Nimes, entre Chiquetete y Froome

A un lado, en una de las brasseries junto a la explanada Charles de Gaulle, suena el falsete oto?al de Chiquetete, mientras los camareros ali?an el Ricard y los turistas reclaman el generoso caf¨¦. Al otro lado, en la helader¨ªa-ensalader¨ªa, (si se acepta el palabro como traducci¨®n de saladerie), se escuchan los ruidosos acordes de la charanga Kalimucho entonando lo mismo una canci¨®n del carnaval brasile?o que Paquito el Chocolatero, mientras el caf¨¦ y el Ricard crecen como el calor h¨²medo y el cielo inquieto. Al fondo, m¨¢s lejos del anfiteatro, el lugar de culto, otra charanga desgrana uno a uno los pasodobles taurinos. Se instalan en una peque?a plaza semicircular y agotan el repertorio con el ¨ªmpetu del convencimiento. Solo faltaba la tuna, m¨¢s oto?al que Chiquetete. Y estaba all¨ª, en una esquina de otra brasserie, sentados, gin tonic en mano (los de la guitarra, no) versionando el cancionero tunero con la iron¨ªa de la ocasi¨®n. J¨®venes, maduros, muy maduros. Felices. Es Nimes, la ciudad m¨¢s espa?ola de Francia, m¨¢s cl¨¢sica, m¨¢s calurosa, con ese calor h¨²medo que deja el cercano Mediterr¨¢neo. Y el ej¨¦rcito patrullando la ciudad, m¨¢s a¨²n tras los atentados en Cataluya, fusil en mano junto a la polic¨ªa francesa.

Nimes o el caos organizado. Nimes invadida no por ciclistas, que son tan solo 198 y no se notan en el medio ambiente, sino por vallas, camiones, hinchables, y vallas, y m¨¢s vallas. Y la circulaci¨®n que no solo afecta a los coches sino a los peatones que ponen a prueba su paciencia -que a veces pierden la paciencia con los humildes voluntarios-, mientras Chiquetete, erre que erre, y el centro de la ciudad se puebla de banderas espa?olas. Y suena ¡°Despacito¡±, pero eso ya no es noticia, ni tiene que ver con la gen¨¦tica social espa?ola de esta ciudad, tan taurina, tan feriante, experta en agricultura y co?ac, algo as¨ª como el alfa y el omega de la cadena alimentaria.

Pero, s¨ª, est¨¢n los ciclistas, que no solo se pusieron a prueba durante el mediod¨ªa, conociendo y entrenando el circuito, sino examinaron al p¨²blico con el laberinto de vallas que convierten tres metros en 150 hasta encontrar un paso libre. Pero prevalec¨ªa la calma, aunque Chiquetete, erre que erre, porque cuando no hay un ma?ana siempre queda el ayer hasta que David de la Cruz se cay¨® en un curveo de esos que abundan en los circuitos urbanos. Y se cayeron Dombrowski y Canthy en un t¨²nel, por la presencia de espectadores dentro de las vallas, y hasta que, luego, un ciclista del Cannondale se choc¨® con un fot¨®grafo inaugurando el parte de lesiones leves de la Vuelta. Y Froome chillaba pidiendo paso libre. Y la gente buscaba un paso libre. Es Nimes, la ciudad de Nime?o II, el torero atormentado hasta la muerte, y, un poco, de Jos¨¦ Tom¨¢s, donde Froome espera empezar a ganar la Vuelta. Donde nadie quer¨ªa empezar a perderla, que es para lo que sirven los circuitos urbanos de contrarreloj: para dar emoci¨®n y pasar el trago. Y abrir la ventanilla o el muro de las lamentaciones. O cerrarlo. Y Chiquetete erre que erre.