Cuando la ley choca con la sensatez
El culto a la personalidad, el ansia por demostrar poder y la estupidez crean situaciones absurdas
Varios incidentes ocurridos ayer en la primera ronda de la Olimpiada de Ajedrez en Bak¨² me recordaron mis discusiones con ciudadanos alemanes o suizos cuando me reprend¨ªan por cruzar, como peat¨®n, un sem¨¢foro en rojo a la una de la madrugada. ¡°Esa luz sirve para que los coches no me pillen. Pero si no hay coche alguno en 200 metros a izquierda o derecha, quedarse como un idiota esperando a que se ponga verde no tiene sentido alguno¡±, argumentaba yo. No lo entend¨ªan: ¡°La ley es la ley¡±, era todo su discurso.
Los primeros d¨ªas de una Olimpiada siempre son intensos porque tus emociones se disparan cuando saludas, besas o abrazas a tanta gente de tantos pa¨ªses que s¨®lo puedes ver una vez cada dos a?os porque no forman parte del circo ambulante del ajedrez profesional ni ¨Cen relaci¨®n a otra de mis facetas profesionales- pertenecen al ¨¢mbito internacional del ajedrez educativo. En consecuencia fui a instalarme en la sala de prensa con hora y media de antelaci¨®n, para saludar a cuantos fuera posible antes de concentrarme en mi trabajo.
Pero dos imprevistos chafaron mi plan, uno por el culto a la personalidad del presidente de Azerbaiy¨¢n, Ilham Al¨ªev, y el otro por mala suerte. Tuve que bajarme del taxi a casi dos kil¨®metros de la sede: medidas de seguridad porque Al¨ªev iba a realizar el saque de honor hora y media despu¨¦s. Y cuando pasaba el control de metales, un voluntario me advirti¨® de que se me hab¨ªa roto el pantal¨®n por la parte posterior del muslo izquierdo. Dilema: que 2.500 personas admirasen mis preciosos calzoncillos azules mientras paseaba por la sala y sacaba fotos; o volver al hotel sin garant¨ªa de llegar a tiempo. Mi sentido de la verg¨¹enza y la responsabilidad de no dar una mala imagen de mi peri¨®dico me inclinaron por lo segundo.
El culto a la personalidad volvi¨® a perjudicarme; esta vez en forma de atasco monumental y gran rodeo, atravesando el coraz¨®n de la ciudad, porque la avenida que lleva al Cristal Hall (polideportivo donde se juega la Olimpiada) estaba desierta, bloqueada a la espera del paso del excelent¨ªsimo. Llegu¨¦ de nuevo al control de metales a las 15.05 (las partidas deben empezar a las 15.00), y despu¨¦s de pasarlo me esperaba otra gran sorpresa. Unos 30 periodistas de los cinco continentes llevaban m¨¢s de media hora esperando a que les diesen paso a la sala de juego; entre ellos, todos mis colegas de gran prestigio aqu¨ª presentes.
Apenas me dio tiempo a comprobar lo caldeados que estaban sus ¨¢nimos cuando se abre la puerta y aparece Geoffrey Borg, consejero delegado de la FIDE, quien s¨®lo acierta a decir que no podemos entrar hasta que se vaya el susodicho presidente, por orden de sus encargados de su seguridad. La furia de los congregados se tradujo en ep¨ªtetos como ¡°inaceptable (en ingl¨¦s suena mucho m¨¢s duro que en espa?ol)¡±, ¡°verg¨¹enza¡±, ¡°incompetencia¡± y otros similares.
La situaci¨®n carec¨ªa de l¨®gica alguna. El presidente Al¨ªev hab¨ªa acudido al saque de honor precisamente para que la prensa internacional le sacase esa foto, tras gastarse varios millones de euros de dinero p¨²blico en la organizaci¨®n de la Olimpiada. Todos los periodistas all¨ª arracimados tuvimos que pedir una acreditaci¨®n hace dos meses, y nos la dieron tras demostrar quienes somos; acab¨¢bamos de pasar un control de seguridad y metales; y no ten¨ªamos inconveniente en que nos registrasen otra vez si lo estimasen necesario. Pero alguna mente preclara decidi¨® que s¨®lo pod¨ªan hacer esa foto algunos reporteros gr¨¢ficos muy cercanos al Gobierno (ni siquiera los cinco que tiene contratados el Comit¨¦ Organizador para el servicio de prensa; entre ellos, el espa?ol David Llada). M¨¢s a¨²n, media hora antes de la llegada del presidente decidieron que todos los que estaban dentro pod¨ªan quedarse, y todos los que estaban fuera no pod¨ªan entrar, a pesar de que entre quienes estaban dentro hab¨ªa gente mucho menos cualificada y vigilada que nosotros (por ejemplo, acompa?antes de jugadores).
