Un d¨ªa de estr¨¦s y miedo en el Cervino
El autor relata su inquietante experiencia como gu¨ªa en una cumbre que se ha cobrado cerca de 500 muertos
El guarda del refugio H?rnli, a los pies de la vertiente suiza del Matterhorn (Cervino para los italianos), custodia la puerta de salida con los brazos cruzados. Nadie puede salir hasta que el reloj marque las 4.50 de la madrugada. Frente a ¨¦l, algo m¨¢s de 30 gu¨ªas de alta monta?a y sus respectivos clientes aguardan en un clima de tensi¨®n. Guiar la arista H?rnli es un trabajo ¨²nico en el mundo del alpinismo. Visto desde la lejan¨ªa, el Cervino (4.478 metros) es la monta?a perfecta, so?ada, cuatro aristas bien definidas que convergen en su cima, una invitaci¨®n est¨¦tica cuyo atractivo sigue siendo irresistible. Pero una vez que uno pone sus pies en la monta?a, comprueba horrorizado que se trata de un lugar sumamente peligroso, una escombrera de roca descompuesta donde los peligros objetivos resultan casi insoportables. Se han registrado tantos accidentes en esta monta?a ¡ªunos 500 muertos¡ª que los gu¨ªas suizos decidieron organizar el tr¨¢fico¡ a su manera.
Las reglas son: todo el que desee escalar la monta?a debe pasar por el refugio H?rnli y, despu¨¦s de pagar 150 euros por cenar, dormir y desayunar, ser muy obediente. No se sirve el desayuno hasta las 4.30 de la madrugada, todos completamente vestidos y con el arn¨¦s colocado. A diferencia de en la cena, apenas se escucha un murmullo mientras el caf¨¦ y el t¨¦ circulan por las mesas. Las puertas se abren a las 4.50, pero ¨²nicamente para los gu¨ªas suizos, que eligen, incluso, qui¨¦n ser¨¢ el primero. Diez minutos despu¨¦s se volver¨¢ a abrir la puerta para que salgan el resto de gu¨ªas: italianos, espa?oles, norteamericanos, ingleses, checos¡ Los ¨²ltimos ser¨¢n alpinistas independientes. Cada gu¨ªa puede conducir solo a un usuario. Estamos ya en fila india, atados con la cuerda a nuestro cliente. El m¨ªo se llama Fernando, ecuatoriano de 32 a?os, y apenas tres d¨ªas atr¨¢s compartimos la cima del Mont Blanc. Forma parte de un grupo de ocho clientes ecuatorianos para los que hemos trabajado cuatro gu¨ªas. De los ocho, solo cuatro deseaban enfrentarse al Cervino as¨ª que, en una Babel improvisada, estamos dos gu¨ªas de Ecuador, uno de la Patagonia argentina y yo mismo.
Frustraci¨®n previsible
Mientras vigilo con un ojo la apertura de la puerta, recuerdo las palabras de Joshua Jarrin la noche antes de partir hacia el Mont Blanc. Joshua es el gu¨ªa que ha organizado junto a la agencia Kuntur esta salida, y se ve en la obligaci¨®n de aclarar ciertos aspectos: anuncian mucho viento en altura, puede que nadie logre alcanzar la cumbre, as¨ª que anticip¨¢ndose a la previsible frustraci¨®n de sus clientes evoca un principio muy simple: ¡°Recuerden que lo m¨¢s importante es regresar vivos, pasarlo bien, y si es posible alcanzar la cima. Siempre en este orden¡±.
Tenemos que volar, las rocas caen al azar y no distinguen gu¨ªas y usuarios No hemos hecho la digesti¨®n y a 3.700 metros la altura nos hace jadear
Un grito me alerta y veo desprenderse dos bloques de piedra, me encojo...
