugadores que podr¨ªan haber estado en los Wallabies, as¨ª que ¨¦ramos un equipo fuerte¡±, recuerda el flanker australiano. No se confiaron los neozelandeses, con algunos de los mejores jugadores de su historia: el ala John Kirwan, el pateador Grant Fox o Sean Fitzpatrick, quiz¨¢s el mejor talonador de siempre y votado como segundo mejor All Black del siglo XX. ¡°Se lo tomaron muy en serio. Para nosotros fue un gran honor que salieran con un equipo tan fuerte¡±.
El duelo inicial entre Cheika y Sheldford no fue casual. El primero tiene un su cabeza una cicatriz de 38 puntos que sufri¨® cuando intentaban sacarle de un ruck. El a?o anterior, Sheldford hab¨ªa perdido cuatro dientes por un golpe en un partido contra Francia y volvi¨® al c¨¦sped para jugar el tramo final. ¡°Era como se jugaba en aquellos d¨ªas. No hab¨ªa los cambios que hay ahora, as¨ª que no te ibas del campo. Yo solo dej¨¦ un partido por lesi¨®n con Australia¡±, recuerda Poidevin. Despu¨¦s de su atrevimiento, Cheika pas¨® una tarde dura. ¡°?Estaba loco, loco! Era un tipo muy talentoso que no ten¨ªa ning¨²n respeto por su cuerpo. Aquel d¨ªa sali¨® apaleado por los All Blacks porque eran muy orgullosos y no te respetaban si ibas duro. Se hizo a valer a s¨ª mismo, pero tuvo que escuchar muchos comentarios que no le gustaron¡±.
Aquel partido brutal cambiar¨ªa los planes de Paidovin, que hab¨ªa dejado la selecci¨®n. ¡°Bob Dwyer [entonces seleccionador de Australia] me dijo: ¡®Si juegas con la misma pasi¨®n, quiero que vuelvas¡±. Lo hizo, y tres a?os despu¨¦s se proclam¨® campe¨®n del mundo en Inglaterra, borrando la dram¨¢tica derrota ante Francia en las semifinales de 1987. ¡°Era muy arriesgado volver, ya era mayor, pero fue la mejor decisi¨®n de mi vida. No creo que haya jugado mejor en toda mi carrera que en 1991¡±.
Era tan solo el segundo Mundial, pero el torneo empezaba a mostrar su m¨²sculo. La final, ante Inglaterra en Londres, fue una revelaci¨®n. ¡°Fuimos muy cuidadosos para exponernos lo menos posible, estar lejos de la prensa sensacionalista. Fue un verdadero despertar para todos los jugadores, esa fue la primera vez que vimos el rugby como algo enorme¡±, recuerda Poidevin, que analiza el f¨ªsico como una de las clave de su selecci¨®n. ¡°Nos prepar¨¢bamos ya profesionalmente, est¨¢bamos en mejor forma que muchos otros equipos¡±.
No estuvo Cheika, que saborear¨ªa las mieles como entrenador, como lo har¨ªan otros preparadores que defendieron en 1988 a Randwick: Eddie Jones, t¨¦cnico de Jap¨®n, o Ewen McKenzie, responsable del desastre que el actual seleccionador aussie ha hecho olvidar en solo un a?o. ¡°Michael entiende muy bien la parte mental del rugby y ha llevado a los Wallabies una nueva cultura. El equipo es humilde y tiene una resiliencia muy grande. Hace sesiones de entrenamiento muy duras y cree en la vieja escuela, as¨ª que mezcla las buenas cosas del pasado con algunas del futuro¡±.
El irland¨¦s Jonathan Sexton, que coincidi¨® con Cheika en Leinster, aseguraba durante el Mundial que el ¨¦xito de Australia se debe a que el t¨¦cnico tiene asustados a sus jugadores. ¡°No creo que sea intimidaci¨®n, es coraz¨®n y respeto. Si no quieres ser un jugador de equipo y sacrificarte en los entrenamientos, no vas a jugar. Es muy claro en c¨®mo fija las normas¡±, replica Paidovin, que destaca un aspecto clave de su excompa?ero, el ¨²nico t¨¦cnico que ha ganado las m¨¢ximas competiciones por clubes de ambos hemisferios. ¡°Entiende sus limitaciones. Trae a Mario [Ledesma[ para la mel¨¦ y a Stephen Larkham, uno de los mejores 10 de la historia, para el ataque. Les deja espacio para que jueguen su papel¡±.
Cuando se retir¨®, Paidovin se pas¨® a los mercados financieros y es corredor de bolsa. ¡°El rugby es un gran pasaporte para negocios si lo usas bien, la gente respeta nuestra disciplina y el juego en equipo¡±. La mejor prueba de ese compa?erismo la vivi¨® en el Aeropuerto de Dubl¨ªn despu¨¦s de vencer a los All Blacks en las semifinales del Mundial del 91. El vuelo de Nueva Zelanda a Cardiff para jugar por el tercer puesto se retras¨® y sus jugadores segu¨ªan all¨ª cuando llegaron los Wallabies, que volaron a Londres para disputar la final. ¡°Vimos lo destrozados que estaban, as¨ª que jugamos un rato con ellos en la terminal. Nos hab¨ªamos enfrentado con orgullo muchos a?os, pero ¨¦ramos grandes amigos¡±.
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