Durante el f¨²tbol
Si me preguntan qu¨¦ es lo mejor de la final de Champions del s¨¢bado, dir¨ªa que estos pocos d¨ªas que faltan, y sobre todo, los 90 minutos de juego
Pronto la temporada nacional se volver¨¢ un descampado en el que s¨®lo queden las clasificaciones y las repeticiones en Youtube; dur¨® mucho, pero no demasiado para nuestro gusto. En nada, la felicidad desbocada que uno siente al ganar la Liga o la Copa ¨Cy en breve la Champions¨C se diluir¨¢ hasta convertirse en algo peque?ito, parecido a un lugar del que te alejas en coche, y en el que te lo has pasado bien; pero que despu¨¦s de algunos kil¨®metros, si miras por el retrovisor, se borra. Cuando uno deja atr¨¢s una temporada, despu¨¦s de ganar uno, o incluso varios torneos, esa satisfacci¨®n rebosante no tarda en ser poco m¨¢s que un punto min¨²sculo dentro de su cabeza, aunque de vez en cuando parpadee.
El f¨²tbol es sobre todo un durante. A veces resulta tan misterioso, que queda mejor definido en una preposici¨®n que en un adjetivo. Mientras se disputa, acaece el milagro delante de tus narices. Gozas, sufres, tienes miedo. El tiempo circundante se congela; s¨®lo se mueven esos 90 minutos. Y as¨ª una semana tras otra, hasta que de pronto no hay m¨¢s semanas de f¨²tbol, y ¨¦ste pasa de ser un durante a significar un despu¨¦s. Ya no se trata, para entonces, tanto de un deporte como de un relato. Despu¨¦s, el f¨²tbol es para contar; se escribe, se lee, se habla. Est¨¢ bien, pero¡ Finalizado el partido, cuando los jugadores intercambian saludos y confrontan felicidad y tristeza, y t¨² apagas la televisi¨®n, el tiempo deja de vibrar. No queda nada emocionante en pie, salvo un rastro de jugadas y el resultado, que son ya recuerdos, a los que s¨®lo se puede decir adi¨®s con una mano o un pa?uelo. A los que les apasiona el juego, saben que el f¨²tbol es menos excitante despu¨¦s, pese al triunfo, que durante.
Incluso un antes, cuando nada se ha dilucidado, es preferible a ese despu¨¦s en el que todo est¨¢ m¨¢s o menos ventilado y, si ha habido suerte, descansa en una vitrina de la sala de trofeos. Esperando toda la semana la hora del partido, en cambio, el aficionado aviva aspiraciones, sue?os, algo que aguardar. Siente que a¨²n no lo ha perdido todo, y que matem¨¢ticamente el milagro es posible. Vive para esos 90 minutos que est¨¢n por jugarse, a¨²n nuevecitos, de estreno. Va hacia el f¨²tbol, en lugar de alejarse de ¨¦l. La emoci¨®n va in crescendo. No digamos si el partido es ante un rival ac¨¦rrimo. Entonces es emoci¨®n doble, o triple, en el sentido de whisky doble, o triple.
Los momentos culminantes de la temporada nos sit¨²an sobre esa cima desde la que se divisa el instante m¨¢s emocionante del a?o, con el t¨ªtulo en juego, y a la vez el final de todo, cuando los estadios se quedan vac¨ªos, en un silencio que imita al de un armario por dentro y, en cierto sentido, los aficionados hu¨¦rfanos. Si me preguntan qu¨¦ es lo mejor de la final de Champions del s¨¢bado, dir¨ªa que estos pocos d¨ªas que faltan, y sobre todo, los 90 minutos de juego, durante el f¨²tbol. Despu¨¦s, todo ser¨¢ pasado, y un reguero de recuerdos.
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