Hace apenas una semana, un gu¨ªa y su cliente murieron en la arista H?rnli cuando el bloque de roca al que estaba fijada la cuerda por la que progresaban se desprendi¨®. Algo tan improbable como caer en una zanja descomunal cuando uno conduce su coche por la autopista. Nadie est¨¢ a salvo de estos accidentes. Dos im¨¢genes se alternan en mi cabeza mientras miro el reloj, nervioso: la salida de los toros en los sanfermines, y la apertura de las compuertas en las barcazas norteamericanas antes de saltar a una playa normanda. Con los cascos, las l¨¢mparas frontales y las mochilas con sus piolets, parece que vamos a la guerra. ¡°Tenemos unos 10 minutos de marcha hasta el inicio de la arista y es fundamental que no perdamos ni una posici¨®n. Tenemos que volar. Ya descansaremos en el atasco de las primeras cuerdas fijas¡±, repito una vez m¨¢s. Nunca s¨¦ si los clientes son conscientes de ciertos peligros, del enorme compromiso compartido en monta?as de estas caracter¨ªsticas. A veces, temo que crean que, en compa?¨ªa de un gu¨ªa, nada puede ocurrirles. Yo s¨¦ que las rocas que caen al azar no distinguen entre gu¨ªas y clientes. Por eso llevaba a?os rechazando trabajar en este lugar. Pero no son solo las rocas que caen porque s¨ª: muchas veces son las cordadas las que lanzan proyectiles a los que circulan por debajo, y en esta monta?a estamos cerca de 100 personas al mismo tiempo.
Sabiendo esto, las reglas de los suizos est¨¢n dise?adas para su protecci¨®n: no quieren que nadie escale por encima de ellos, a sabiendas de que cuantos m¨¢s alpinistas tengan sobre sus cabezas, m¨¢s posibilidades existen de recibir un desprendimiento provocado por otra cordada. ¡°Es muy sencillo: los suizos primero y la basura despu¨¦s¡±, resume Pierre, un gu¨ªa franc¨¦s que no disimula lo mucho que le asquea esta pol¨ªtica. Es el signo de los tiempos: las monta?as ic¨®nicas se privatizan, desde el Cervino al Mont Blanc, pasando por el Everest. Y aqu¨ª se mezclan los intereses econ¨®micos con las normas de seguridad. Muchos gu¨ªas ni siquiera sabemos c¨®mo manejar tal incongruencia: formamos parte de esta b¨¢rbara comercializaci¨®n de la monta?a. Sin nuestro trabajo, puede que estas monta?as no se masificasen jam¨¢s y, desde luego, pocos gu¨ªas disfrutan de esta forma antinatural de practicar el alpinismo. Pero se gana dinero, 1.200 euros por guiar en el Cervino. Puede parecer una suma enorme, pero ?cu¨¢nto vale una vida? ?Por qu¨¦ asumir este riesgo? Todos los alpinistas son optimistas irredentos: ninguno piensa que va a sufrir un accidente. Solo este pensamiento simplista explica que gu¨ªas y clientes se expongan de tal forma.
Encendemos las frontales y salimos a la carrera al fr¨ªo exterior. Nos separan 1.200 metros de desnivel de la cima. No hemos hecho la digesti¨®n y la altura nos hace jadear. Volvemos a hacer cola: los primeros metros de la v¨ªa son totalmente verticales, y existe una maroma de cuerda para tirar de ella y progresar. Los gu¨ªas tiran con energ¨ªa de la cuerda, tratan de recuperar el tiempo que perder¨¢n sus clientes, menos acostumbrados a este tipo de ejercicios. Una cordada trata de evitar la cola, hasta que un gu¨ªa italiano sujeta al primero y le recuerda las normas. Se discute. La tensi¨®n se refleja en la cara de Fernando, as¨ª que trato de distraerle explic¨¢ndole la mejor forma de remontar la cuerda fija. Es mi turno y es liberador. Escalo 20 metros y tenso la cuerda de nueve mil¨ªmetros de grosor que me une a Fernando. Cuando me alcanza vuelvo a salir de inmediato y enseguida estamos solos, sin l¨¢mparas frontales a la vista. La ruta zigzaguea de un lado a otro y s¨¦ que ha empezado una pugna contra el reloj.
Fernando es muy resistente y mentalmente fuerte, pero su motor es di¨¦sel. Para a?adir estr¨¦s a la situaci¨®n, debemos estar a las 16.20 en la puerta del ¨²ltimo telef¨¦rico, de lo contrario deber¨¢ pagar 300 euros de refugio y media jornada de trabajo para su gu¨ªa. Pero la realidad es que cuanto m¨¢s tiempo permanezcamos en la monta?a, m¨¢s posibilidades tenemos de sufrir un accidente. En esta ruta, apenas se camina. Se progresa trepando, usando pies y manos, y cuanto m¨¢s ascendemos, m¨¢s verticalidad presenta la monta?a. En el ¨²ltimo tercio de la v¨ªa aparecen de nuevo cuerdas fijas para salvar las principales dificultades. Avanzo obsesionado con adelantar cuantas m¨¢s cordadas mejor. A 4.000 metros se encuentra el vivac Solvay, un diminuto refugio dise?ado para acoger emergencias. Los gu¨ªas suizos suelen darse la vuelta en este punto con sus clientes si tardan m¨¢s de dos horas y media en llegar. Es un proceso de selecci¨®n severo, porque obliga a los participantes menos fuertes a sufrir un calvario para cumplir el horario. Muchas veces, llegan en hora, pero tan cansados que apenas pueden seguir.