Cuando por fin tuvieron a bien franquearnos el paso, los fot¨®grafos ya no ten¨ªan tiempo para hacer bien su trabajo (est¨¢ prohibido hacer fotos despu¨¦s de los primeros 15 minutos de juego, en una sala inmensa, como un campo de f¨²tbol. Borg se acerc¨® luego a m¨ª en la sala de prensa para explicar que no pod¨ªa hacer nada ante la rudeza de los responsables de la seguridad. Le suger¨ª que tomase buena nota para la Olimpiada de Batumi 2018, porque en Georgia las costumbres en lo que respecta a su presidente no suelen ser muy distintas. Por otro lado, ser¨ªa muy conveniente que a los responsables de la seguridad en general ¨Cen cualquier pa¨ªs del mundo- se les exija cierto nivel de inteligencia; de ese modo, se evitar¨ªan situaciones como las ya relatadas, y esta otra: varias horas m¨¢s tarde, uno de esos individuos con poco seso ech¨® de la sala a la directora adjunta de la Olimpiada, Joanna Golas, a pesar de que llevaba su acreditaci¨®n encima.
Pocos despu¨¦s me encontr¨¦ con otra historia triste, fruto de las normas aplicadas en contra del sentido com¨²n. Un ¨¢rbitro hab¨ªa decidido que Hait¨ª perdiese por 4-0 ante Uruguay porque los haitianos hab¨ªan llegado despu¨¦s de los 15 minutos reglamentarios (debido al citado atasco de tr¨¢fico que hab¨ªa causado el ¨ªnclito presidente) y adem¨¢s sin la cartulina verde que distingue a los jugadores titulares ese d¨ªa de los suplentes. Los uruguayos pidieron que las partidas se jugasen de todas formas porque no quer¨ªan ganar por incomparecencia. De hecho, uno de ellos, Ernesto Rodi, comenz¨® su partida con el ¨²nico haitiano que portaba el distintivo verde, Luxama Muller, pero el ¨¢rbitro se mostr¨® inflexible.
La controvertida regla de la ¡°tolerancia cero¡± (no se pod¨ªa llegar ni un segundo tarde), que ahora se ha ampliado a 15 minutos, tiene pleno sentido en el ajedrez profesional, porque es muy importante que los reporteros gr¨¢ficos puedan hacer bien su trabajo con el fin de satisfacer a los patrocinadores; yo incluso obligar¨ªa a los jugadores de ¨¦lite a estar en la mesa diez minutos antes de la partida. Pero carece de sentido alguno aplicar esa regla estrictamente a aficionados que rara vez juegan torneos internacionales, como los haitianos, para quienes la Olimpiada es un gran est¨ªmulo, que les llena de ilusi¨®n. Y ya es el colmo de los colmos que se aplique en contra de la voluntad del equipo rival.
No tard¨¦ mucho en enterarme del asunto que me iba a ocupar durante las pr¨®ximas horas porque lo eleg¨ª como mi historia del d¨ªa, la nueva regla anti trampas: todo jugador que quiera ir al ba?o debe notificarlo antes al ¨¢rbitro. Como explico en el reportaje que publiqu¨¦ ayer, no fueron pocos los ¨¢rbitros que vieron en ella su oportunidad para un d¨ªa de gloria y poder, interpretando ¡°notificar¡± por pedir permiso. Pero hoy me he enterado de que, en contra de las ¨®rdenes recibidas del director del torneo, una ¨¢rbitro pregunt¨® a un capit¨¢n por qu¨¦ una de sus jugadoras (no doy nombres porque estoy casi seguro de que hubo varios casos similares, y no quiero ser injusto) hab¨ªa ido cinco veces al ba?o durante la partida. El capit¨¢n respondi¨® que no suele tener ese tipo de di¨¢logos con sus jugadoras, y por tanto no sab¨ªa si pod¨ªa tratarse de una infecci¨®n urinaria, una diarrea, tal vez la menstruaci¨®n¡ Cuando las partidas terminaron, el capit¨¢n relat¨® lo sucedido a la jugadora en cuesti¨®n, y se llev¨® otra sorpresa: ¡°No he ido al ba?o en toda la partida, sino a mirar las partidas de los equipos importantes, porque mi rival tardaba mucho en jugar y me aburr¨ªa¡±.
Si esa ¨¢rbitro se encontrase un sem¨¢foro en rojo a la una de la madrugada en Suiza o Alemania, sin coches a 200 metros a derecha o izquierda, se quedar¨ªa parada, hasta que se pusiera en verde. Porque la ley es la ley, y si no lo es ya se encargar¨¢ ella de que lo sea.
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