Ser Maradona todos los d¨ªas
Las im¨¢genes del ¨ªdolo en la grada guardan cierto paralelismo con el juego de la selecci¨®n sobre el campo
¡°Me gustar¨ªa estar abajo pero el tiempo pasa para todos¡±, se disculp¨® Maradona minutos antes de que la albiceleste afrontara el que parec¨ªa un duelo decisivo contra Croacia. Lo dijo con la naturalidad de quien acepta vivir acorralado por su propia leyenda, obligado a interpretar el papel de eterno Mes¨ªas ante el empe?o inhumano de un pa¨ªs entero, Argentina, que esquiva las miserias del hombre y se aferra a su glorioso recuerdo por miedo al presente. Desde la distancia parece una condena excesiva pero solo los argentinos son capaces de advertir la diferencia entre un simple ¡°?me quieres?¡± y la emoci¨®n inigualable de la variante porte?a ¡°?me quer¨¦s?¡±, ya lo dec¨ªa Gardel.
Nadie sabe si a Maradona le pesa Argentina o es al rev¨¦s. Las im¨¢genes del ¨ªdolo en la grada guardan cierto paralelismo con el juego de la selecci¨®n sobre el campo, como si uno y otros trataran de certificar su destrucci¨®n frente a un ej¨¦rcito de c¨¢maras dispuesto a retratarla, qui¨¦n sabe si ahogados o sostenidos por ese clamor cantado que les implora que aguanten. El Diego se agiganta, da gracias al cielo, zanganea, resucita y abandona el palco arrastrando las puntas de los pies. Lo mismo pasa con una albiceleste que se resume en las tribulaciones de Leo Messi: sonr¨ªe, arranca, golea, se frena, desespera¡ Siempre he pensado que el rosarino comparte m¨¢s ADN con Maradona que Dalma o Giannina, pero con la diferencia de que sus vidas se ordenan y desordenan en funci¨®n de si se ponen o se quitan la camiseta nacional.
Messi no puede ser Maradona todos los d¨ªas, como dec¨ªa Valdano, pero bastar¨ªa con que fuese ¨¦l mismo durante cuarenta y cinco minutos en cada partido para acallar las voces que lo confunden con un simple mortal. Lo fue en la primera parte contra Nigeria y por primera vez en lo que va de Mundial vimos a un equipo con derecho a so?ar, por m¨¢s que Mascherano siga empe?ado en convertir cada lance en una pesadilla. Cuenta Juan I. Irigoyen que al clan de los hist¨®ricos encabezado por los dos amigos se les conoce en el vestuario como la mesa chica, que debe ser el equivalente porte?o a nuestra cl¨¢sica mesita de noche. En la m¨ªa se acumulan algunos buenos libros, una l¨¢mpara sin pantalla, un viejo anillo de lat¨®n y un reloj que ya no da la hora, lo que compone una fotograf¨ªa casi perfecta de lo que es, a d¨ªa de hoy, el medio campo de Argentina.
Por ah¨ª podr¨ªa resumirse, qui¨¦n sabe, el drama transitorio que va de la selecci¨®n acaudillada por Maradona a la actual, capitaneada a duras penas por Messi. El Pelusa no necesitaba mucho m¨¢s que una buena defensa y una liebre en la delantera mientras que la Pulga ha crecido, futbol¨ªsticamente, en la opulencia de un gran club europeo como el Bar?a. Las buenas y las malas compa?¨ªas parecen capitales para comprender el comportamiento de uno y de otro en este Mundial, y rodear a Leo de los mimbres necesarios se me antoja la mejor manera de salvarlos a los dos: encumbrar a Messi como nuevo dios para dispensar a Maradona, por fin, el trato que se merece todo buen hombre.
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