Si caigo, caemos los dos
S¨¦ que Fernando no puede correr, as¨ª que en su lugar corro yo, buscando los pasos m¨¢s sencillos y adelant¨¢ndome unos metros para tensar la cuerda y ayudarle. Estamos juntos en esto, pero si yo me caigo, nos vamos los dos. A cambio, cada gu¨ªa conf¨ªa en su t¨¦cnica y en su experiencia para detener la ca¨ªda de un cliente.
Las ca¨ªdas indiscriminadas de rocas son otra cuesti¨®n. Miramos de reojo el amanecer, apagamos las l¨¢mparas frontales y apenas paramos para beber un sorbo de agua. Dos horas y 40 minutos desde nuestra salida estamos en Solvay, donde dos gu¨ªas y sus clientes esperan que se despeje el camino para abandonar. Conozco a uno de los gu¨ªas y me explica en castellano que su cliente, norteamericano, ha llegado fundido. Fernando se ha quitado el casco y se seca el sudor con una peque?a toalla. Los dos gu¨ªas me interrogan con la mirada. S¨ª, creo que vamos a hacer cima. Queda la parte m¨¢s t¨¦cnica de la ruta. Consigo separarme un poco de la arista para adelantar a cuatro cordadas, un peque?o triunfo que me reconforta: ocho personas menos sobre nuestras cabezas.
Los primeros en alcanzar la cima descienden ya, nos cruzamos en lugares sumamente a¨¦reos y verticales, haciendo equilibrios para no empujarnos los unos a los otros. El hielo se mezcla ahora con la roca, y sacamos piolets y crampones. Nos atascamos un poco en las cuerdas fijas, pero la cima est¨¢ a mano. Cruzamos felicitaciones con los amigos que bajan a la carrera.
El Cervino tiene dos cimas: la suiza y la italiana. Nos quedamos en la primera y emprendemos el descenso. Hemos invertido hasta aqu¨ª cinco horas y diez minutos. Nos costar¨¢ lo mismo regresar al refugio. ¡°Venga, venga¡±, repito como un mantra. Fernando destrepa las partes m¨¢s sencillas encarando el tremendo vac¨ªo, mientras tenso la cuerda para darle confianza. En los resaltes m¨¢s verticales le descuelgo para ganar tiempo, pero no ganamos ni un segundo: impresionado, no escucha mis indicaciones, se bambolea, se desequilibra y se asusta a¨²n m¨¢s. Le grito una vez m¨¢s las pautas y ¨¦l me grita de vuelta. Miro con aprensi¨®n el terreno, las cordadas que a¨²n discurren por encima. He visto a muchos clientes agotados, sin apenas reflejos, y temo que nos tiren un bloque de roca. Tenemos que salir de aqu¨ª. Hacemos las paces en una repisa, repito las consignas y arrancamos de nuevo. M¨¢s tarde, Fernando me confesar¨¢ que, m¨¢s que cansado, estaba aterrado, incapaz de moverse con soltura. Un grito me alerta, y enseguida veo de reojo dos bloques en ca¨ªda libre a unos 20 metros a nuestra derecha. Empujo a Fernando bajo un peque?o techo y me encojo. Nos ha avisado el otro gu¨ªa espa?ol que estaba en la monta?a. Agradecidos, seguimos perdiendo altura, con el refugio a la vista pero nunca m¨¢s cerca.
Cuando al fin pisamos la base de la monta?a, salimos disparados hacia el refugio, recogemos todo y volamos hacia el telef¨¦rico. Tenemos una hora para llegar. Me disculpo ante Fernando por el estr¨¦s al que le he sometido y le pregunto por la experiencia. ¡°Me ha gustado la monta?a, pero el estr¨¦s es tan brutal que¡ nunca m¨¢s¡±. Por muy buenas que sean las formas, en estas circunstancias los gu¨ªas torturamos a los clientes, presion¨¢ndoles para que avancen, para que corran por el bien de ambos. Puede que sea leg¨ªtimo, pero resulta violento, cruel y, desde luego, no es la forma so?ada de practicar monta?ismo.
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