Contador embiste, Froome resiste y Nibali desiste
El colombiano Miguel ?ngel L¨®pez se adjudica la etapa, su segundo triunfo en la Vuelta, tras una ascensi¨®n impecable en Sierra Nevada
Miguel ?ngel L¨®pez sube como algunos bajan: sin miedo, deprisa, deprisa, desafiando las pendientes y la ley de la gravedad, sin mirar atr¨¢s, esprintando metro a metro, kil¨®metro a kil¨®metro. Sube los puertos como si fuera a comprar el pan con prisa antes del desayuno. Lo suyo no es atacar, lo suyo es huir como si una mofeta se hubiera incrustado en el pelot¨®n. Es el aut¨¦ntico rey de la monta?a, la flecha celeste que mira al cielo como si estuviese ah¨ª al lado, a vista de p¨¢jaro y a vista de hombre aunque queden 5,7 kil¨®metros para llegar, enga?ada la vista entre curvas y paisajes confusos de Sierra Nevada. O sea, una eternidad.
Y ayer la arm¨® otra vez, ganando la segunda etapa m¨¢s importante de la Vuelta (tras su triunfo en Calar Alto, Almer¨ªa) abortando la carrera de los jefes, la explosi¨®n de Contador, al que no le bast¨® la p¨®lvora del cohete para llegar al cielo; el intento de Nibali, uno solo, una sola flecha, una leve dentellada. Lo intent¨®, lo caz¨® el Sky, pausado, pausado, cerr¨® el sobre hacia el futuro y lo guard¨® en un caj¨®n.
La guerra la hab¨ªa empezado Contador en el Alto del Purche, el pen¨²ltimo de la jornada. Hab¨ªa escapada sin futuro y Contador decidi¨® hacerse un Fuente D¨¦ oto?al, sin las mismas piernas, sin la misma fe, con la misma ilusi¨®n. Y se fue en busca del infinito. Quedaba la subida final, una eternidad, pero si hay algo a lo que no teme el pinte?o es al fracaso. Menos ahora, cuando el agradecimiento popular supera con creces a la c¨¢bala de la carrera. Era el d¨ªa para intentar la irreverencia. Mejor, imposible, debi¨® de pensar, como Jack Nicholson en su pel¨ªcula. Es el d¨ªa se?alado. Ganar o perder no es lo importante. Sentir es lo importante. Y Contador se volvi¨® a sentir importante sin importarle el tama?o de la importancia. Como a las famosas patatas de la hambruna, ahora en los men¨²s m¨¢s exigentes.
Nibali, obligado
La arm¨® otra vez, aunque en esta ocasi¨®n, los gourmets pasaron del entrante para ir directamente al plato principal. Circulaba Adam Yates por delante, resistente de la escapada de 10 que rompi¨® la carrera levemente como quien varea los olivos de Ja¨¦n. Adam Yates es un ciclista de posibles, lejos en la general, lo que le daba un salvoconducto para la victoria. Pero el aduanero era Miguel ?ngel L¨®pez, estricto como el que m¨¢s o un poco m¨¢s, y le rompi¨® el pasaporte a la victoria a menos de cuatro kil¨®metros para la meta.
L¨®pez viajaba en el grupo insolente de Contador junto a Bardet y Van Garderen que cayeron si necesidad de varear el olivo. Por detr¨¢s, Nibali se sinti¨® en la obligaci¨®n de atacar, de intentar un imposible, y por unos minutos rod¨® por delante de Froome, bien protegido, como siempre por Mikel Nieve y Poels, hombres fuertes, hombres tranquilos, que no se inquietan por nada ni con nadie. Lo cazaron y el squalo se fue a la pecera del grupo de los elegidos asumiendo que ese mar no era el suyo, que la vida de los otros no era la suya, que no era su d¨ªa y mejor no perder que no ganar. Se acod¨® al costado del Sky y llegar fue suficiente.
Y Froome, imperturbable, fue merendando vestigios de las escapadas, hasta masticar a Contador, que no pudo seguir entre las muelas de Froome y acab¨® cediendo 40 segundos ante el brit¨¢nico en la meta. Como si fuera escuchando a Ismael Serrano, Contador sigue la m¨¢xima de La extra?a pareja, la canci¨®n del cantante madrile?o, cuando dice que ¡°quiz¨¢s podamos escoger nuestra derrota¡±. ?l ya ha escogido la suya: la osad¨ªa, por bandera y que salga el sol por... donde quiera.
Froome, o sea Froome y Poels y Nieve, el triunvirato, abortaron todos los embarazos de la carrera para que todo volviera al momento original. Incluso volvi¨® a agrandar su ventaja con Nibali, y Contador cedi¨® en los ¨²ltimos metros como en la vida de los h¨¦roes derrotados. Solo se le escap¨® Miguel ?ngel L¨®pez, el que sube como otros bajan, y al final el ruso Zakarin. Pero ninguno le preocupa. Ninguno le afecta. Sus guerras no son su guerra. Su ¨¦xito no es su ¨¦xito. Ni su fracaso.
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