El Madrid y la derrota de la mediocridad
Se juegue donde se juegue, si el partido es bueno, surge el encanto. Basta con poner cinco centrocampistas de gran calidad y pedirles que se muevan y se pasen la pelota, como hizo el Madrid ante el Valencia
Sembrar f¨²tbol, cosechar dinero. El f¨²tbol es el lenguaje com¨²n que la globalizaci¨®n no tiene. Un sistema de signos reconocible en todo el mundo. Hay pa¨ªses que son eruditos porque el tiempo convirti¨® el juego en una cultura integrada a la cotidianidad, y otros apenas alfabetizados porque abrazaron el f¨²tbol m¨¢s tarde, aunque con creciente curiosidad. Del mismo modo que los entrenadores roban recursos a los jugadores buenos para entreg¨¢rselos a los peores, los campeonatos m¨¢s prestigiosos llevan su espect¨¢culo a los pa¨ªses menos maduros para sembrar f¨²tbol. Un esfuerzo que no sale gratis, como ustedes entender¨¢n, y que explica esta Supercopa de Espa?a llevada a Arabia Saud¨ª. De hecho, es la manera m¨¢s generosa que tengo de ver esta iniciativa hoy extravagante, pero que integraremos muy pronto a la normalidad, como las pretemporadas convertidas en giras. Los saud¨ªes lo ven con la curiosidad con que se miran las nuevas experiencias, pero para los aficionados espa?oles no es m¨¢s que otro dato de la nueva realidad: cada d¨ªa tienen menos peso econ¨®mico en el presupuesto de un club y, por lo tanto, menos poder. Sus equipos son, hoy, multinacionales del espect¨¢culo con un gran producto de exportaci¨®n que sale a la conquista de clientes remotos.
La belleza ganadora. Se juegue donde se juegue y por el milagro de la comunicaci¨®n, si el partido es bueno, surge el encanto. No hace falta tanta sofisticaci¨®n. Basta con poner cinco centrocampistas de gran calidad y pedirles que se muevan y se pasen la pelota, tal como hizo el Madrid frente al Valencia. Todo el mundo alucin¨® con la brillante consecuencia de esa revoluci¨®n. El partido nos puso ante un problema gordo que consiste en lo siguiente: las teor¨ªas de los profetas de la practicidad, que surgieron cuando el Bar?a lo bordaba, se han revelado como rid¨ªculas. El Madrid juega divinamente, el equipo gana y a la afici¨®n le duelen las manos de aplaudir. De pronto la belleza se revel¨® eficaz y ahora leo y escucho que esa es la base de los buenos resultados. Lo es. ?Desde cu¨¢ndo hay que jugar mal para ganar? La inteligencia de once talentos singulares que entran en complicidad con la pelota como veh¨ªculo de asociaci¨®n produce entusiasmo competitivo, goles, triunfos y una insuperable sensaci¨®n de plenitud. La mayor¨ªa silenciosa del Madrid que estos d¨ªas disfruta del equipo, no necesita de ide¨®logos de cuarta categor¨ªa. Cuando el f¨²tbol de gran nivel se pone en combusti¨®n, el orgullo por el escudo crece y el aplauso surge espont¨¢neo y atronador. Es el reconocimiento a la grandeza. Y es la derrota de la mediocridad.
Hablando de ser pr¨¢cticos¡ En la segunda semifinal, el Atl¨¦tico de Simeone le gan¨® al Bar?a de Messi. A Valverde no le importa que su figura se encargue de desestabilizar los partidos hasta el punto de parecer un equipo de un solo hombre. Ni con esas le alcanz¨® al Bar?a para seguir adelante por desajustes que ya son cr¨®nicos. Simeone, por su parte, prefiere el empuje de la energ¨ªa colectiva, antes que los destellos de un gran jugador. Jo?o F¨¦lix lo est¨¢ comprobando cayendo, poco a poco, en la misma melancol¨ªa que otros jugadores que pasaron por el club para desequilibrar partidos y terminaron ellos mismos desequilibrados. Pero al Atl¨¦tico, con su f¨²tbol de trincheras, hay que reconocerle la capacidad para sobrevivir a las grandes tempestades. Fue ampliamente dominado, salvado por el VAR en jugadas ag¨®nicas (tambi¨¦n castigado en un claro penalti de Piqu¨¦), pero llegando vivo al final del encuentro. Ah¨ª sac¨® la reserva de orgullo y coraje para desatarse y dar vuelta a un partido descarriado. As¨ª, los dos equipos invitados se saltaron todas las reglas del respeto para quedarse con la gran final. Un derbi en el retiro dorado de Arabia Saud¨ª.
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