Froome se corona en Roma como el primer brit¨¢nico que gana el Giro de Italia
El l¨ªder del Sky se une de manera provisional a Anquetil, Merckx, Gimondi, Hinault, Contador y Nibali en el club de ganadores de las tres grandes, Giro, Tour y Vuelta
Anquetil, Gimondi, Merckx, Hinault, Contador, Nibali.
Si hace unos a?os alguno afirma p¨²blicamente que el siguiente en entrar en esa lista ser¨ªa Chris Froome, todo el mundo le mirar¨ªa raro, como se mira con temor a alguien que se cree que no est¨¢ en sus cabales. O pensar¨ªan que la degeneraci¨®n del ciclismo no ten¨ªa l¨ªmites. Y nadie puede ahora decir lo contrario.
Nadie vio venir a Froome. Hace siete a?os, en 2011, ya hab¨ªa cumplido los 26 y solo era un ex¨®tico rubito, un chaval delgadito con mofletillos, que hab¨ªa nacido en Kenia y quedaba bien para escribir perfiles de bichos raros en el pelot¨®n. No hab¨ªa corrido a¨²n la Vuelta en la que se revel¨®, y que se analiz¨® como una de las sorpresas habituales de la ronda espa?ola, especialista en dar gloria ef¨ªmera a desconocidos.
Por eso, quiz¨¢s, a muchos les da a¨²n sarpullido leer que junto a los monstruos sagrados de la historia del ciclismo, los ¨²nicos que han ganado en su carrera las tres grandes pruebas por etapas, el Tour, el Giro y la Vuelta, el nombre de Froome. Pese a que desde entonces ha ganado cuatro Tours (y ha terminado segundo en otro), una Vuelta y, desde ayer, en que se convirti¨® en el primer brit¨¢nico que lo lograba, un Giro, Froome sigue siendo, en cierta manera, un intruso. Y ni siquiera la forma heroica en que ha ganado un Giro que parec¨ªa imposible para ¨¦l a tres d¨ªas de su final, le absuelve a ojos de gran parte de la afici¨®n. Antes al contrario.
Froome es un intruso que desaf¨ªa la mirada tradicional sobre el ciclismo porque sus ra¨ªces, su cultura, su forma de ejercer su patronazgo sobre las pruebas por etapas, no tienen nada que ver con lo que se llevaba antes de la acelerada globalizaci¨®n del relato ciclista. Es un intruso porque es el producto de un equipo, el Sky, que se vanagloria de controlar, analizar y modificar todos los m¨ªnimos detalles que influyen en el rendimiento, incluida la personalidad de sus ciclistas.
El brit¨¢nico nacido en Nairobi en 1985 gan¨® el Giro con un ataque de otros tiempos en la etapa m¨¢s dura. Estaba en la general a m¨¢s de tres minutos del l¨ªder, un mundo en el ciclismo de control que tanto se practica, y faltaban 80 kil¨®metros, y dos puertos hors cat¨¦gorie, para llegar a la meta. Por delante, la carretera desierta; ni un solo ciclista en fuga, ni un solo punto de apoyo. Bajo sus ruedas hinchadas con la presi¨®n justa para esa superficie, el asfalto se hab¨ªa convertido en tierra apelmazada y fina gravilla. Froome se fue. Dej¨® el peso de los c¨¢lculos y las conjeturas a los que le segu¨ªan. Dej¨® con la boca abierta a todos los que ve¨ªan la tele y quer¨ªan recordar que ese mismo Froome se hab¨ªa ca¨ªdo antes de empezar el Giro en Jerusal¨¦n y tambi¨¦n en la primera subida en los Apeninos; que hab¨ªa pedaleado como un cojo desequilibrado y que hab¨ªa cedido tiempo en todos los finales en alto y en la gran contrarreloj, y al que hab¨ªan perdonado la vida en el Gran Sasso. Y que al d¨ªa siguiente de su victoria de orgullo en el Zoncolan hab¨ªa vuelto en Sappada a dar muestras de flaqueza.
Ese hecho tan puro, tan simple, un ciclista y la monta?a, la soledad, la llamada del destino, el riesgo, semilla de leyenda, los sabios de su equipo lo adulteraron informando inmediatamente de que la acci¨®n hab¨ªa sido cuidadosamente planificada, de que le dijeron a Froome cu¨¢ndo ten¨ªa que atacar y cu¨¢ntos vatios pod¨ªa alcanzar en ese momento, y de que hab¨ªan distribuido estrat¨¦gicamente a decenas de colaboradores con botellitas de l¨ªquidos cuidadosamente medidos por los dietistas del equipo para rellenar los dep¨®sitos de nutrientes que el corredor agotaba con su pedaleo incansable y acelerado, sin respiro.
