El triunfo de la ¡®mesa chica¡¯
La Albiceleste se salva con buena parte del grupo de veteranos que ha disputado, y perdido, las tres ¨²ltimas grandes finales
En la claridad eterna de la noche de San Petersburgo, Argentina encontr¨® la luz. Solo la ingenua ilusi¨®n, aferrada a sentimientos tan nobles como la pasi¨®n, pod¨ªan prever un final feliz para la selecci¨®n albiceleste en Rusia. Parec¨ªa que ya todo estaba escrito en negro en las hojas del desgobierno institucional, en la debilidad del cuerpo t¨¦cnico y en el amotinamiento de un vestuario dispuesto a ser escuchado. Pero la pasi¨®n de la hinchada argentina no se agota, mucho menos el f¨²tbol de Messi. El 10 volvi¨® a parecerse al 10 en San Petersburgo. Y con ¨¦l de regreso, Argentina se volvi¨® a enganchar a un Mundial que parec¨ªa perdido tras la dura goleada ante Croacia en Nizhni N¨®vgorod.
El joystick de juego qued¨® en manos del vestuario, mejor dicho del grupo de los hist¨®ricos, la mesa chica como se conoce al grupo que lideran Lionel Messi y Javier Mascherano. Ni l¨ªnea de tres en la zaga, ni ning¨²n otro tipo de experimentos desde la pizarra. Argentina hizo memoria, dispuesta a salvar el honor de un colectivo que llev¨® a la Albiceleste a las ¨²ltimas tres finales en los ¨²ltimos tres campeonatos que jug¨® (dos Copa Am¨¦rica y un Mundial). Entonces con el poder de su lado, los de siempre confiaron en los de siempre. Es decir, en ellos. Frente a Nigeria, la noche en la que Argentina se jugaba el Mundial, saltaron al camp, ocho jugadores que estuvieron presentes en la final ante Chile en la Copa Am¨¦rica Centenario en 2016.
Adem¨¢s, cuatro de ellos (Messi, Mascherano, Rojo e Higua¨ªn, m¨¢s Ag¨¹ero, que salt¨® en el segundo tiempo) jugaron las tres finales y otros tres (Otamendi, Di Mar¨ªa y Banega) saltaron al campo en dos. No hab¨ªa dudas. Ganaban ellos o perd¨ªan ellos. La sali¨® bien. Banega solt¨® un bal¨®n vertical preciso para Messi. Todo el resto fue del 10 del Barcelona: control con el cu¨¢driceps de la pierna izquierda, un toque suave y definici¨®n cruzada con la derecha. Al ratito, mand¨® un tiro libre al poste. Estaba Messi en el campo, ya no hab¨ªa dudas. Y claro, la afici¨®n se encendi¨®: ¡°?Messi, Messi, Messi!¡±. Tambi¨¦n hab¨ªa cari?o para Maradona, espectador de lujo siempre que juega su selecci¨®n: ¡°?Esta hinchada loca, dej¨® todo por la copa, la que tiene a Messi y Maradona¡!¡±.
No cuesta mucho, en cualquier caso, despertar a los viscerales seguidores de la Albiceleste. El lunes por la tarde hab¨ªan organizado un banderazo en la puerta del hotel donde se concentraba para dar apoyo al equipo de Sampaoli. Hasta algunos jugadores bajaron a cantar con sus aficionados. El portero Nahuel Guzm¨¢n se anim¨® a tocar el bombo. Los pesos pesados, sin embargo, no se sumaron a la euforia. Desde el hotel hasta el Estadio de San Petersburgo, la afici¨®n sigui¨® con su estoica lucha por levantar el ¨¢nimo. ¡°?Vamos, vamos, vamos selecci¨®n, hoy te vinimos a alentar, para ser campe¨®n, hoy hay que ganar!¡±, retumb¨® cuando sali¨® el equipo a calentar. Y, cuando el videomarcador puso la imagen de Messi, se fueron otra vez para arriba: ¡°?Ven¨ª, ven¨ª, cant¨¢ conmigo, que un amigo vas a encontrar, que de la mano de Leo Messi, toda la vuelta vamos a dar!¡±.
Ni cuando Moses marc¨® de penalti por la falta de Mascherano a Balugun, Argentina dej¨® de creer. Entonces, cuando el reloj apretaba y parec¨ªa que la Albiceleste compraba los billetes de vuelta para Buenos Aires, Marcos Rojo sorprendi¨® a todos en el ¨¢rea. S¨ª, otro de los de siempre. Era el triunfo de los hist¨®ricos.
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