El genio Capablanca, 75 a?os despu¨¦s
El inmortal cubano (1888-1942) es uno de los ajedrecistas m¨¢s venerados en 15 siglos de historia
Muy elegante y cort¨¦s, atractivo, de educaci¨®n exquisita, maneras refinadas y amplia cultura; la ant¨ªtesis de la imagen t¨®pica de un gran maestro del ajedrez. As¨ª era Jos¨¦ Ra¨²l Capablanca y Graupera, un genio con may¨²sculas, cuyo coraz¨®n se par¨® el 8 de marzo de 1942, a los 54 a?os. Pero sus obras de arte en forma de partidas son inmortales. Adem¨¢s, la biograf¨ªa del m¨ªtico cubano sirve de percha para debatir asuntos que hoy siguen siendo pol¨¦micos.
¡°Por favor, ay¨²denme a quitarme el abrigo. Tengo una jaqueca insoportable¡±, fueron las ¨²ltimas palabras de Capablanca poco antes de caer fulminado, en el Manhattan Chess Club de Nueva York, adonde acud¨ªa con gran frecuencia por las tardes. La hipertensi¨®n lo mat¨® -en la sala de urgencias del hospital Monte Sina¨ª le midieron pocos minutos despu¨¦s 280/140, una barbaridad que le causar¨ªa la muerte incluso con los adelantos de hoy- y sin duda acort¨® mucho su carrera e impidi¨® que su brillant¨ªsimo palmar¨¦s fuera a¨²n m¨¢s cegador; 75 a?os despu¨¦s, esa dolencia ni siquiera tiene por qu¨¦ acortar la vida si se trata y controla adecuadamente, pero entonces se sab¨ªa mucho menos sobre ella.
Los relatos que he le¨ªdo de aquella tragedia no incluyen una descripci¨®n del abrigo, pero puede asegurarse que no se parec¨ªa en nada a las prendas ra¨ªdas o descuidadas tan frecuentes en los guardarropas de un club o un torneo. Hay poco riesgo de equivocarse si uno imagina un lustroso abrigo gris marengo de fino pa?o de lana, exquisito corte ingl¨¦s y botones cruzados. Y ese gran contraste tiene una explicaci¨®n de l¨®gica total: una gran parte de los ajedrecistas de competici¨®n viven absortos en su mundo, pensando en la partida que acaban de jugar, en la que disputar¨¢n ma?ana o en una muy interesante que reci¨¦n vieron; cuidar mucho los detalles de su vestimenta o su imagen en general no encaja bien con esa devoci¨®n.
?C¨®mo se explica entonces que Capablanca fuese un gal¨¢n de pel¨ªcula y al mismo tiempo uno de los mejores ajedrecistas en 1.500 a?os de historia documentada? Porque a partir de su salto a la fama en el torneo de San Sebasti¨¢n 1911, que gan¨® contra pron¨®stico y con gran brillantez, dedic¨® mucho menos tiempo a su entrenamiento que sus rivales m¨¢s duros de entonces, y much¨ªsimo menos que las estrellas actuales del deporte mental. Muy adelantado a su tiempo, el cubano cincel¨® una aureola de casi invencible porque su profunda comprensi¨®n de la estrategia era muy superior a lo que se sab¨ªa hasta entonces. Sus mejores partidas son un paradigma de la sencillez de los genios: logra que el aficionado crea, durante un rato, que lo muy dif¨ªcil es, en realidad, f¨¢cil. Diversos relatos coinciden en escenas similares a otras que Anatoli K¨¢rpov protagoniz¨® 60 a?os m¨¢s tarde: Capablanca se acerca a una mesa donde varios maestros de post¨ªn llevan un buen rato analizando una posici¨®n compleja; menos de un minuto despu¨¦s, emite su certero diagn¨®stico, parecido a este: ¡°Para ganar, hay que cambiar las damas, poner la torre en g6 y el rey en e7, y todo se derrumba¡±.
Gari Kasp¨¢rov lo explica muy bien en el primer tomo de su obra monumental Mis Geniales Predecesores (Ediciones Mer¨¢n, 2003): ¡°En general, el apogeo de Capablanca fue, en mi opini¨®n, en el periodo anterior a su conquista del campeonato [del Mundo, en 1921]. Fue entonces cuando jug¨® el ajedrez m¨¢s fresco e interesante, y cuando demostr¨® su colosal superioridad sobre sus contempor¨¢neos. Por esa raz¨®n surgi¨® precisamente el mito de su invencibilidad. Nadie pod¨ªa ver las peque?as -y, a veces, no tan peque?as- lagunas de su estilo ultrapuro. Pero esos errores no eran accidentales, y en el encuentro con Alekhine [quien le derrot¨® en 1927] pasaron a ser tr¨¢gicos, puesto que echaban por tierra los frutos del enorme trabajo precedente. Capa fue cayendo por culpa de su proverbial pereza, y una cierta negligencia en su juego. Si ten¨ªa ¨¦xito, ?para qu¨¦ esforzarse m¨¢s?¡±.
En efecto, no pocos expertos est¨¢n convencidos de que Capablanca hubiese ganado a Alekhine (mejor transcrito como Aliojin) de haberse preparado a conciencia como hizo el ruso, nacionalizado franc¨¦s. El cubano sigui¨® brillando despu¨¦s, y porfi¨® en pedir la revancha, que Aliojin nunca le dio. Ambos est¨¢n en la lista de inmortales del ajedrez, pero ese segundo duelo que nunca existi¨® es una de las grandes frustraciones hist¨®ricas para los aficionados.