A Luis Oca?a, cuando derrot¨® a todo el Tour en Orci¨¦res Merlette, el director del equipo intent¨® frenarlo pregunt¨¢ndole que qu¨¦ locura se le hab¨ªa metido en la cabeza para escaparse solo tan lejos de la meta. La publicidad del Sky desprecia el instinto, el golpe de genio, la voluntad loca, las caracter¨ªsticas que hacen campeones a los campeones, los rasgos ¨²nicos que adoran los aficionados.
Froome es un intruso porque desprecia las cl¨¢sicas, las carreras de un d¨ªa en las que, justamente, m¨¢s se desarrolla la personalidad competitiva, el sentido t¨¢ctico, el cuerpo a cuerpo, el olfato, el ciclismo de siempre.
Froome es un intruso pese a que comparte con todos los ciclistas que han sido grandes del siglo XXI la mancha de la sospecha. La duda.
Han sido tantas las desilusiones, los nombres de ciclistas admirados a los que un control antidopaje o una investigaci¨®n o una denuncia han convertido en tramposos, que muchos consideran que el pesimismo es obligatorio en el mundo del ciclismo. Y se ha llegado al absurdo de considerar la proeza y la superioridad como s¨ªntoma impepinable de trampa qu¨ªmica o mec¨¢nica. No se puede ser campe¨®n sin doping, dicen. Tampoco Froome. Si han ca¨ªdo Armstrong y Landis, por ejemplo, si Contador y Valverde han sufrido suspensiones, ?por qu¨¦ Froome no va a ser diferente? ¡°Tengo la conciencia tranquila¡±, afirma ¨¦l. ?C¨®mo es la conciencia de un ciclista?, responden los esc¨¦pticos.
Froome es un intruso, entonces, finalmente, porque dio positivo por salbutamol en la Vuelta y porque ha corrido el Giro en una cierta situaci¨®n de libertad provisional. Su juicio a¨²n no se ha celebrado. Su inclusi¨®n en la lista Anquetil, Merckx, Gimondi, Hinault, Contador, Nibali es, as¨ª, provisional. Una posible sanci¨®n le har¨ªa perder la Vuelta y, quiz¨¢s, el Giro.
?l perder¨ªa una condici¨®n ¨²nica, y el ciclismo perder¨ªa otra ocasi¨®n para poder afirmar bien alto la grandeza de sus campeones. Y al aficionado, eso le duele.
Teatro del absurdo en los Foros Imperiales
En el Monde del s¨¢bado, un psiquiatra preocupado pide p¨²blicamente que se proh¨ªba a los pesimistas ejercer la psiquiatr¨ªa. Deber¨ªa dejar de preocuparse, como todos saben, todos los pesimistas del mundo se dedican al ciclismo de ahora, a todo tipo de papeles, incluido el de aficionado. Y no es que lleven una vida dif¨ªcil: las propias gentes del ciclismo les alimentan cotidianamente, y con abundancia. Para ejemplo, los organizadores y los ciclistas del Giro, que decidieron hacer teatro del absurdo tan romano en los Foros Imperiales tan tur¨ªsticos, decorado de la ¨²ltima etapa. All¨ª, la maglia ciclamen, Elia Viviani, agotado, incapaz de dar una pedalada m¨¢s, interrumpe su esfuerzo una decena de metros antes de terminar derrotado por Sam Bennet en el ¨²ltimo sprint del Giro, el s¨ªmbolo del cansancio de un Giro que sus protagonistas califican de dur¨ªsimo y extremadamente competido. Cuatro etapas a tres, final a favor del italiano en el duelo de esprinters, limitado a los dos ¨²nicos con una m¨ªnima entidad dada la ausencia de las grandes cilindradas: Gaviria, Kittel, Greipel, Kristoff, Sagan... El ganador del Giro 101, Chris Froome de rosa, no pudo apreciarlo porque se dedicaba por entonces a hacerse selfies con medio pelot¨®n pedaleando como un grupo de turistas de excursi¨®n por Roma. Los mejores del Giro, que tem¨ªan los sanpietrini, esos adoquincitos que odian los paseantes, pidieron a los comisarios que no se les midiera el tiempo. Llegaron a meta m¨¢s de cuarto de hora despu¨¦s de Bennet y un pelotoncito de 85, como si aquello fuera una etapa de exhibici¨®n, no de competici¨®n. Y, al pasar, saludaban a los aburridos. Tan felices
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