D¨ªa redondo para Carapaz, que frena a Nibali y distancia m¨¢s a Roglic
Victoria de Cataldo en Como, donde el siciliano atac¨® bajando en su terreno favorito y el esloveno pinch¨® y acab¨® en la bici de un compa?ero
A Como, que es Italia pero parece Suiza por su lago elegante y sus palacios de millonarios, llega el pelot¨®n lanzado, y los Movistar a¨²n con los o¨ªdos atronados y la voluntad clara, y las fuerzas. Con Carapaz ense?¨¢ndole simb¨®licamente su rueda trasera a Nibali, que quer¨ªa ganar su Lombard¨ªa; con Roglic, castigado por el infortunio, en la bici de un compa?ero despu¨¦s de pinchar la suya, y retrasado; con la victoria de un artista, Dario Cataldo, 220 kil¨®metros en fuga de a dos, que es un pintor sensible de voz suave y barba recortada. Con Nibali confesando: ¡°Me equivoqu¨¦ el s¨¢bado dejando tanto tiempo a Carapaz¡±.
El segundo d¨ªa de descanso ver¨¢ a Carapaz justiciero y patr¨®n m¨¢s l¨ªder a¨²n, con 47 segundos de ventaja sobre Roglic, casi lo que piensa perder en la ¨²ltima contrarreloj. ?l tambi¨¦n, como el esloveno, acab¨® una etapa en la bici de un compa?ero, Pedrero, y perdi¨® 40 segundos. A ¨¦l le ayud¨® el equipo; a Roglic, que no tiene equipo, le ayudaron desde el coche con un bid¨®n pegajoso que le impuls¨® durante 6 segundos cronometrados. Cuando se le pregunta al equipo si no habr¨ªa sido mejor cambiar de bici, el director, Jan Boven, responde que, desgraciadamente ¨¦l, que llevaba la de repuesto en su baca, debi¨® pararse a orinar, y lo hizo justo antes del pinchazo. Llegar a Roglic adelantando a todos los rivales le habr¨ªa tomado horas. Roglic puede perder el Giro por una necesidad de su jefe, y este, dicen los veteranos, pod¨ªa haber orinado en un bid¨®n vac¨ªo y no pararse.
Cuando, ya ca¨ªda la noche, llegaron el s¨¢bado a su hotel, m¨¢s bien un hostal de carretera, cargados con una maglia rosa y una tonelada de euforia, los corredores encontraron en sus mesillas unos tapones para los o¨ªdos y una nota: ¡°Hay boda en el local, que duerman bien¡±. Les han secuestrado el restaurante y deben cenar en el bar, abierto a todos, a los camioneros, a los despistados. En sus mesas brindan, ante todos, con prosecco rosa y Carapaz dice: ¡°Este es el triunfo de la uni¨®n; si seguimos unidos, ganaremos todo¡±.
El insomnio forzoso que padecieron hasta que a las tres de la ma?ana cesaron los ruidos les permiti¨® reflexionar sobre lo mentirosas que son las pel¨ªculas: las bodas italianas, comprobaron que no son acordeones y valses rurales y largas mesas con manteles blancos y alegr¨ªa, sino chunda chunda y pachanga desafinada, como en cualquier pueblo de Espa?a, y unos bajos asesinos que hacen vibrar las paredes y los cristales en sus habitaciones mal aisladas.
El duermevela, descendida la euforia, aumentada la consciencia negativa al ritmo de la m¨²sica, tambi¨¦n les permite a los Movistar analizar con cierta lucidez otra que creen falsedad muy extendida, que el Giro es solo un asunto Roglic-Nibali, un duelo hom¨¦rico que se disputa en todos los terrenos, t¨¢ctico, estrat¨¦gico, mental, lucha de voluntades superiores y que ellos, sus ataques, su ligereza en la monta?a, no son m¨¢s que extras a los que se permite una cierta libertad de acci¨®n para decorar el escenario. Aceptan que con su actitud ap¨¢tica a veces el s¨¢bado, a Carapaz le regalaron 40 segundos, un minuto, y le dieron el rosa para que su Movistar cargara la carrera, pero no aceptan que fuera inteligente. Si piensan as¨ª, no saben qui¨¦nes somos, concluyen: a un Carapaz, el mejor escalador de un Giro de escaladores, no se le regala ni un segundo sin castigo. Y se dan otra vuelta en la cama. Prev¨¦n que Nibali, el rey de la Lombard¨ªa, convertir¨¢ en su cl¨¢sica favorita, una carrera dur¨ªsima, los kil¨®metros finales hacia Como, y que atacar¨¢, arriesgando y haciendo arriesgar, en el descenso al lago, en Civiglio, como si no hubiera un ma?ana o no hubiera habido un ayer, con el esp¨ªritu loco del clasic¨®mano, como no se corre el Giro.
Cuatro horas m¨¢s tarde, a las siete, suena el despertador. A las 11.00, de nuevo en la carretera, pedaleando, poniendo el pecho al aire como le gusta a Amador, que se ha hecho instalar una correa en el manillar para poder trabajar en su posici¨®n ¨²nica, con los codos apoyados en el manillar. Y Carretero, el chico de Madrigueras, y Pedrero, de Terrassa, a su lado.
Toda la soberbia ser¨¢ castigada es su lema, y miran a Nibali, y hacen eco al viejo Adorni, que castig¨® la arrogancia de Merckx en la llegada del Lombard¨ªa del 66, y siempre dice: ¡°Se lo dije a Eddy, se lo dije: si sales siempre a por m¨ª tan sobrado y seguro de ti, yo no ganar¨¦, pero t¨² tampoco. Y gan¨® Gimondi¡±.
Nibali espera a su cuesta favorita, los dos ¨²ltimos kil¨®metros del Civiglio, a pico sobre el azul azul de Como, y el sol brillante, para lanzar un ataque a un pelot¨®n ya m¨ªnimo que vuelve loca a Italia. El Ataque, con may¨²sculas. Roglic ya pena en la bici m¨ªnima de su compa?ero Tolhoek, tan bajito; Landa le marca, tranquilo. Carapaz va a por el escualo de Messina y le controla con suficiencia. Ni siquiera en su terreno favorito, el complicad¨ªsimo descenso de Civiglio, donde Roglic roza el desastre con una ca¨ªda contra el quitamiedos, logra Nibali desencadenado soltar al ecuatoriano que sabe lo que vale. Mucho.
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