El final del principio
Imagina uno la estupefacci¨®n de las autoridades eclesi¨¢sticas delante del espect¨¢culo pagano concebido en las puertas del Duomo. Hacen cola los vecinos y los turistas para tocar la Champions como si fuera el becerro de oro. Y custodia la copa, el t¨®tem, una c¨²pula con forma de bal¨®n que exagera m¨¢s todav¨ªa el contraste devocionario.
Hay militares provistos de armamento pesado. Reventas al acecho de las v¨ªctimas. Y un escenario de rockodromo donde Gaizka Mendieta amenaza con pinchar m¨²sica para amenizar las horas previas a la gran peregrinaci¨®n de San Siro. Un santo cuya saliva reviv¨ªa a los mirlos muertos y cuya memoria permanece vinculada no a una iglesia sino a un estadio que fue siempre propicio a la religi¨®n animista de Simeone.
Los aficionados interistas conservan un recuerdo hiperb¨®lico de sus proezas. Interpretan que el Cholo ha regresado a San Siro para ganar la Champions y convertirse en el hijo pr¨®digo. Antes o despu¨¦s, Simeone regresar¨¢ como entrenador de Inter, haci¨¦ndose pesar los argumentos sentimentales, la adhesi¨®n cultural al calcio.
El t¨ªtulo representa para Simeone y el Atleti el s¨ªmbolo de la transici¨®n a un nuevo campo y una nueva ¨¦poca
Es un relato plausible, pero cualquier hip¨®tesis de traslado se observa a¨²n prematura. Especialmente si Diego Simeone conquista la Champions y la trae hasta Madrid como argumento sagrado de transici¨®n del Manzanares a la Peineta.
El trauma que implica marcharse del templo, desarraigar los sentimientos y las costumbres, convertirse en equipo visitante aun jugando en casa, puede sobrellevarse con m¨¢s entusiasmo si la Copa de Europa adquiere un valor tot¨¦mico en las manos de Simeone. Y si el trofeo de San Siro se convierte en s¨ªmbolo de una edad inaugural.
Ha construido Simeone el gran relato. Ha devuelto al Atleti su memoria de equipo ganador. Ha logrado espantar el fantasma de Schwarzenbeck. Que se parec¨ªa al de Canterville en esa melancol¨ªa tan ensimismada del Pupas. Ha obrado un cambio de mentalidad. En los jugadores, en los aficionados. Y ha terminado por convertir el Atl¨¦tico en una prolongaci¨®n personal, no s¨®lo por las cuestiones balomp¨¦dicas -rigor t¨¢ctico, presi¨®n, juego colectivo-, sino por todas las razones extrafutbol¨ªsticas que permiten al equipo haber opuesto al desgarro de Lisboa el remedio de una final id¨¦ntica.
Es un terreno abstracto el de la psicolog¨ªa, el de la tensi¨®n, el de la magia, el de la superstici¨®n, pero se antoja indisociable de esta religi¨®n cholista en que se ha convertido el Atleti, m¨¢s o menos como si Calder¨®n no fuera tanto el apellido de un presidente ilustre como la hip¨¦rbole de un caldero m¨¢gico.
Simeone es el Atl¨¦tico de Madrid. Y viceversa. Una relaci¨®n de dependencia virtuosa y tambi¨¦n peligrosa, toda vez que los aficionados rojiblancos perder¨ªamos la gu¨ªa y el camino cuando el mister decida marcharse. Para evitarlo, no existe mejor argumento que traer la Champions a Madrid. Y arraigar el t¨ªtulo como el final del principio.
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