El oro sin medalla de Chattie Cooper
La tenista salv¨® todas las barreras para ser la primera mujer campeona ol¨ªmpica, en los Juegos de 1900
A los 26 a?os, la tenista Charlotte Cooper se qued¨® sorda. Eso hizo que no oyese el golpeo de la pelota en sus partidos, ni los murmullos o aplausos del p¨²blico, ni escuchase al juez de l¨ªnea. Cooper se libr¨® de seguir escuchando las teor¨ªas sobre las mujeres del padre del olimpismo moderno, el bar¨®n Pierre de Coubertin, que lleg¨® a remontarse a la Antig¨¹edad, tres mil a?os antes, para justificar la ausencia de mujeres en los primeros Juegos modernos, Atenas 1896: su misi¨®n en el deporte era colocar las guirnaldas en la cabeza de los campeones.
Par¨ªs 1900 supuso un antes y un despu¨¦s. Pol¨ªticamente, Coubertin fracas¨® en todos los ¨®rdenes; su pa¨ªs estaba entregado a la Exposici¨®n Universal, no hubo actos de inauguraci¨®n ni de clausura, los Juegos se prolongaron el mismo tiempo que la Expo (cinco meses) y ni siquiera pudieron llamarse Juegos: Concursos Internacionales de Ejercicios F¨ªsicos y Deportes, teniendo que aceptar nataci¨®n de obst¨¢culos, con barriles flotando en el agua. Es de suponer que la presencia de mujeres tampoco fue del gusto del bar¨®n, pero pudieron participar en tres deportes de clase alta: cr¨ªquet, tenis y golf. Y mezclarse en competici¨®n con los hombres en otros tres: vela, croquet e h¨ªpica.
Hablamos de una ¨¦poca en la que los est¨¢ndares de belleza victoriana estaban influidos por la tuberculosis, una enfermedad que en el caso de la mujer le robaba la vida dej¨¢ndola extremadamente delgada, con la piel blanqu¨ªsima y rostro y labios sonrosados como consecuencia de las fiebres. ¡°La mujer victoriana ideal era amable, pasiva y fr¨¢gil: una figura, al menos en parte, inspirada en cuerpos plagados de tuberculosis. Estos cuerpos p¨¢lidos se vincularon con la belleza femenina. El ejercicio y el deporte trabajaron en oposici¨®n a este ideal al hacer que los m¨²sculos crecieran y la piel se bronceara¡±, recuerdan Jaqueline Mansky y Maya Wei-Haas en un art¨ªculo en el Smithsonian Magazine.
Cuando lleg¨® a Par¨ªs, Chattie Cooper ya hab¨ªa ganado Wimbledon en cuatro ocasiones. Era una de las pocas mujeres que sacaban tirando la pelota por encima de su cabeza, y su juego agresivo se impuso en la final de Par¨ªs a la francesa H¨¦l¨¦ne Prev¨®st por 6-1 y 7-5. En A Historical Dictionary of British Women, de Cathy Hartley, se recoge una descripci¨®n de su juego hecha por el diario The Sportfolio: ¡°Tiene algo que aprender respecto a su estabilidad, pues puede volverse salvaje al golpear la bola¡±. Lo cierto es que Cooper hab¨ªa ayudado a iniciar una revoluci¨®n pol¨ªtica de primer orden: fue la primera campeona ol¨ªmpica de la historia en unos Juegos que no eran estrictamente Juegos, en los que no se pod¨ªan entregar medallas y de los cuales muchos triunfadores se fueron sin saber que hab¨ªan sido campeones ol¨ªmpicos; en el caso de la tenista, la invisibilidad de la invisibilidad. Y sin escuchar nada alrededor.
La batalla por la igualdad lleg¨® a una de sus cimas cuando en los Juegos de ?msterdam, en 1926, la presi¨®n de una federaci¨®n hecha ad hoc por la deportista Alice Milliat, figura feminista imprescindible para la integraci¨®n de la mujer en el deporte, impusiese una prueba de atletismo para mujeres. Se les permiti¨® correr en aquellos Juegos en una distancia considerada extraordinaria para ellas: 800 metros lisos. Curiosamente, aquello prob¨® una de las teor¨ªas de Coubertin: el p¨²blico estaba preparado para ver el sufrimiento de los hombres, pero no el de las mujeres. Las im¨¢genes de ellas llegando exhaustas, envueltas en sudor o mareadas, escandalizaron tanto que hasta 1960, en Roma, no se les permiti¨® correr m¨¢s de 200 metros. Un diario titul¨® sobre las participantes: ¡°Once mujeres desdichadas¡±. El caso es que ocho antes de ese 1926 en que las mujeres corrieron los 800 metros lisos, una, Marie-Louise Ledru, ya hab¨ªa completado los 42 kil¨®metros de la marat¨®n.
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