¡°?No queremos Olimpiada, queremos revoluci¨®n!¡±
Este martes se cumplen 50 a?os de la masacre en Tlatelolco previa a la apertura de los hist¨®ricos Juegos Ol¨ªmpicos de M¨¦xico 68
Los Juegos Ol¨ªmpicos de M¨¦xico se inauguraron con un vuelo de pichones de la paz, el 12 de octubre de 1968. Lo hizo el presidente Gustavo D¨ªaz Ordaz ¡°con una sonrisa de satisfacci¨®n tan amplia como su hocico sangriento¡±, escribe Carlos Fuentes. El novelista se refiere con su menci¨®n a la sangre a la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, apenas una semana antes (2 de octubre), en la que centenares, quiz¨¢ miles de personas (50 a?os despu¨¦s todav¨ªa no hay cifras oficiales) fueron ametralladas, detenidas o desaparecieron bajo la acci¨®n de la polic¨ªa y el ej¨¦rcito mexicano. Para la historia ha quedado esa masacre mucho m¨¢s que los propios Juegos?Ol¨ªmpicos.
En aquel momento, los estudiantes universitarios del Distrito Federal segu¨ªan la senda de las movilizaciones juveniles que estaban teniendo lugar ese a?o en otras muchas partes del planeta (Francia, Checoslovaquia, EE?UU, Italia, etc¨¦tera). Hab¨ªan comenzado a moverse desde el mes de julio, y entre sus manifestaciones destacaban, entre otras, la de las antorchas o la ¡°marcha del silencio¡±, ambas en septiembre, en reivindicaci¨®n de las libertades y de mayor democracia, en un pa¨ªs calificado por escritores como Mario Vargas Llosa (entonces muy cercano al castrismo) como ¡°la dictadura perfecta¡±. En ese periodo, los universitarios mexicanos sent¨ªan la emulaci¨®n de la revoluci¨®n cubana, todav¨ªa en todo su esplendor, y de personajes como Fidel Castro o el Che Guevara (muerto un a?o antes, en Bolivia). Fidel, el Che y el resto de los barbudos salieron de M¨¦xico ¡ªdonde estaban exiliados¡ª hacia su gesta cubana, en el Granma. Entre las consignas m¨¢s repetidas est¨¢n las de ¡°?No queremos Olimpiada, queremos revoluci¨®n!¡±, y ¡°?No queremos Siglo de Oro, queremos Ilustraci¨®n!¡±.
A la manifestaci¨®n que el segundo d¨ªa de octubre llega a la plaza de las Tres Culturas asisten entre 8.000 y 10.000 personas. Ni siquiera fue la m¨¢s numerosa de las que se estaban convocando. Los asistentes se dan cuenta inmediatamente de que entre ellos hay personas no identificadas o sospechosas que se ponen un pa?uelo y un guante blanco para diferenciarse de los estudiantes. Poco despu¨¦s de las seis de la tarde, un helic¨®ptero dispara tres bengalas verdes. Al segundo, sin previo aviso, entran en la plaza centenares de soldados ¡°con el fin de detener a los dirigentes y extinguir un foco subversivo¡±, dir¨¢ la versi¨®n oficial. Hay francotiradores con ametralladoras. Entra en la plaza el Batall¨®n Olimpia, un grupo de choque creado por el Gobierno para garantizar la seguridad de los Juegos?Ol¨ªmpicos y que fue utilizado para infiltrarse en las filas de los manifestantes, provocar y detenerlos.
Lo cuenta el escritor Carlos Monsivais: ¡°Jam¨¢s se sabr¨¢ el n¨²mero de muertos. Tal vez 250, quiz¨¢ 350, las hip¨®tesis carecen de sentido, pero las fotos de cad¨¢veres acumulados en una sola delegaci¨®n s¨ª multiplican las conjeturas (...) Mueren ni?os, j¨®venes, mujeres, ancianos, todo en medio de demandas de auxilio y del grito coral ¡®?Batall¨®n Olimpia, no disparen!¡¯. Los polic¨ªas y soldados destruyen puestos y muebles de los departamentos y a los detenidos (...) se les desnuda, ata y golpea; se traslada a 2.000 personas de la Plaza de las Tres Culturas a las c¨¢rceles. La provocaci¨®n no es ajena al plan de aplastamiento, est¨¢ en su centro¡±.
Censura
Despu¨¦s de media hora interminable (la masacre no dura m¨¢s tiempo) cesa el fuego. Los polic¨ªas y soldados registran a los detenidos, los cad¨¢veres se amontonan en la plaza. El secretario de Defensa, general Marcelino Garc¨ªa Barrag¨¢n ¡ªuno de los nombres de la infamia¡ª, declar¨®: ¡°El ej¨¦rcito intervino en Tlatelolco a petici¨®n de la polic¨ªa para sofocar un tiroteo entre dos grupos de estudiantes (...) Hay militares y estudiantes muertos y heridos¡±. Y advierte: ¡°Si aparecen m¨¢s brotes de agitaci¨®n actuaremos de la misma forma¡±.
La censura oculta lo sucedido a la poblaci¨®n mexicana. Diez d¨ªas despu¨¦s, en ese ambiente pastoso, se inauguran los primeros Juegos Ol¨ªmpicos celebrados en un pa¨ªs latinoamericano y tambi¨¦n los primeros en un pa¨ªs del Tercer Mundo. Se desarrollaron durante 15 d¨ªas con plena normalidad, en una continua discusi¨®n sobre si la altura del pa¨ªs impedir¨ªa batir r¨¦cords. El acontecimiento m¨¢s medi¨¢tico ¡ªlas fotos de ello dar¨¢n la vuelta al mundo¡ª se produce en el momento de entregar las medallas de oro y bronce de la carrera de 200 metros. Los ganadores, dos atletas norteamericanos de raza negra, Tommie Smith y John Carlos, levantan el pu?o y hacen el saludo del poder negro en protesta por la segregaci¨®n racial. Ambos ser¨ªan suspendidos del equipo ol¨ªmpico de Estados?Unidos y se les pidi¨® que abandonasen la villa ol¨ªmpica, aunque pasaron a la historia. Millones de carteles reprodujeron la escena durante mucho tiempo.
Dos pulsiones se contraponen en el Distrito Federal (el movimiento de protesta no se extendi¨® al resto del pa¨ªs): la de los estudiantes, que quieren hacerse visibles en todo el mundo a trav¨¦s de los medios de comunicaci¨®n internacionales que han acudido a cubrir los Juegos?Ol¨ªmpicos, en demanda de mayor libertad y justicia; y la del presidente de M¨¦xico, D¨ªaz Ordaz, y su sucesor en el Departamento de Gobernaci¨®n y m¨¢s tarde en la presidencia de la Rep¨²blica, Lu¨ªs Echevarr¨ªa, que inventaron una conjura comunista que quer¨ªa acabar con el prestigio organizativo del pa¨ªs y, m¨¢s all¨¢, con los Juegos?Ol¨ªmpicos.
La revuelta estudiantil mexicana se uni¨® as¨ª a los dem¨¢s movimientos antiautoritarios del resto del mundo y, como ellos, sirvi¨® para disputar a la clase obrera el papel de principal sujeto transformador de la sociedad, y para remover los cimientos ideol¨®gicos del mundo de la izquierda, todav¨ªa anclados en el comunismo sovi¨¦tico heredero del estalinismo.
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