?D¨®nde est¨¢ el legado de Seve?
Pese a contar con referentes mundiales, desde 2010 la ca¨ªda de practicantes de golf en Espa?a es constante a?o tras a?o
Para comprender lo que supuso la irrupci¨®n de Severiano Ballesteros en el mundo del golf conviene mirar fuera de Espa?a. No es que aqu¨ª se le haya hurtado la importancia debida, lo que ser¨ªa, cuando menos, discutible. Se trata simplemente de comprobar el alcance de su figura, de su legado, a menudo infravalorado dentro de nuestras fronteras porque, quiz¨¢s y solo quiz¨¢s, Espa?a sigue siendo un pa¨ªs futbolero hasta el extremo, donde el golf no termina de quitarse esa vitola de deporte elitista, restringido y hasta, por qu¨¦ no decirlo, pijo.
El golf mundial lo cambi¨® para siempre Seve Ballesteros, el hijo de un campesino. Lo ha explicado muchas veces Michael Robinson, ese ingl¨¦s que lleg¨® a Espa?a para jugar al f¨²tbol y se qued¨® para contarnos las mil y una noches de nuestro propio deporte. Ten¨ªa 19 a?os cuando su padre le regal¨® un abono de cinco d¨ªas para seguir el Open Brit¨¢nico que se disputaba cerca de su casa, en el Royal Lytham and St. Annes Golf Club, en Blackpool. Segu¨ªa el partido de Jack Nicklaus, el gran Oso Dorado, cuando entre el p¨²blico comenz¨® a extenderse un rumor que llevaba impreso un apellido de dif¨ªcil pronunciaci¨®n para los anglosajones: ¡°Ballesteros, Ballesteros¡±. Se lo encontr¨® Robinson en el hoyo 5, con la bola escondida detr¨¢s de una gran duna que imped¨ªa ver la bandera, subiendo y bajando el mont¨ªculo en busca de una l¨ªnea que parec¨ªa imposible de trazar. Su golpe, con un inveros¨ªmil efecto de izquierda a derecha, se le qued¨® clavado en la retina para siempre como el instante preciso en el que su percepci¨®n del golf cambi¨® para siempre.
Corr¨ªa el a?o 1979 y en Espa?a se hab¨ªan expedido 15.712 licencias federativas que, gracias al empuje de las haza?as del c¨¢ntabro, se incrementaron hasta las 58.644 de 1991, temporada en la que Seve se proclam¨® vencedor de la Orden de M¨¦rito del circuito europeo por ¨²ltima vez. Su impacto parece incontestable y, sin embargo, resulta casi insignificante en comparaci¨®n al terremoto que organiz¨® Seve m¨¢s all¨¢ de nuestras fronteras, donde ni?os de todo el mundo comenzaron a pegar bolas tratando de imitar a aquel espa?olito insultantemente joven, guapo, descarado y hasta un tanto fr¨ªvolo en su manera de entender un deporte prisionero de sus propios cors¨¦s. A d¨ªa de hoy, por m¨¢s que pretendamos observar la evoluci¨®n del golf en Espa?a con optimismo, y pese a contar con referentes de talla mundial como Sergio Garc¨ªa, Jon Rahm o Rafa Cabrera-Bello, el n¨²mero de practicantes federados en nuestro pa¨ªs se sit¨²a en los 272.084. Un buen dato si se compara con el de 1991, preocupante si atiende al de 2010, nuestro pico hist¨®rico con 338.588 licencias. Desde entonces, la ca¨ªda de practicantes es constante a?o tras a?o.
As¨ª, mientras el golf parece democratizarse en el resto del mundo ¨Ccuando Seve apareci¨® ya era religi¨®n en varios pa¨ªses- en Espa?a no solo parece estancando, sino en franco retroceso. Mitigan esta tenebrosa sensaci¨®n los ¨¦xitos de algunos profesionales, a menudo reclutados por universidades americanas que apuestan decididamente por su talento y donde el golf no arrastra ese estigma de pasatiempo caprichoso, de deporte para ricos. Y esa es una deuda que Espa?a sigue teniendo pendiente con la memoria de Severiano Ballesteros: el muchacho que ya reinventaba su deporte cuando, de ni?o, se imaginaba campos de golf mientras cuidaba de las vacas.
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