Nowitzki, a pesar de todo
Muy poco le ha faltado al alem¨¢n para alcanzar la meta m¨¢s ambiciosa de un jugador de baloncesto, que Larry Bird se trague sus propias palabras
Un d¨ªa le preguntaron a Larry Bird por Dirk Nowitzki, en aquel entonces una de las figuras emergentes de la siempre vol¨¢til NBA. Era el en¨¦simo intento de la prensa especializada por encontrar un digno sucesor al Paleto de French Lick y este no parec¨ªa del todo molesto con la comparaci¨®n. Rodeado de micr¨®fonos, Bird comenz¨® a enumerar aquellas facetas del juego en las que el alem¨¢n le parec¨ªa superior a ¨¦l y, para sorpresa de los presentes, apenas dej¨® un par de ellas a su favor. ¡°A pesar de todo¡±, sentenci¨®, ¡°yo era mejor jugador¡±.
El miedo a las comparaciones imposibles fue, precisamente, uno de los grandes obst¨¢culos a salvar por Nowitzki en sus inicios, cuando ya se le consideraba el proyecto m¨¢s ambicioso de un so?ador llamado Holger Geschwindner y su Instituto del Sinsentido Aplicado. El joven Dirk, que antes hab¨ªa practicado deportes tan variados como el tenis o el balonmano, comenz¨® a jugar al baloncesto poco antes de las Olimpiadas de Barcelona y la superioridad aplastante de aquel Dream Team le provoc¨® m¨¢s dudas que fantas¨ªas. Acumul¨® tantos temores durante su etapa de formaci¨®n que, tras ser elegido por los Bucks en el Draft de 1998, lleg¨® a rezar para que no se resolviese el conflicto salarial de aquel verano y posponer, al menos un a?o m¨¢s, su desembarco definitivo en el continente americano.
Su primer destino podr¨ªa haber sido la ciudad cervecera de Milwaukee lo que, de alg¨²n modo, podr¨ªa haber suavizado la inevitable morri?a. Sin embargo, el empe?o de Don Nelson por llev¨¢rselo a Dallas cristaliz¨® en un traspaso a tres bandas que termin¨® con Nowitzki y Steve Nash compartiendo equipo, casa y, por supuesto, alguna que otra cerveza. Durante varios meses, el extraviado novato durmi¨® en el sof¨¢ de su nuevo amigo, incapaz de echar ra¨ªces en una ciudad excesivamente americana. Robin Hood, como lo terminar¨ªa apodando Andr¨¦s Montes para los fans de la NBA en Espa?a, se sent¨ªa fuera de lugar en Texas y de nuevo fue Geschwindner el encargado de situarlo en la senda correcta. El mismo hombre que le hab¨ªa ense?ado a posicionar su cuerpo bas¨¢ndose en la t¨¦cnica de los mejores violinistas, que hab¨ªa perfeccionado su tiro mediante un sofisticado programa inform¨¢tico e insist¨ªa en el beneficio de botar la pelota dej¨¢ndose envolver por el ritmo de la m¨²sica jazz, viajaba cada poco tiempo a Dallas para convencer a su disc¨ªpulo de que nada ten¨ªa que envidiar a unos competidores que, todav¨ªa entonces, deb¨ªan parecerle monstruos.
Todo lo que vino despu¨¦s es historia del baloncesto mundial: planchada, almidonada y puesta en perspectiva tras haber superado Nowitzki el r¨¦cord de puntos de toda una leyenda como Wilt Chamberlain. El chico que estuvo a punto de dejar el baloncesto porque no se ve¨ªa capaz de competir contra los herederos Charles Barkley, disfruta hoy de una despedida dulce en la que pabellones de todo el pa¨ªs se ponen en pie para rendirle homenaje. Y es que poco, muy poco, le ha faltado a Nowitzki para alcanzar la meta m¨¢s ambiciosa que un jugador de baloncesto pueda marcarse: lograr que Larry Bird se trague sus propias palabras.
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