Cien goles, cien
Messi es un demente, un can¨ªbal, un depredador, un marciano¡ Cuesta tanto definirle con certeza que yo empiezo a creer que Leo es, en realidad, populismo.
Con 18 a?os y el dorsal 30 a la espalda marc¨® Leo Messi su primer gol en competiciones internacionales con la camiseta del Bar?a. Lo cierto es que no recuerdo gran cosa de aquel partido, apenas que el rival vest¨ªa de blanco y que el argentino lo celebr¨® andando, como si fuese el ¨²nico consciente de que la fiesta no hab¨ªa hecho m¨¢s que comenzar y mejor tomarse la primera copa sin prisas, con mucho hielo, el correspondiente posavasos y pajita. Ayer, en Glasgow, celebr¨® el n¨²mero cien de manera similar, sin romperse la camisa ni acelerar el paso, reposado, una clara advertencia de que todav¨ªa queda mucha juerga por delante.
Cien goles, cien, que han dejado por el camino a todo tipo de rivales: guapos y feos, altos y bajos, lentos y r¨¢pidos, moros y cristianos. Su justicia no conoce la piedad, ¨²nica raz¨®n por la que, sospechamos, se trata de un ser humano y no de un dios, una especie de John Rambo pequerrecho que ejecuta de igual modo al aguerrido defensa de colmillos afilados que al angelical portero de los brackets y el traje de primera comuni¨®n. Un demente, un can¨ªbal, un depredador, un marciano¡ Cuesta tanto definir a Messi con certeza que yo empiezo a creer que Leo es, en realidad, populismo.
Si alguien me pusiese en el brete de elegir cu¨¢l ha sido el mejor de sus goles en la escena internacional no sabr¨ªa qu¨¦ decir, debe ser algo parecido a escoger entre varios hijos. Hace unos d¨ªas, en pleno apogeo et¨ªlico de una fiesta de la cerveza, un conocido se me acerc¨® con ganas de desahogarse y entre trago y trago me hizo una reveladora confesi¨®n: ¡°Ah¨ª tienes a mis hijos¡±, dijo. ¡°El mayor es un delincuente y el peque?o es parvo perdido pero son mis hijos, no puedo decir que quiero a uno m¨¢s que al otro aunque lo piense¡±. Lo mismo me sucede a m¨ª con los goles de Leo: imposible decantarme por los m¨¢s bellos, los m¨¢s sucios o, simplemente, los m¨¢s h¨²medos¡ Aunque lo piense.
Todos lo recordamos recorriendo en zigzag el Bernab¨¦u para terminar obligando a Casillas a mostrar una de sus mejores cualidades: echar la culpa a los compa?eros. En Roma vol¨® para conectar un cabezazo al palo contrario que Van der Sar no pudo m¨¢s que acompa?ar de la mano, como un padre que lleva a su hija al altar, y luego lo vimos correr con una bota en la mano como si estuviese telefoneando a su abuela, pendiente de ¨¦l en el m¨¢s all¨¢. En Wembley , m¨¢s prosaico, enchuf¨® un zambombazo desde la frontal del ¨¢rea y como si todav¨ªa necesitase patear m¨¢s cosas, la emprendi¨® a golpes con la publicidad est¨¢tica mientras Dani Alves lo abrazaba y se garantizaba un puesto en la foto. A Estudiantes de La Plata, quiz¨¢s por aquello de los or¨ªgenes, lo apu?al¨® con el coraz¨®n. En definitiva: cien goles y la certeza de que lo mejor est¨¢ todav¨ªa por llegar. ?Qu¨¦ prisa hay?
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