El lector poco versado que haya llegado hasta aqu¨ª deducir¨¢, con l¨®gica aplastante, que Capablanca era un genio de nacimiento, superdotado para el ajedrez, que no necesitaba entrenarse para deslumbrar con su sabidur¨ªa natural; ser¨ªa, por tanto, un argumento de peso para quienes piensan que los genios nacen, no se hacen. Pero eso es dif¨ªcil de creer -incluso hace cien a?os, ser una estrella del ajedrez sin dar un palo al agua rozaba lo imposible-, y de hecho queda muy cuestionado cuando uno lee otra obra monumental -Jos¨¦ Ra¨²l Capablanca, a Chess Biography, de Miguel ?ngel S¨¢nchez, McFarland 2015, lo m¨¢s completo que se ha escrito sobre el campe¨®n cubano junto a Capablanca, de Edward Winter, McFarland 1989-, donde un destacado jugador, escritor y organizador de aquella ¨¦poca, Jacques Mieses, dice: ¡°Capablanca dedic¨® pr¨¢cticamente todo su tiempo al ajedrez desde el cuarto al vig¨¦simo segundo a?o de su vida; en ese periodo, 18 a?os cuentan el doble o el triple¡±.
Esas frases, publicadas en el diario alem¨¢n Berliner Tageblatt tras el resonante triunfo del cubano en San Sebasti¨¢n 1911, lo cambian todo. Como en el caso del actual campe¨®n del mundo, Magnus Carlsen, todo indica que los genes de Capablanca eran especialmente apropiados para brillar en el ajedrez. Pero, ante la evidencia de que el ajedrez fue un elemento muy importante en la infancia de ambos (en el caso de Carlsen, a partir de los ocho a?os), es imposible saber si ambos genios nacieron o se hicieron, si el trabajo intenso pes¨® m¨¢s o menos que los genes.
Por tanto, buena parte de los ep¨ªtetos dedicados a Capablanca -El Mozart del ajedrez, La M¨¢quina de Ajedrez, El Invencible- se deb¨ªan en gran parte a un trabajo concienzudo y muy adelantado a su ¨¦poca, durante 18 a?os. Su dominio era tal que ¨¦l mismo y otros astros del tablero dijeron entonces que el ajedrez estaba ya cerca de agotarse, de llegar a ese punto en el que casi todas las partidas entre jugadores de ¨¦lite terminar¨¢n en tablas; por eso, Capablanca propuso que el tablero se agrandase (8x10, en lugar de 8x8) en un agudo debate, que se ha recrudecido cien a?os m¨¢s tarde. Entonces surgi¨® la escuela hipermoderna -en lugar de ocupar el centro con peones, se puede presionar con piezas desde los flancos- y apag¨® el debate; hace unos a?os surgi¨® la Revoluci¨®n Carlsen -lo importante no es lograr ventaja en la apertura, sino sacar al rival de territorios conocidos, para que no juegue de memoria- y mitig¨® un poco el fuego, pero el conservadurismo de la Federaci¨®n Internacional, que no castiga ni previene los empates cortos, y la aversi¨®n al riesgo de numerosos jugadores de ¨¦lite han vuelto a avivarlo.
Por fortuna para Capablanca y para el ajedrez, el grave obst¨¢culo de su hipertensi¨®n fue compensado por un entorno favorable, no tanto en su familia, que hubiera preferido que el joven Jos¨¦ Ra¨²l se dedicase a actividades m¨¢s serias, como en su pa¨ªs. Contrariamente a lo que vivi¨® Carlsen en Noruega, el ajedrez era popular y relativamente prestigioso en La Habana durante su infancia, lo que contribuy¨® a que el Gobierno le apoyase de diversas maneras; por ejemplo, con misiones y pasaportes diplom¨¢ticos. En realidad, Capablanca no fue un jugador profesional en sentido estricto, pero precisamente el hecho de no tener que ganar una partida hoy para poder comer ma?ana le permiti¨® brillar m¨¢s. El presidente Fulgencio Batista orden¨® que su f¨¦retro fuera velado en el Congreso de La Habana como Coronel Ca¨ªdo en Campa?a, el m¨¢ximo honor p¨®stumo en aquel momento, y condecorado al nivel m¨¢s alto, con la Orden Carlos Manuel de C¨¦spedes.
Adem¨¢s de la casi un¨¢nime explicaci¨®n de por qu¨¦ perdi¨® el t¨ªtulo ante Aliojin, varios testimonios coinciden en la laxitud con que Capablanca viv¨ªa la que supuestamente era su principal actividad. Al menos dos testigos aseguran, aunque con algunas diferencias en los detalles, que el grosero error cometido por el cubano en la novena jugada frente a Saemisch del torneo de Carlsbad 1929 se debi¨® a que su esposa viaj¨® sin avisar a esa ciudad checa y se present¨® en la sala de juego cuando Capablanca hablaba con su amante, mientras esperaba la jugada de su adversario. Dado lo mala que fue esa jugada, y lo bueno que era Capablanca, tal explicaci¨®n es una de las pocas que encajan como un guante.
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