Albert Rivera, la anestesia y un partido de f¨²tbol que no se juega
Ante De la Morena y Valdano, el l¨ªder de Ciudadanos ha presentado sus credenciales de campe¨®n de Espa?a de Debate
En la cabeza de Albert Rivera, en su discurso veloz de vendedor de Media Markt, en su lengua, qu¨¦ pico, que a tanta velocidad transmite los impulsos nerviosos que le llegan del cerebro, quieren convivir sin pelearse dos mundos contradictorios, el de la raz¨®n y el de la emoci¨®n, igual que en su visi¨®n del mundo, en su deseo pol¨ªtico, un contenedor en el que todo cabe siempre que sea racional, cohabitan la defensa de lo p¨²blico y la exaltaci¨®n del mercado. Jorge Valdano, dedo en la sien, pose de fil¨®sofo que ha publicado en la Revista de Occidente de Ortega y ha jugado en el Madrid y le ha dado pases a Maradona, le observa entre fascinado y socarr¨®n. Fascinado por la habilidad, por lo listo que es el compa?ero de noche y Larguero, por la velocidad mental con que se acopla a preguntas y discursos, y su energ¨ªa inagotable; socarr¨®n por esa misma habilidad de interior derecho que le gusta meterse por la izquierda para tocar m¨¢s bal¨®n, comparaci¨®n feliz que Valdano toma prestada de otro gran ir¨®nico, Vicente del Bosque. Todo ello se condensa, para Valdano, m¨¢s interrogador curioso que conversador en la noche que ya empieza a ser fr¨ªa y es triste porque todo el mundo se acuerda de Par¨ªs, y del miedo, en un adjetivo y en su sustantivo: Rivera es fresco, su discurso es fresco, Rivera rebosa frescura. Y resume el resumen Valdano, cuya mirada, si no fuera porque es argentino y escribirlo es un t¨®pico, ser¨ªa la de un psic¨®logo que analiza cl¨ªnicamente a un paciente logorreico: Rivera, el l¨ªder de Ciudadanos, un joven de americana y camisa clara sin corbata, sin desali?o sino con pulcritud y buen tipo, y posible morador en La Moncloa dentro de un par de meses, es muy fresco.
La noche es un mon¨®logo veloz que De la Morena punt¨²a con indirectas cuando reclama el micr¨®fono y le corta la palabra sin contemplaciones al invitado que antes de nada ha presentado sus credenciales de campe¨®n de Espa?a de Debate, habilidad que practic¨® conjuntamente con el waterpolo, el ligue ininterrumpido, el escaso estudio y las magn¨ªficas notas en su vida universitaria. Y cuando dirige la noche.
Siempre que la vida y el estado de ¨¢nimo de las gentes los ensombrece la presencia de la muerte, el temor a la muerte, el terror del terrorismo que abruma como la niebla espesa del valle del Duero que retras¨® la llegada a Madrid de Rivera desde Logro?o, donde hab¨ªa actuado al atardecer, aparecen sabios que hablan del deporte, de cualquier competici¨®n, de un partido de f¨²tbol, por ejemplo, y lo ensalzan como una breve pausa de humanidad en mitad de un infinito horror, como un momento de normalidad que hace pensar que las masacres no han existido en medio de una realidad demoniaca. Podr¨ªa haber pasado eso en un Larguero que, a diferencia de los otros de pol¨ªticos y deportistas troc¨® el debate de entrada, el del independentismo, que ahora suena a tonter¨ªa, por el de la pena, si no fuera porque, con una sensatez muy suya, De la Morena se pronunci¨® en contra. ¡°En momentos as¨ª, el f¨²tbol anestesia¡±, dijo el periodista, y r¨¢pido como el rayo, Rivera lo traduce a su sistema nervioso, lo lleva a su terreno. El f¨²tbol se asienta en el lado emocional de su ser, en el recuerdo de la final ol¨ªmpica del 92, con la victoria de la Espa?a de Pep Guardiola y Kiko entrenada por Kubala nada menos en el Camp Nou, en sus celebraciones de cul¨¦ emocionado, en los brincos que pega su coraz¨®n, y su envidia, cuando oye a toda Francia cantar La Marsellesa, cuando envidioso ve a los franceses apegados a sus s¨ªmbolos y su rep¨²blica y sus lemas. Se dispara entonces Rivera y pide que la selecci¨®n, la Roja de Del Bosque, vuelva al Camp Nou, y Valdano, did¨¢ctico, intelectual a su pesar, se ve obligado a bajarlo a tierra con una pirueta de su pensamiento en la que entran el fanatismo religioso del terror no tan lejano en sus ra¨ªces a la componente emocional del nacionalismo, lo que resulta complicado de racionalizar como tanto desea el que habla. ¡°Los s¨ªmbolos¡±, le dice Valdano, ¡°son un refugio en el drama¡±.
Ante Rivera, la mirada de Valdano, si no fuera porque es argentino y escribirlo es un t¨®pico, ser¨ªa la de un psic¨®logo que analiza cl¨ªnicamente a un paciente logorreico
El Larguero son dos salas separadas por un cristal gordo que viven cada una a su ritmo sin que nada trasluzca. A un lado del vidrio, De la Morena escucha a Rivera; al otro m¨¢s periodistas trabajan fren¨¦ticos porque en mitad del programa se enteran de que el f¨²tbol, el martes en Bruselas, donde jugaba Espa?a, no ser¨¢ ni falsa pausa de humanidad en mitad del horror ni tampoco anestesia y olvido, porque asustadas ante la posibilidad y verosimilitud de un atentado en el estadio de Heysel, las autoridades belgas han suspendido el partido. Lo confirman y se cuenta en antena, en directo. Se cortan los discursos cuando Rivera, l¨ªder prestidigitador y ambicioso, se ve reflejado simult¨¢neamente en l¨ªderes tan diferentes como Matteo Renzi, Bill Clinton, Felipe Gonz¨¢lez, Manuel Valls y Adolfo Su¨¢rez.
¡°?Cu¨¢l es la medida del ¨¦xito? Espero que no sea llegar a La Moncloa a la primera¡¡±, le pregunta Valdano para cerrar la noche, a lo que Rivera responde parafraseando a Luis Aragon¨¦s: ¡°Ganar, ganar y luego ganar¡±. Valdano, entonces, le corrige. ¡°Pero al final de su carrera¡±, le recuerda, ¡°Luis cambi¨® ganar por jugar. Hay que jugar, jugar y luego jugar, dec¨ªa¡±. Rivera, el joven de 36 a?os y un piso de 50 metros en L¡¯Hospitalet, fue de nuevo r¨¢pido en la r¨¦plica sint¨¦tica. ¡°Eso es, hay que jugar para ganar¡±, dijo, y se sinti¨® de nuevo campe¨®n de Espa?a de Debates.
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