El atletismo se aboca al precipicio
No hay mejor evidencia de su declive que los Mundiales de Doha, mal elegidos, mal ubicados en el calendario, en un estadio vac¨ªo de espectadores
Hace tiempo que el atletismo, en su faceta profesional y como entretenimiento para el consumo de los aficionados, entr¨® en un imparable proceso autodestructivo. No hay mejor evidencia de su declive que los Mundiales de Doha, mal elegidos, mal ubicados en el calendario, vac¨ªo de espectadores, escondido en las parrillas de televisivas por el desinter¨¦s general, casi clandestinos.
La regresi¨®n viene de lejos, pero jam¨¢s se ha manifestado de una manera tan rotunda para un deporte que, sin embargo, est¨¢ m¨¢s presente que nunca en la vida cotidiana. Gente de todas las edades corre por las calles y los parques, a todas horas, todos los d¨ªas. Les convoca, adem¨¢s, un mercado de productos ¡ªprendas deportivas, zapatillas, etc.¡ª que ha alcanzado una magnitud gigantesca.
Con menos base popular, otros deportes generan mucha m¨¢s atenci¨®n. Est¨¢n mejor dirigidos y administrados, m¨¢s atentos a los cambios de costumbres y gustos, con m¨¢s cintura para renovar su oferta en el mundo de la industria del entretenimiento, condicionada de manera radical por las nuevas tecnolog¨ªas.
No hay una causa concreta en la decadencia del atletismo y de su p¨¦rdida de influencia. Desde el esc¨¢ndalo Ben Johnson en los Juegos de Se¨²l 88, se han sucedido las malas noticias para su reputaci¨®n. Lamine Diack, anterior presidente de la IAAF, y su hijo est¨¢n acusados de corrupci¨®n. No cesa el problema del dopaje, con una p¨¦rdida constante de credibilidad. Tampoco ha dise?ado una inteligente adecuaci¨®n televisiva. Su influencia en la esfera ol¨ªmpica ha decrecido. La controvertida gesti¨®n y resoluci¨®n del caso Semenya no ha merecido la aprobaci¨®n del COI. La retirada de Usain Bolt ha dejado un paisaje huero de referentes para el seguidor del deporte. El caso ruso ¡ªsus atletas no pueden participar con su bandera en los Mundiales¡ª a?ade complicaciones pol¨ªticas¡Y ahora llegan estos Mundiales de pandereta.
La lista es interminable, pero ten¨ªa el aire difuso de los s¨ªntomas que acaban con un enfermo sin que se noten demasiado. Los Mundiales de Doha han escenificado con toda la crudeza los problemas actuales del atletismo y la terrible gesti¨®n de la IAAF, dirigida por Sebastian Coe, brillante atleta y un presidente incapaz de entender la desgraciada deriva de su deporte.
Los Mundiales exponen su estado de salud a una audiencia ¨¢vida de consumo, pero selectiva en sus gustos. Cuando se estrenaron los primeros Mundiales (Helsinki 1983), alimentaron un inter¨¦s desbordante y la codicia de la IAAF, que decidi¨® organizarlos cada dos a?os a partir de 1991. Gan¨® el dinero al producto. Desde entonces, con leves excepciones, los Mundiales han descendido en prestigio y popularidad. Interesan cada vez menos.
A Qatar le sobran los petrod¨®lares, pero no tiene ni tradici¨®n, ni poblaci¨®n, ni apetito por el atletismo. Todos los recursos destinados a enfriar las temperaturas del golfo P¨¦rsico no han impedido el trist¨ªsimo desenlace de la marat¨®n femenina, abandonada por la mitad de las participantes. Fuera del estadio, el calor es insoportable para atletas y espectadores. A finales de septiembre, en medio de la apoteosis futbolera y derrotado por la inteligente competencia del Mundial de rugby, los Mundiales de Doha estaban destinados al fracaso y a la invisibilidad.
Hu¨¦rfano de espectadores, el estadio asiste al esfuerzo an¨®nimo de los mejores atletas del mundo. En estas condiciones, cualquier haza?a pasa inadvertida, lo que menos necesita el atletismo despu¨¦s de Bolt. Como suele suceder en las crisis m¨¢s agudas, la evidencia del fracaso se descubre desde dentro. La noticia de portada fue protagonizada el domingo por un atleta fuera del ¨¢mbito del Mundial. Kenenisa Bekele, 37 a?os, el fondista m¨¢s completo de la historia, se qued¨® a dos segundos del r¨¦cord mundial del keniano Elyud Kipchoge. En Berl¨ªn, no en el vac¨ªo Doha.
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