?Qu¨¦ Atl¨¦tico?
Es dif¨ªcil ser el mismo equipo todo el tiempo. Pero ser muchos resulta peligros¨ªsimo. Pierdes la referencia. Por eso el Atl¨¦tico solo va cuarto en la Liga. Ya nunca sabes cu¨¢l de ellos juega hoy. Es un suspense inc¨®modo. En casos de riesgo, siempre ayuda conocer el camino para volver a ser solo t¨² mismo, y atrincherarte. Pero si has estado demasiado tiempo siendo otros, te desorientas. Es como mentir: mientes un d¨ªa, y para justificar esa ficci¨®n incurres en otra mentira, y una m¨¢s, y as¨ª hasta que olvidas qu¨¦ es verdad y qu¨¦ no.
Frente al Bar?a qued¨® retratado el desconcierto. El Atl¨¦tico ven¨ªa de empatar espantosamente contra el Alav¨¦s. No s¨¦ c¨®mo, pero ese estropicio casi invitaba a la ilusi¨®n. Se hab¨ªa tocado fondo, as¨ª que ahora se subir¨ªa, ?no? El razonamiento evocaba ciertas leyes de la f¨ªsica. Aunque de repente descubr¨ªas que el Bar?a ten¨ªa a Messi, especialista en crear leyes propias, y la fe en la victoria se mezclaba con la creencia de que todo ir¨ªa mal. Nadie sab¨ªa qu¨¦ pensar. Acab¨® la primera parte y se constat¨® el horror. El Atl¨¦tico parec¨ªa un Lego irreconstruible, incluso para un ni?o de ocho a?os. Yo mismo escrib¨ª desde el Calder¨®n un whatsapp a mi psiquiatra notific¨¢ndole que hab¨ªamos muerto en la primera mitad y no hab¨ªa supervivientes. De paso le ped¨ª que me hiciese un hueco a final de semana, porque no me encontraba bien. Entonces arranc¨® la segunda parte y el Atl¨¦tico empez¨® a echar humo blanco y a sonar de maravilla. El equipo hab¨ªa encontrado el camino hacia s¨ª mismo. Nos pusimos a pensar que la eliminatoria estaba abierta, y que este martes todo puede pasar. Anul¨¦ la cita con el psiquiatra. Oficialmente est¨¢bamos locos y no sab¨ªamos qui¨¦nes ¨¦ramos, como en aquella versi¨®n de Caperucita roja que escribieron Mars¨¦ y V¨¢zquez Montalb¨¢n, cuando la ni?a y el lobo se dispon¨ªan a tener relaciones sexuales, y un vecino llamaba al 091 y lo fastidiaba todo. Los autores acabaron ante un juez, sin saber qu¨¦ decir cuando les pregunt¨® qui¨¦n de los dos era Caperucita y qui¨¦n el lobo.
En instantes de confusi¨®n, ser el de siempre representa una aspiraci¨®n imperecedera. ?Qui¨¦n no quiere, cuando el tiempo y los cambios lo vapulean, volver atr¨¢s y que todo sea como antes? El Atl¨¦tico atraviesa esa fase. Busca desesperadamente el camino original, porque desde ah¨ª sabr¨¢ llegar a alg¨²n lugar. Sin embargo, tambi¨¦n es consciente de que esa identidad primigenia es la que, en los tres ¨²ltimos a?os, lo dej¨® al borde de la gloria total. Por eso emprendi¨® la b¨²squeda de una f¨®rmula con la que recorrer el ¨²ltimo trayecto y quiz¨¢ al fin ganar los grandes t¨ªtulos. Y se perdi¨®. Es el encanto del f¨²tbol. La identidad se forja cada poco. No se puede ser un equipo para siempre. Pruebas, experimentas, fracasas, empiezas otra vez. En plena b¨²squeda, el Atl¨¦tico recuerda a Harold Brodkey, un escritor que disfrutaba improvisando, y que un d¨ªa resolvi¨® embarcarse en una novela polic¨ªaca. Despu¨¦s de escribir seiscientas p¨¢ginas tuvo que abandonarla porque a esas alturas a¨²n no hab¨ªa muerto ning¨²n personaje.
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